TEATRO › HOMENAJE A HENRIK IBSEN, GRATIS, EN EL TEATRO NACIONAL CERVANTES
El espectáculo Las mujeres de Ibsen, que se podrá ver hoy, recreará textos extraídos de diversas obras del dramaturgo noruego.
› Por Hilda Cabrera
Cómo enmarcar a los personajes femeninos rescatados en Las mujeres de Ibsen, espectáculo que bajo el formato de teatro leído se ofrecerá hoy a las 18, y por única vez, en el Salón Dorado del Teatro Nacional Cervantes para recordar los cien años del fallecimiento del dramaturgo noruego Henrik Ibsen. ¿Qué comparten esas mujeres? En principio, la libertad de elegir cómo vivir, actitud que acaso les permite evadir ciertas imposiciones e incluso atreverse en el mundo de los afectos. Los personajes de Ibsen son aún materia de debate: artistas e investigadores no se ponen de acuerdo sobre el significado de cuestiones tales como el compromiso social, la renuncia a la verdad, la corrupción o el engaño. Pero es justamente la singularidad con que se plantean y lo complejo del contenido lo que otorga vigencia a la casi totalidad de sus textos. La existencia de este autor transcurrió en tiempos de auge literario: nació en 1828, catorce años después de que Noruega se independizara de Dinamarca, y murió en 1906, cuando su país se separa de Suecia. Del homenaje que se le tributará hoy (con acceso gratuito) participan dos actrices con experiencia en Ibsen, Graciela Dufau e Ingrid Pelicori, y junto a ellas María Socas y Julieta Díaz. El propósito es recrear textos extraídos de Peer Gynt, poema dramático de 1867; Casa de muñecas (1879); La dama del mar (1888) y Hedda Gabler (1890). La dramaturgia y dirección corresponde a Hugo Urquijo, en tanto Rodolfo Bebán se encarga de los enlaces entre la campesina Solvey y las señoras Nora, Elida y Hedda.
–¿Quién es Nora en ese universo femenino?
María Socas: –Ella es la primera que se detiene a pensar qué hacer con su vida y la que pasa directamente a los hechos.
Graciela Dufau: –Algunos piensan que la atrevida mayor es Hedda, pero no la única. Hay otros personajes secundarios: mujeres que se casan porque no tienen otra salida y viven con un gran susto esa hipocresía. De Hedda se dice que desprecia la maternidad. Diría que la aterra.
M. S.: –A Nora la discuten todos. No le perdonan que abandone a sus hijos.
G. D.: –Es que los hijos eran el gran trabajo y la gran obligación de la mujer que se casaba para escapar de la tutela del padre. Cuando hace años hice Casa de muñecas me sensibilicé tanto que pensé algo que no me atreví a confesarle a Hugo (Urquijo), mi marido. Fantaseaba con abandonarlos por quince días: a él y a mis hijos. Es muy loco, pero me pasó.
M. S.: –Se cuenta que Ibsen tuvo que cambiar el final cuando la obra se representó en Alemania. El público no toleraba que Nora diera el portazo.
–¿Por qué se descree de esa toma de conciencia, de la “repentina” lucidez de Nora?
Julieta Díaz: –Como en todas las cosas, todo va bien hasta que te cae la ficha. De Madame Bovary se decía algo parecido. Ella no tenía “instinto maternal”, pero tampoco satisfacciones en su vida de casada.
M. S.: –No es cierto que sea un comportamiento repentino. Reacciona así cuando ve que el marido no la ayuda y lo único que le importa es su propia imagen. El tiene un concepto exterior del honor. Eso no le pasa a Nora. Ahí se da cuenta de que en esa casa es un adorno.
J. D.: –No tiene importancia lo que dice la gente snob sobre un personaje. El actor no necesita justificar el papel que interpreta.
–Elida, de La dama y el mar es otra mujer en conflicto...
G. D.: –Leí que esa obra tiene episodios vividos por Ibsen. Una noche, estando con su mujer y unos amigos, desapareció sin que lo advirtieran. Fueron a buscarlo y lo encontraron frente al mar, encandilado.
–En esa historia hay un marido y un extraño marino que debió huir por haber matado al capitán de un barco...
G. D.: –Me parece que estamos haciendo una ensalada Ibsen.
J. D.: –La gente va a creer que Ibsen fue usado para matar a un capitán.
Ingrid Pelicori: –Esa fascinación ante el mar se produce por la presencia de lo oscuro, lo misterioso. Ese marino es como el mar que despierta admiración y miedo, y “horrible”, por tramposo y criminal. Elida logra atravesar esas oscuridades y confiesa: “Eso que llamo horrible no está afuera, sino adentro mío”.
G. D.: –Diría que estas mujeres encontraron la manera de reflexionar sobre sus deseos y limitaciones.
M. S.: –Y salir de lo ilusorio.
I. P.: –Saber qué desean y obrar en consecuencia, como en Nora el rechazo de los hijos, una cuestión no superada, porque los hijos son sagrados.
G. D.: –Es así: la madre puede ser abandonada, pero nunca abandonar.
M. S.: –Porque está en juego la supervivencia. El abandono voluntario es muy traumático para un chico: lesiona su salud mental y física. En la época de Ibsen no se podía siquiera cuestionar el abandono, hoy sí. No creo que a un autor lo obliguen a cambiar el final de una obra.
I. P.: –Eso es también una creencia, porque en otras culturas se educa a los chicos en grupo. La maternidad es un mandato que se acepta a ciegas: pocas mujeres se atreven a preguntar qué pasa entonces con el deseo.
–¿Solvey, la campesina que espera a Peer Gynt, sería una Penélope escandinava?
I. P.: –Penélope es más humana. Solveig es un ser poético y hasta religioso. Su amor parece estar más allá de lo humano y lo femenino. Peer Gynt regresa y ella está intacta, como si el tiempo no hubiera transcurrido. Es el símbolo de lo absolutamente puro.
–¿Cómo imaginan esos tiempos retratados por Ibsen?
M. S.: –Era una época de recuperación de lo folklórico, y en toda Europa. Una búsqueda que se vincula al movimiento romántico.
I. P.: –Después de la etapa simbolista (Peer Gynt), Ibsen centra su atención en los temas sociales. Sus personajes desenmascaran la hipocresía, la doble moral de los habitantes de los pequeños pueblos: se pregunta qué es el bien y el mal.
M. S.: –Y la mentira, como en El pato salvaje, donde se convierte en una forma de la piedad, y hasta en un acto amoroso.
–La mentira que predica en esa obra el doctor Redling, porque –según este personaje– las personas débiles y soñadoras no resisten la verdad.
I. P.: –El que la resiste se queda solo, como Stockmann, en Un enemigo del pueblo, cuando denuncia la contaminación de un balneario y no aceptar transacciones. Ahora, con lo de las pasteras, podríamos tener versiones por todos lados. No es raro que las obras de Ibsen sigan aportando material después de tantos años. Sus personajes dicen frases complicadas, como que el pueblo tarda cincuenta años en tener razón.
G. D.: –En algún lugar leí que la mujer de Ibsen decía que los críticos tardaban diez años en comprender sus obras.
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