TEATRO › CRóNICA DE LA 11º EDICIóN DEL FESTIVAL BAHíA TEATRO, QUE CULMINó EL DOMINGO
En una ciudad que arrastra un estigma, el actor Juan Manuel Caputo organiza un exitoso encuentro, que este año contó con obras de Hong Kong, Brasil, Bolivia y Chile, además de puestas locales y de Córdoba, Formosa, Buenos Aires y Mendoza.
› Por María Daniela Yaccar
Desde Bahía Blanca
Bahía Blanca tiene un estigma. Y varios motivos para tenerlo: el mayor asentamiento naval del país, un intendente que hace turbias declaraciones, un multimedios ultra conservador, el primer periodista pro militar de derecha imputado por delitos de lesa humanidad, nubes tóxicas emanadas cada tanto por un polo petroquímico multinacional, y la lista podría seguir. “Es una ciudad dura y conservadora. Pero la idea de que es facha es más de afuera que de adentro”, dice el actor Juan Manuel Caputo, creador de Bahía Teatro, festival que se realiza en esta ciudad ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires y cuya 11º edición finalizó el domingo. En un lugar de estas características, pareciera que el arte, con su fuerte presencia, funciona como respiro y trinchera.
Caputo tenía 26 años y estaba deprimido. Había dejado Bahía, se había instalado en la ciudad de Buenos Aires con el fin de salir en la tele y triunfar como actor. No se dio, regresó a su ciudad, pero ya no tenía novia, tampoco plata, y la depresión lo llevó a crear un encuentro de teatro. Pasaron los años. El vive otra vez en Buenos Aires, pero ya entendió que triunfar no pasa por salir en la tele. Que el éxito es esto. Que ese encuentro se haya convertido en un festival internacional de impronta federal, con apoyo del Estado y colaboraciones pero esencialmente independiente, al igual que los de otras disciplinas que se realizan en la ciudad. Caputo y las actrices bahienses María Moggia y Cintia Passarella son la tríada que lo sostiene. Los dos primeros se esfuerzan especialmente en la previa; Passarella –la única que aún vive aquí– corre por la escenografía, los traslados, la comida. Nueve colaboradores los acompañan en el desafío.
Este año, el festival estuvo a punto de no hacerse, debido a un desencuentro con el secretario de cultura local, Ricardo Margo, respecto del aporte económico de la Municipalidad al proyecto. Finalmente se llegó a un acuerdo. Además, por el cambio de gobierno y la falta de claridad, los organizadores decidieron no hacerlo en marzo, como es habitual. Más allá de los obstáculos, Bahía tuvo su acontecimiento teatral más importante, con la llegada de compañías de Hong Kong, Brasil, Bolivia y Chile; de Córdoba, Formosa, la ciudad de Buenos Aires y Mendoza; la presentación de obras locales; funciones en el centro y en los barrios; charlas, talleres y espacios de pensamiento.
Era de esperar que en la charla que ofreció Charo Moreno en el Centro Cultural La Panadería emergiera el estigma bahiense. La actriz y directora presentó el libro Y con esta luna… cartas desde la cárcel, en el que publicó, tal como estaban escritas, las cartas que le mandó a su madre cuando fue presa política, durante la última dictadura militar. Las cartas estuvieron durante décadas en un bolso, hasta que la autora se animó a redescubrirlas. Y con ellas no sólo hizo un libro-objeto, sino también una obra de teatro. En la charla, una joven comentó que sus padres temían por su participación en el centro de estudiantes; una exdirectora de escuela dijo que un puñado de maestras se oponía al feriado del 24 de marzo; un hombre se quejó de los profesionales de Bahía, especialmente de los abogados, ingenieros y contadores, porque “están al servicio del polo petroquímico”.
Durante algunos días –esta nota es, claro, un recorte–, el festival dio la posibilidad de encontrarse con creadores de larga trayectoria, con una gran historia detrás, de militancia e ideales, que siguen abrazando, cada uno a su modo, la independencia. El de Moreno –quien trabaja artesanalmente en sus libros, llega a pueblos y barrios para dar charlas y firmar cada ejemplar– es un caso. Otro es el de Ernesto Suárez, figura del teatro mendocino que suele estar invitado. No sólo es un placer ver actuar al Flaco –”¡gracias, Mendoza!”, gritaba afiebrado el público de Educando al nene–, también lo es escucharlo hablar. Tiene 76 años y desde los veintipico se aboca al teatro comunitario. En la dictadura tuvo que exiliarse y en distintos países de Latinoamérica se afianzó en la creación colectiva. Formó grupos en Ecuador y Perú. Volvió a Mendoza y actualmente trabaja en cooperativa. Fue una gema la charla que ofreció en la Escuela de Teatro junto a Daniel Quiroga, su partenaire en la comedia que presentaron en el bellísimo Teatro Municipal, un espectáculo sobre el machismo que demuestra que sólo hacen falta buenos actores para que haya teatro.
Otro ser imprescindible del Bahía Teatro es Carlos Fos, doctor en Antropología Cultural e historiador teatral, quien, como Suárez, militaba en los ‘70 en el Peronismo de Base y estuvo exiliado durante la dictadura. Por las mañanas, en la luminosa sala de coros del Teatro Municipal, mientras el ballet ensayaba o se escuchaban voces afinadas que llegaban desde algún rincón del coliseo de la calle Alsina, Fos ofrecía un enriquecedor espacio de crítica y desmontaje.
En el Teatro Variette se presentó un icono de la cultura independiente local: Patricia Galassi, alias “La Tana”, quien hace trece años convirtió a un criadero de pollos ubicado en las afueras de la ciudad en un centro cultural habitado por artistas que viven en comunidad. Se llama El Peladero. “Las personas revolucionarias tienen que estar en los lugares más pacatos para transformarlos”, ha dicho La Tana. Su pensamiento, corrido de la heteronorma, el patriarcado y el capitalismo, se manifestó en el work in progress de Puck! Ni una menos, extravagante performance sobre la violencia de género, “ópera shock” en palabras de la artista, que experimenta con una premisa muy particular: la “gestualidad de la voz”, para decir sin palabras lo que no se puede decir a través de ellas.
Gran revuelo causó la llegada de un espectáculo de teatro ciego (Un viaje a ciegas): era la primera vez que esto ocurría en Bahía y El Tablado, la sala de la Asociación Argentina de Actores, se llenó. Otra nota llamativa fue un espectáculo de Hong Kong, Landscape in the mist, que con simpleza, belleza y poesía funcionó muy bien, salteando las barreras culturales. Y eso que la actuación del grupo de Hong Kong no estaba prevista originalmente: ellos iban a presentarse en el festival de Formosa, que se suspendió. Aprovecharon los pasajes y terminaron en Bahía. No se sabía lo que podía pasar, pero con música, narración, actuación y manipulación de objetos se metieron al público en el bolsillo. Eran ocho jóvenes. Durante la cena, aquella noche, se los veía extremadamente alegres y dependientes de sus teléfonos. Se ofendían cuando alguien les decía “chinos”.
Bahía Teatro tiene, además, un potente circuito barrial: el festival sobrepasa las coquetas calles del centro y copa sociedades de fomento y escuelas de la periferia. A los chicos de Kamishibai (Kika Producciones, Córdoba) les tocó vivir una experiencia accidentada, aunque no por ello poco feliz. Llegaron al barrio Ingeniero White, allí donde está el polo petroquímico –que cada tanto emana nubes tóxicas, agrieta las casas de los vecinos y contamina el mar en el que alguna vez se pudo nadar–, y en la sociedad de fomento en la que tenían que actuar sólo había un hombre tomándose un vino y fumándose un pucho. Resulta que todos los pibes de White estaban en la escuela –asisten doble escolaridad– y entonces hubo que mudar la función hasta allí, no sin antes pedir permiso a la directora, quien por suerte entendió rápidamente la situación. En el comedor de la escuela Paula Albarracín, la efusividad del público era notable. Prácticamente toda la función se desarrolló entre gritos. En la mitad de la obra, la luz se cortó. Y en un momento, el sol dejó de entrar por la ventana. Pero el show continuó. El teatro, a veces, está hecho de estas emergencias, que sirven para recordar que es un hecho vivo.
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