TEATRO › GUSTAVO GIORDANO VOLVIO A LAS TABLAS CON AMERICO. HISTORIA DE DOS EXILIOS
Estuvo treinta años sin actuar, hasta que una de sus hijas escribió una obra para él. En la pieza se mezclan los recuerdos de un inmigrante italiano y los de su hijo, militante peronista de los ‘60.
› Por Paula Sabatés
Hacía treinta años que no actuaba, hasta que un día se le acercó una de sus hijas, le dijo que había escrito una obra para él y entonces ni lo pensó. Gustavo Giordano volvió a las tablas luego de tres décadas en las que se dedicó a la política cultural, la gestión privada de espectáculos y la ayuda social. Y lo hizo con una obra que habla tanto de él, que hasta se valió de su propia historia para construir sus personajes. Se trata de Américo. Historia de dos exilios, un relato que mezcla los recuerdos de un inmigrante italiano en sus últimos años de vida y los de su hijo –ambos llamados Américo–, un militante peronista de la década del ‘60 que se cuestiona acerca de los ideales, la lucha y el compromiso por una causa que parece perdida. La obra se verá esta noche y mañana a las 21 en el Centro Cultural Caras y Caretas, ubicado en Venezuela 330, tras una exitosa presentación, en julio, en la ciudad de Mar del Plata.
Dirigida por su propia autora, Luciana Giordano, y por Carlos Evaristo, la obra es protagonizada además por Laura Federico. “La pieza es un encuentro entre dos experiencias”, define el primer actor, que encarna a los dos personajes centrales. “El Américo militante está muy enojado con su padre porque siente que no comprendió su lucha, pero termina perdonándolo porque entiende que lo que siente es miedo, en función de lo que vivió en su Italia del sur entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Es un acercamiento que se da en un momento especial de sus vidas”, cuenta a Página/12.
Con una enorme experiencia que va desde haber sido director del Teatro Nacional Cervantes hasta productor encargado de la sala Auditorium, una de las más importantes de Mar del Plata, Giordano asegura que este trabajo es también para él un desafío. “Lo tomé así desde el momento en que se me acercó Luciana con la obra. Creo que si uno no encara los proyectos con esa actitud, se queda en el tiempo. Siempre se siguen aprendiendo, de uno mismo y de las personas con las que uno trabaja. El teatro es un momento de reflexión, de encuentro y de poder ver la realidad de otra manera, y eso nunca es tarea sencilla”, asegura a horas del estreno en el Caras y Caretas, sala que además ayudó a fundar.
–¿Por qué dice que se basó en su propia vida para construir a los dos Américos?
–Porque a la hora de hacer al Américo padre tuvo mucha influencia en mí mi abuelo italiano. Recupere imágenes, actitudes y formas de hablar de él, su relación con las mujeres, con la familia. Y para el otro Américo recordé imágenes mías, porque este militante tiene mucho que ver conmigo. Soy peronista desde los 15 años, cuando empecé a militar. Y entonces me valí de aquellos recuerdos, y de las cosas que siempre pensé y todavía pienso. También del recuerdo de muchos compañeros que ya no están, con los que empezamos a militar durante nuestra cursada en el Mariano Acosta. Siempre fui peronista y no lo voy a cambiar ahora. Cuando trabajé en el Estado siempre fue con gobiernos peronistas. Trabajaba en Cultura y el día que asumió (Antonio) De la Rúa presenté mi renuncia y me fui. Panqueque no soy.
–La obra habla de “dos exilios” ¿Encontró algo en común entre ambos personajes y sus experiencias?
–Sí, más de lo que pensaba. Sobre todo aquello del miedo. Los militantes peronistas siempre anduvimos sintiendo el sable de algún policía en la nuca. Vivimos tiempos jodidos. Y el otro Américo, el de la Italia del sur, también. Básicamente sintió el miedo de la hambruna, que es lo más difícil que hay.
–Durante su trabajo en el Estado fue director del Teatro Nacional Cervantes, que ahora está próximo a cambiar de gestión. ¿Cuál cree que debe ser su función?
–El teatro nacional tiene la obligación de que el público tenga la opción de ir al teatro y para eso tiene que montar buenos espectáculos, por un lado, y ofrecerle trabajo a los artistas, por otro. Además debe ser consecuente con el contexto económico y tener un precio de entrada acorde a la posibilidad, sabiendo que muchas veces va a tener que ofrecer espectáculos de forma gratuita. Por otro lado, al ser nacional, debe ofrecer teatro de autores argentinos. No es nada del otro mundo, es tan sencillo como eso.
–Y con tanta experiencia también en la gestión privada, ¿cómo ve el panorama de las salas teatrales con la crisis económica actual?
–La verdad que muy mal. El director de esta obra, Carlos Evaristo, tiene su teatro independiente y en diciembre se va porque no puede sostenerlo más. La situación arrasa con todo. El mayor gasto que tiene un teatro es la energía eléctrica y el gas, y si te lo suben de la forma en que lo hicieron, te matan. Y no podés subir el precio de la entrada porque el público del teatro independiente no puede pagar más. Creo que habría que volver a recuperar los teatros sindicales, como esta sala, la Caras y Caretas (perteneciente al Sindicato de Trabajadores de Edificios, Renta y Horizontal - Suterh). En los ‘60, había varios teatros sindicales y todos los artistas más importantes actuaban ahí porque eran un centro de básico de cultura. Ahí tenés la estructura armada, un público cautivo, que son los afiliados que van gratis o con bonos muy baratos, y podés ofrecer teatro de buena calidad.
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