TEATRO › ERNESTO SUAREZ COMPARTIO EXPERIENCIAS EN EL FESTIVAL BAHIA TEATRO
El actor y director mendocino, que participa del festival bahiense con uno de sus clásicos, Educando al nene, dio una charla pública a estudiantes de teatro, a quienes deslumbró por su entrega al teatro popular, que desarrolló tanto en el país como en toda América latina.
› Por María Daniela Yaccar
Desde Bahía Blanca
Ernesto “El Flaco” Suárez hipnotiza. El actor y director mendocino, de 76 años, participó del festival Bahía Teatro con uno de sus clásicos, Educando al nene, en el que actúa junto a Daniel Quiroga, otro referente del teatro de Mendoza. Además, también en compañía de Quiroga, brindó una charla en la que recorrió su vida, para estudiantes de teatro, plagada de anécdotas y consejos. Su entrega al teatro popular, los años en el exilio, la formación de grupos en Latinoamérica, el trabajo en cooperativa en la capital mendocina, las experiencias en pueblos y barrios y el protagónico en cine junto a Rodrigo de la Serna en Camino a La Paz: el encuentro transitó por estos y otros aspectos. Finalizó con la narración de un cuento y una platea emocionada.
La charla en la Escuela de Teatro de Bahía Blanca comenzó por el principio. “Empecé a hacer teatro por perseguir a una mina. Me enganchó el teatro, la mina también. Fue mi pareja durante cinco años. Empecé sin haber visto teatro en mi perra vida. Tenía 24 años”, contó Suárez. Por el teatro abandonó sus estudios de abogacía y un trabajo como gerente en una editorial, que le daba mucho dinero. Sus primeros pasos fueron en un teatro “estudiantil, posmoderno, intelectual”. “Hice La lección, de Ionesco. Hacía un personaje que entraba, hacía mímica y salía. Le pregunté al director ‘¿qué vengo siendo yo acá?’. ‘Vos sos la nada’, respondió. ¡Andá a entender esa huevada! La invité a mi vieja, analfabeta fanática, a ver la obra, y no entendió un carajo. ‘Me aburrí muchísimo, mijito. No entendí nada, soy bruta’, me dijo. Después me di cuenta de que el bruto era yo”, recordó el actor.
Vendría, entonces, otro giro importante: su decisión de hacer teatro popular. Fue a hacer un infantil a una villa miseria de su provincia –él, de origen humilde, también vivía en una– donde un aluvión “muy fuerte” había causado la muerte de muchas personas. Un vecino le remarcó que eran los pobres los que morían cuando ocurrían esas catástrofes. “Me fui al barrio a vivir, prácticamente, y montamos El aluvión con 90 personas. Llenamos el teatro más grande de Mendoza, fuimos a barrios e hicimos asambleas”, relató. En ese momento le ofrecieron una beca para estudiar en Europa con Étienne Decroux, maestro de Marcel Marceau. Pero optó por quedarse en su tierra. Cuatro años después le llegó la “beca Videla” y partió. El militaba en Peronismo de Base, en tiempos en que “la militancia era una buena palabra”.
“Me fui a distintos lugares de Latinoamérica y descubrí el teatro marginal. He montado cantidades de espectáculos con gente de barrios, zonas marginales, comunidades indígenas. He formado grupos en Perú y Ecuador. Voy buscando una forma de que el teatro sea un grito. Y que a la vez tenga una estética”, contó. En el exilio, con distintos maestros –como Santiago García o Enrique Buenaventura– se reafirmó en la creación colectiva. Y formó grupos como El Juglar, en Guayaquil. El pensamiento de Paulo Freire fue muy influyente en su modo de ver el mundo, como el humor de los farsantes medievales, Aristófanes, Moliere, Chaplin y el cine italiano de la década del 70.
“Todas mis obras satirizan la estructura del poder. El humor es subversivo. No todas mis obras son humorísticas, pero nos acompaña como herramienta de lo popular”, explicó. Educando al nene, el espectáculo que mostraron en el Teatro Municipal y que tiene más de dos décadas, es un cuestionamiento al machismo y a las instituciones que lo fomentan. No hay escenografía y ellos usan, para todos los sketches, el mismo vestuario. La risa pasa por las actuaciones. “No somos contadores de chistes. La nuestra es una propuesta de lectura fácil, con contenido, a través del humor”, sintetizó Quiroga.
Tras la dictadura, Suárez se instaló en Mendoza, incentivando la formación de grupos, recorriendo pueblos y barrios, contando cuentos. A los estudiantes de Bahía les recomendó pintar su aldea y no quedarse con lo que la educación tradicional les brinda: “Ninguna escuela forma actores. Acá tienen que recibir cosas. El actor se hace en el escenario, cuando tiene que pelearla, sabiendo poner cables, luces, sonido. No hay que frustrarse. Quedarte en tu pueblo significa pelear. Cinco teatros he perdido. Pero ésa es nuestra lucha: la praxis permanente de contacto con nuestros pueblos”.
Distinguido en mayo con el premio Domingo Faustino Sarmiento que otorga el Senado de la Nación, El Flaco se refirió también a su actualidad. En este momento tiene cuatro espectáculos en cartel. Trabaja junto a Quiroga y un grupo de artistas en El Taller, espacio ubicado cerca del centro de Mendoza, que funciona como cooperativa. Además, brinda en la universidad la cátedra “El espacio como estímulo para crear”.
Una joven le consultó por su experiencia en cine. La primera de semejante recorrido. Por su unipersonal Lágrimas y risas lo habían fichado para El aura, pero se había negado por compromisos teatrales. Volvieron a llamarlo para trabajar en Camino a La Paz. Y de nuevo dijo que no. “Me llamó el director (Francisco Varone), me contó que iba a viajar 45 días con De la Serna, porque éramos los protagonistas. Y yo le dije, ‘¿y qué tal es De la Serna? Me encanta como actúa, pero ¿no es un pelotudo?’ El director me respondió que Rodrigo le había preguntado lo mismo”, contó.
Al poco tiempo De la Serna lo visitaba en su casa: “Peló una viola, empezó a tocar tango, yo canto tango también. Así que se armó la joda, empezamos a chupar. Las vecinas estaban todas alzadas. Yo vivo en un callejón sin salida, muy comunitario, de artesanos, pintores, gente muy amiga. Se quedó dos días Rodrigo. Y después dije que sí”, relató Suárez. “El cine es una bosta. No es para nosotros. Tenemos hormigas en el culo los actores de teatro”, bromeó. Y, otra vez, graficó con una historia: viajaron kilómetros sólo para encontrar el árbol que el director necesitaba para una escena. “Llegamos al árbol, nos ataron. Cuatro horas atados a la mañana, cuatro a la tarde. Tenía que venir un perro y ladrar. ¡Y no ladraba el hijo de puta! Cuando vi la escena me pasaron dos cosas: puta, por un lado me dio bronca porque dura cuatro minutos. Después, me di cuenta de que el director había elegido súper bien el árbol. Era sumamente bello.” Por su interpretación de un pensador sufí recibió el Premio Sagai a mejor actor revelación de cine.
“En todo este tiempo he pasado cosas malas. Pero tengo hermanos por toda América latina, compartí noches con Yupanqui, Zitarrosa y Jara; fui amigo, compañero, compadre de la Mercedes Sosa. ¿Quién me quita todo eso? A esta altura, siento las voces que me llaman y me cago de risa. Yo dije, ‘puta madre, me recontra cago en los patrones y el verticalismo’. Entonces tengo que ser artista. Perdí un montón de cosas. No solamente guita, también amores y patria. Pero ganás en libertad. Teniendo 76 años puedo saltar y correr porque hago lo que se me canta el culo. He llorado. Pero no cambio lo que elegí. El teatro fue, es y será mi pasión hasta el último instante”, concluyó El Flaco, antes de que lo rodeara un grupo de estudiantes transformados por su historia.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux