TEATRO › CESAR BRIE PRESENTA CUATRO OBRAS DE SU AUTORIA
El actor, dramaturgo y director está radicado en Italia, donde ya mostró La voluntad, una obra sobre el pensamiento y la vida de la intelectual francesa Simone Weil, que ahora estrena aquí. Además, el público podrá ver Fui, El paraíso perdido y ¿Te duele?
› Por María Daniela Yaccar
Durante semanas, en distintas salas porteñas, el actor, dramaturgo y director César Brie presentará cuatro obras suyas, entre ellas un estreno a nivel local: La voluntad, sobre el pensamiento y la vida de Simone Weil, intelectual francesa a la que admira profundamente y lee hace años, encontrándose en su discurso e, incluso, en algunas actitudes. Este espectáculo, con otra actriz, ya se vio en Italia, donde Brie vive desde hace años. El artista tiene pensado volver a la Argentina, su tierra, de la que se exilió en la antesala de la dictadura militar. De algún modo, siempre está volviendo: con sus obras, su poesía. Con su vocación.
El teatro de Brie destila su vida, llena de vueltas, aventuras, riesgos, momentos fuertes, desde que descubriera en la adolescencia la llama del teatro en sí, que parece crecer todavía más con el paso del tiempo. Se ocupa de todo lo que rodea a sus espectáculos, hasta de las instalaciones eléctricas. Abraza la independencia. “Soy un perro suelto”, dice. Su trayectoria tiene hitos como haber creado en Milán el primer centro social destinado al trabajo artístico en Italia, haber trabajado con el Grupo Farfa con Iben Nagel Rasmussen –del Odin Teatret de Dinamarca–, y haber fundado y dirigido durante veinte años el Teatro de los Andes, en Bolivia.
Brie se fascinó con Weil cuando escribía su versión de La Ilíada, al toparse con el ensayo La Ilíada o el poema de la fuerza. Desde entonces, no paró de estudiarla y de buscar imágenes para contarla. En el espectáculo que comparte con la talentosa Florencia Michalewicz, vida y obra de la filósofa se hacen cuerpo en pocos minutos. Además de dirigirlo, Brie encarna diferentes personajes masculinos que giran alrededor de la mujer: enfermero, padre, el poeta Joe Bousquet; y narra distintas circunstancias. “El cuerpo de Simone, muerta de inanición a los 34 años, asciende acompañado por los ecos de sus palabras, que describen una sociedad fundada en el trabajo consciente y solidario”, ha dicho el director. “Se ocupó de los seres humanos, de sus pensamientos y acciones. Fue obrera, sindicalista, profesora, escritora, historiadora, poetisa, dramaturga, combatiente, filósofa, campesina. Murió de hambre, en el exilio. Se ocupaba de los hombres, pero se olvidaba de sí misma.”
Con una puesta en escena económica y singular, que realza las actuaciones, La voluntad (fragmentos para Simone Weil) recorre desde la infancia hasta la muerte de la escritora, pasando por su participación en el campo y en la fábrica, y plasma su lúcida mirada sobre el universo del trabajo, el combate contra Franco, sus reflexiones sobre los límites del marxismo, sobre la Alemania Nazi, y sus denuncias al estalinismo, entre otras cosas. Además de esta obra, el público podrá disfrutar de Fui, El paraíso perdido y ¿Te duele? (ver recuadro).
–¿Nunca hizo teatro comercial?
–No tengo prejuicios, pero mi objetivo no es ganar dinero, sino decir lo que tengo para decir. Nunca pensé que el teatro podía ser una fuente económica. Que luego lo fuera es una consecuencia: cualquier cosa que hagas en este mundo se transforma en mercadería. El problema es cuál es la prioridad. Que las obras tengan éxito es consecuencia del trabajo. A veces puede ser para preocuparse...
–Ha pasado momentos duros desde el punto de vista económico, como narra en La vocación (su autobiografía).
–Cuando empezás a hacer teatro, nadie te sostiene. Comencé en un momento muy duro y difícil del país, también duro y difícil afuera. Trabajaba los fines de semana cargando camiones, limpiando nieve de los ferrocarriles, limpiando baños, recolectando tomates o nueces americanas, vendiendo gasolina. El único trabajo que abandoné porque me quitaba tiempo fue como maestro de música en escuelas. Pero cuando aprendí a hacer teatro, empecé a ganar dinero con él. Me asombró. Estuve dos veces hospitalizado por anemia, eso es cierto. Me olvidaba de comer.
–Como Simone Weil.
–Entendí muy bien lo que le ocurrió a Simone en ese aspecto, aunque ella lo hacía también por la solidaridad con el destino de los desventurados. Había un aspecto de descuido en ella: en eso me reconozco. A veces llego a las nueve de la noche, estuve trabajando todo el día y no me he dado cuenta de que no he almorzado. El teatro es un trabajo duro pero maravilloso.
–¿Qué disfruta más? ¿Estar en escena, escribir o dirigir?
–Todos. El primer motivo por el que comencé a hacer teatro era porque escribía poesía. Seguía siendo un adolescente tímido, que se ponía colorado, y pensaba que el teatro me iba a liberar. Lo que he hecho es buscar dentro del teatro un modo de hacer poesía en la que el cuerpo estuviera presente, como la voz, el texto, el espíritu… no era más un alma incandescente que encontraba las palabras para testificar esa incandescencia, era también un texto que tenía que quemarse, una voz que tenía que surgir. La metáfora de la que me ocupo está hecha de elementos que se superponen, se contradicen, se interrogan: textos, objetos, sonidos. Voy componiendo esos elementos hasta que surge no lo que quiero, sino lo que descubro. Nunca parto de una tesis. Yo me descubro.
–¿Cómo se sostiene ese descubrimiento cuando las funciones avanzan?
–Para algunos, repetir puede ser aburrirse. En mi caso es lo opuesto. Cada vez que hago una obra voy afinando el tiro, concentrándome en los detalles, los intersticios de las cosas.
–Todas sus obras, más allá de los temas que toquen, parecen apuntar a la conmoción. Parecen ser una defensa del mundo sensible y emocional.
–Busco la conmoción del público. Y también me conmuevo. Es mi modo. Hay actores fríos muy buenos, y muy cálidos y muy buenos. Yo busco cierto calor. La escena es un umbral, un mundo virtual. Todo es real y nada es real, porque está construido. Pero es muy honesto vivirlo a fondo. Yo hago eso. La conmoción es el lugar donde cerebro y corazón se juntan. Quiero inquietar a las personas; el mejor modo es interrogarlas. Para eso hay que abrirlas, para abrirlas hay que hacerlas reír. Cuando las hacés reír, podés atravesarlas, dar la estocada. El arte te tiene que atravesar con verdad y belleza.
–¿Qué lugar tiene la técnica y cuál la sensibilidad?
–Se lo digo con una frase de Vicente Huidobro: el artista absorbe el mundo a través de su sensibilidad y lo expresa a través de su técnica. Cuando hay equilibrio entre ambos, hay un estilo. Cuando hay desequilibrio a favor de la técnica, hay una manera. Grotowski dice que el corazón sin técnica es una mierda y que la técnica sin corazón es una mierda. La técnica tiene que ser invisible. Si yo aprendí a actuar, todos pueden: yo era muy tímido. Partía del defecto. El aprendizaje entre maestro y alumno en el teatro es esotérico, práctico, empírico. No se aprende con los libros. Como se aprende el gran artesanado… lo que dice el Renacimiento: es un gran artesanado el teatro.
–¿Qué significa eso?
–Te enseña a ser persona. Simone dice algo que puse en la obra, al final: imagino un mundo en el que el centro de la cultura sea el trabajo manual. El objetivo es mostrar al hombre la esencia, enseñarle la solidaridad, un trabajo donde el cerebro y la acción física estén juntos. El teatro es un lugar donde eso existe. Esta idea del desprecio por el trabajo manual, que considera que los más ignorantes deben hacerlo, es profundamente equivocada. En el trabajo manual hay una enorme sabiduría. El oficio es una armonía entre el hombre y el objeto. Muy despreciado por los intelectuales y los políticos. Yo lo admiro profundamente. Cuando Simone se interroga sobre las fábricas, se interroga sobre eso. Ella adora el trabajo de los obreros especializados: los que tienen que usar la cabeza además de las manos, el trabajo clave. Dirigen una máquina y saben cómo. El teatro es una gran respuesta, el lugar donde eso ocurre. Defiendo ese saber artesanal, a 360 grados.
–¿Se siente un obrero especializado del teatro?
–Me gustaría serlo. Cuando hacés teatro, tenés que conocer teorías, imágenes, leer, estudiar; saber desde un texto hasta cómo se pinta una tela o se prepara un bastidor, subir y bajar luces.
–¿Qué lo motivó a hacer una obra sobre Simone Weil?
–La conocí cuando hice La Ilíada. A través de su ensayo (La Ilíada o el poema de la fuerza), descubrí que esa mujer estaba interesada en los personajes menores, en los que yo me había interesado. Cuando años más tarde hice Karamazov, tenía que encontrar textos breves para poner en boca del stárets. Y leyendo los cuadernos de Simone encontré aforismos. Empecé a comprar sus libros y me perdí. Son años que vivo leyéndola. Hasta que decidí hacer una obra sobre ella. La pregunta era: ¿cuento su vida o su pensamiento? Uní ambos. Ella es, aparte de una persona de una enorme honestidad, tal vez una de las grandes cabezas del siglo XX. Y es todo en 34 años. Empecé creando imágenes. En mis talleres, les leía fragmentos a mis alumnos y les decía “creemos imágenes sobre la piedad”. Me iba escribiendo. Mientras, iba estudiando y sintetizando algunos de sus textos.
–Ha dicho que el pensamiento de Simone nos interpela hoy. ¿En qué sentido?
–Sobre nuestra relación con el poder, la verdad, la piedad y lo espiritual. Cuatro cosas fundamentales. Comencé a hacer política de chico, a mis 12 años, con un sentimiento de justicia y de piedad, vi que hay otros que estaban peor y quise ayudar, cambiar las cosas. La iglesia o la religión católica no me daban respuestas, me dirigí al materialismo y tampoco me las dio. Simone descubrió esto muy temprano. Dijo algo muy bello respecto a esto: si usted tiene que renunciar a su inteligencia para creer, no crea. No es la fe la que te salva, son las acciones. El objetivo del ser humano es hacer el bien, por eso se identifica con el cristianismo. La idea de sacrificio está implícita en su pensamiento. Esta idea me llevó a mi infancia, al momento en que decidí que iba a hacer el bien, a una conferencia sobre el hambre en el mundo, en la que descubrí que se podía cambiar algo. Después me dediqué al arte, no a cambiar el mundo, entonces hay que cambiar al teatro.
–¿Sintió impotencia por no poder cambiar el mundo?
–No, seguí siempre creyendo que podía cambiar las cosas. Hay una hermosa definición de Gramsci, que habla del optimismo de la voluntad y el pesimismo de la inteligencia. Simone lo dice de otro modo: no combatimos porque vamos a ganar, sabemos que vamos a ser derrotados; lo que no podemos hacer es no combatir. Estamos destinados: si no combatiéramos, no seríamos nosotros mismos.
–En la versión local de la obra es para destacar el trabajo de la actriz. ¿Cuáles fueron los lineamientos para hacer cuerpo a un personaje tan complejo y extremo?
–Ensayamos en tres semanas. Ella sabía todo el texto cuando llegué y había captado exactamente… La actriz con la que lo hice en Italia era fantástica, habíamos pensado la obra casi juntos. Cuando la hago con Flor, me da otro mundo. Mucho más coloquial, íntimo, por su modo de actuación. Eso me abrió más puertas. Ahora estoy cambiando la obra, corrigiendo detalles, para hacerla más potente. Flor es una actriz dúctil, sabe hablar, tiene un manejo del cuerpo extraordinario y es transparente. Te ilumina todo.
–En varias notas que le realizaron con anterioridad ha dicho que tiene ganas de volver a la Argentina. ¿Sigue teniendo eso en mente?
–Estoy volviendo. Viví en Bolivia hasta 2010, me fui cuando hice el último documental (Morir en Pando). Hubo varios factores: la situación política, haber descubierto muchas mentiras sobre lo ocurrido en Pando; y mi situación familiar, porque mi mujer y mis hijas estaban en Italia y quería salvar ese matrimonio. Finalmente naufragó, pero quedó una relación profunda con mis hijas. El tercer motivo era que había terminado el ciclo con mis compañeros de Teatro de los Andes. Quiero vivir aquí, en América latina, y seguramente en la Argentina. Sólo que no tengo que perder de vista a mis hijas. Estoy resolviendo las últimas cosas y el próximo año voy a estar más aquí que allá. Cuando vaya, será sólo para estar con mis hijas y montar algún que otro espectáculo.
–¿Cómo ve la actualidad del país?
–Muy mal. Creo que este presidente no es ni siquiera neoliberal, es colonial. Lo que dijo cuando vino el rey de España es inaceptable. No he sido kirchnerista, no he participado de la vida política de este país. Pero veo que están cargándose un proyecto que era nacional y diferente. Este país necesita fuentes de trabajo, producir materias primas y elaborarlas, crear industrias, socializar un poco más la cosa rural. Y todo eso se viene abajo. Vamos a endeudarnos de nuevo. El tipo lo dice sin miedo: “mi modelo es India”. Los países con mayor injusticia social del mundo.
–¿Y aun así le dan ganas de volver?
–Quiero volver, con mayor razón. Porque es mi idioma y porque es mi tierra. A pesar de que he vivido casi toda mi vida afuera.
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