TEATRO › ELENA TASISTO Y ALFREDO ALCON
Los actores hablan de Recital Ibsen, la obra que estrenarán el próximo martes.
› Por Hilda Cabrera
La alegría de quienes se acercan a saludar a Elena Tasisto y Alfredo Alcón contagia y se disfruta. “Dan ganas de venir”, dice el actor junto a Tasisto, reunidos en el hall de una de las salas del Teatro San Martín, donde el próximo martes estrenarán Recital Ibsen. Este espectáculo de teatro leído se compone de textos breves, cartas y fragmentos de obras del dramaturgo noruego Henrik Ibsen, de quien este año se recuerdan los cien de su muerte. La actriz y Alcón agradecen trabajar en una misma obra: “Siento que con Elena nos conocemos desde siempre, y nos apoyamos. Hay muy buenos actores y muy buenas actrices que no necesitan del compañero. Pueden trabajar con un caballo, un elefante o una hormiga. Les da igual. Son siempre ellos. Entonces, ¿puedo pedir algo más que el regalo de la necesidad del otro de estar con uno?”. La galantería es superlativa, y Elena sonríe. La energía de estos artistas y los textos de Ibsen son canalizados por el director Alejandro Tantanian, también adaptador en colaboración con Nicolás Schuff. La escenografía, el vestuario y la iluminación corresponden a Oria Puppo.
En este recital –que se presentará en la Sala Casacuberta– se leerán fragmentos de Cuando los muertos despertemos (1899); una adaptación del poema Fotofobia; otra a partir del guión de Cuando huye el día, film de Ingmar Bergman; extractos de Peer Gynt; Casa de muñecas; Un enemigo del pueblo; un escrito de Claudio Magris sobre El Ibsen tardío y la megalomanía de la vida (de El anillo de Clarisse); un texto referido a la figura del vigía (o cronista) que aparece en varios relatos de sobrevivientes de la Shoá; y Brand, drama de 1866. En conjunto, un rompecabezas para retratar al autor que nació en Skien en 1828 y murió en Cristianía (Oslo), en 1906, y destacó en sus dramas la responsabilidad social y ética del individuo y las pulsiones que lo dominan.
–En uno de los escritos incluidos en el recital se menciona al “vigía” que en los relatos sobre la Shoá cuenta aquello que los otros no alcanzan a ver. La circunstancia es otra, aquí no hay condenados, ¿pero es legítimo relacionar el trabajo del actor que lee en escena con esa apertura del vigía a mundos posibles?
Elena Tasisto: –El que cuenta despierta la imaginación del otro. Ahora, ¿qué descubre? Eso no lo sabemos. Nosotros vamos por un camino y el espectador irá probablemente por otro: depende de sus conocimientos y emociones.
Alfredo Alcón: –Con este recital, acercamos al público un autor importante, lo demás es producto de la imaginación de cada uno.
–¿Qué experiencia tienen sobre Ibsen?
E. T.: –Trabajé en Juan Gabriel Borkman. En radio, participé de la lectura de Espectros y en televisión, de Casa de muñecas, que dirigió María Herminia Avellaneda. Actuaban Lautaro Murúa y Graciela Borges.
A. A.: –Hice Peer Gynt, una obra maravillosa, como otras de Ibsen: Hedda Gabler, El pato salvaje... Esos increíbles personajes de El pato... que parecen sacados de un grotesco de Armando Discépolo o de un texto de Roberto Arlt. Seres a los no se les pueden decir verdades porque se derrumban. Pero, ¿qué voy a descubrir yo ahora de Ibsen, con todo lo que se lo estudió? ¡Me asombra! Pienso que debía ser un hombre muy especial, de esos tan intensos que resultan ásperos. Lo veo como a esa gente despareja, capaz de caer en los abismos más profundos y de elevarse a lo más alto.
–Es cierto que las investigaciones y las anécdotas sobre Ibsen son numerosas, pero ¿qué les pasa a los intérpretes de sus obras?
A. A.: –Siento una gran inseguridad, pero eso me sucede también con otros autores. ¿Cómo podemos saber si el alma del personaje que queremos mostrar es lo que verá el espectador? En esa transmisión hay demasiada subjetividad. Algunos días uno siente que no está bien y otros, un poquito mejor o mucho mejor. Por eso, una crítica de teatro es una piedra que corta el agua. Porque una obra es movimiento, agua que fluye hasta que acaba la función.
–¿Es cuestión entonces de eliminar al cronista?
A. A.: –No digo eliminar. El buen cronista es el que no desprecia a aquél a quien dirige su crónica, el que cuenta dudando, el que no dice que las cosas deben ser de una sola manera.
–Justamente, las distintas lecturas generaron polémica sobre Un enemigo del pueblo por ejemplo, título que aparece en este recital...
A. A.: –Recuerdo el estreno en este teatro con actores deslumbrantes, como Ernesto Bianco, tan especial.
–Uno de los puntos más controvertidos es que la opinión de la mayoría no es necesariamente la más racional. El personaje del doctor Stockmann, cuya denuncia por la contaminación de un balneario pone a todo un pueblo en su contra, afirma que luchará contra la mentira social de que la voz del pueblo es la voz de la razón.
A. A.: –Pero Ibsen no coloca esa frase como ejemplo de pensamiento.
E. T.: –El no piensa exactamente eso, y ese malentendido se da también con la Nora de Casa de muñecas. Se toma la decisión de Nora de abandonar su casa de una manera muy lineal. Ella intenta ser sincera consigo misma y buscar aquello que no sabe con certeza qué es, pero cree necesitar para sentirse viva.
A. A.: –Es cómodo manejarse con blancos y negros. Uno sabe que todo es complejo, pero se refugia en actitudes lineales para sentirse seguro.
E. T.: –Cuántas veces nos dicen “hablá más claro, no te entiendo”. Da miedo saber que no tenemos la vida en claro. Lo único que nos queda al actuar es tratar de comprender y transmitir lo que sabemos a través de las contradicciones de un personaje o de una historia. Stockmann es un personaje complejo, como Peer Gynt o Nora. Ella no es sólo una señora que se quiere ir de la casa. Ella quiere ser auténtica.
–¿Qué es ser auténtico para un intérprete?
A. A.: –Para mí: ser inseguro. Antes de estrenar se me juntan todas las inseguridades, y me pregunto para qué y por qué dije sí. Cuando actúo es como si confesara todas mis debilidades. Después me consuelo y pienso que quizá no soy tan débil, porque me confieso. Uno toma un material, un texto, y empieza a soñar. Sabe que tendrá que compartirlo, porque ése es su trabajo, y siente miedo de no poder hacerlo como desea. Pero también fomenta la ilusión de que sí podrá, y es por eso que uno vuelve a actuar.
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