TEATRO › ENRIQUE PAPATINO, REFERENTE DEL TEATRO COMUNITARIO
Es el coordinador del Programa Cultural en Barrios. Junto con el grupo Res o no Res, de Mataderos, presenta Fuentevacuna, obra coral que reúne elementos de murga, ópera y comedia musical.
› Por Hilda Cabrera
El teatro comunitario sigue aspirando a la calidad. Sus referentes más creativos han logrado distinciones a nivel internacional, como Catalinas Sur y Los Calandracas, el primero con veinte años de vida. El actor, director, dramaturgo y guionista Enrique Papatino acude a esos ejemplos al referirse a Fuentevacuna, obra que reúne elementos de la murga, la ópera y la comedia musical para rescatar una movilización popular con “reminiscencias” de Fuenteovejuna, de Lope de Vega. El propósito es traer al presente la protesta y toma del frigorífico estatal Lisandro de la Torre, de Mataderos, que en enero de 1959 encabezaron los nueve mil trabajadores que resistieron la privatización de la empresa. Hubo represión, despidos masivos y abandono de los obreros por algunos sindicalistas. A pesar de ese final desgraciado que “marcó al barrio” y dejó la memoria de una huelga que los vecinos aseguran nunca se levantó, “los poderosos les tienen miedo a las movilizaciones”, opina Papatino, quien hoy alterna la función de director de este espectáculo con la de actor en Procedimientos para inhibir la voluntad de los individuos, obra en cartel, basada en textos de Kafka y dirigida por Enrique Dacal.
Intérprete con formación musical en el Conservatorio Municipal Manuel de Falla, y de canto con el barítono Luis Gaeta, Papatino fundó los grupos Amigos de lo Ajeno y Res o no Res de Mataderos. Con este último acaba de estrenar una obra coral, Fuentevacuna, en la plaza seca del Parque Alberdi (Lisandro de la Torre y Tandil, en Mataderos), que ahora se traslada a otro espacio. El domingo 22 compartirá el Galpón de El Epico de Floresta (en Gaona 4660) con La reina de Pompeya (a cargo del Grupo de Teatro Comunitario de Pompeya); Oíd el grito (por Boedo Antiguo) y Cachuso Rantifuso (por El Epico de Floresta), obras breves todas, de apenas 30 minutos, incluidas en el Programa Cultural en Barrios, que coordina el mismo Papatino. La función se iniciará a las 14, con acceso gratuito, aun cuando los elencos están autorizados a pasar la gorra. Los protagonistas son aquí los vecinos-actores, conducidos por profesionales: “Se busca explotar el talento de cada uno donde lo tiene y no insistir donde no lo tiene”, aclara Papatino.
–¿Quiénes proponen los asuntos a tratar?
–Eso depende de cada grupo. Por experiencia, sé que es importante ejercitar el oído, saber escuchar a los vecinos y conocer en profundidad la historia del barrio. Este es un teatro de carácter social, donde el coro comunitario se comporta como si fuera el pueblo interpelando.
–¿Qué lo atrajo de este tipo de expresión barrial?
–Cuando entré en esto, en el 2002, me hallaba muy confundido. Hacer teatro en una plaza significa perder la contención que uno tiene cuando trabaja entre las paredes de un teatro. Pensé que iba a caer en una trampa, pero después me atreví a salir con los vecinos y descubrí formas nuevas, otras leyes... Sabía que en lugares así no podía hacer un teatro intimista, y aprendí que un hecho de carácter social o político era fundamental para este teatro.
–¿La crisis de 2001 sacó a la luz viejos y nuevos conflictos?
–El teatro barrial creció después de la crisis. Sobre los temas, ya lo decía Tato Bores: el día que deje de tener libreto, voy a ser un hombre feliz, porque eso significa que el país está funcionando. Y es así. La crisis de entonces y la brecha entre lo que ofrece la política y la aspiración del pueblo es tan grande que los que estamos en esto podemos aprovechar ese espacio de conflicto y convertirlo en materia teatral.
–¿Esta actividad lo aleja del teatro en el que se formó?
–Eso es imposible. Era muy chico cuando empecé a estudiar con el actor y director Pedro Aleandro (padre de Norma). Su nieto Oscar Ferrigno dice que Pedro me crió. Y así parece, porque mi padre, el actor Víctor Papatino, ahora retirado, fue alumno de Pedro, y yo lo acompañaba a su Teatro Escuela. Mi padre me impulsó también a estudiar piano y canto. Todo esto pasaba en una época muy triste para nosotros, porque mi madre había enfermado. Ella murió cuando yo tenía 12 años. Encontré fuerza en esta locura de vivir para el hecho artístico, y supe que no renunciaría a ese “viaje de ida” que –creo– alguna vez toca a todos. No podía retroceder: sabía que en adelante no haría otra cosa que dedicarme a esto. Estaba tan seguro, tan sin dudas, que empecé a encontrar trabajo, a veces malo y otras bueno, mejor o peor pagado. Con el teatro comunitario agrego experiencia y trabajo. Ensayar a las 3 de la mañana puede parecer una locura, pero uno encuentra siempre a alguien dispuesto a compartirla.
–¿Cartas de amor a Stalin es parte de esa locura?
–Va a ser estreno nacional. Con el mismo equipo de Procedimientos..., donde actúo con Julio Ordano, más la incorporación de Jessica Schulz, estamos preparando esta obra del español Juan Mayorga. Cuenta la historia de un escritor cuyo nombre figura en una lista negra. Mayorga nos muestra qué sucede en el interior de un artista que la sociedad dejó de lado y cuánta potencia tiene la literatura. Porque este hombre, aunque sea a través de unas cartas de reclamo, puede seguir haciendo literatura y crecer con esa escritura. Mayorga es “un autor para la voz”. Sus textos cobran más interés cuando son dichos. Cartas... es una obra bien escrita que no carga con la condena de transmitir ideas solamente.
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