TEATRO › “MAMUSHKA”, POR LA COMPAÑIA CIRCO NEGRO
Los directores Mariana Sánchez y Pablo Zarfati cuentan detalles del espectáculo, que tiene para ofrecer una inquietante puesta visual. Pueden disfrutar de él tanto grandes como chicos.
› Por SebastiAn Ackerman
La compañía Circo Negro, dirigida por Mariana Sánchez y Pablo Zarfati, ofrece un espectáculo del que pueden disfrutar tanto grandes como chicos. Con trapecistas que parecen fundirse en un solo cuerpo, bailarinas aéreas, juegos de luces y colores, el show que propone Mamushka es, como su nombre lo indica, una caja de sorpresas. “Cuando lo veo, que es algo que puedo hacer recién ahora, porque antes estaba dentro del espectáculo actuando y dirigiendo –explica Sánchez en diálogo con Página/12–, me da unos momentos que para mí son buenos para todo el mundo: una gran contemplación, me divierte, me da alegría; y al final, después de todo lo que pasó, como un caleidoscopio o como un tren que va rápido y el paisaje avanza, se logra que la mente se vacíe por un momento. No es que uno tuvo la intención de hacer eso, pero lo que se generó es que al final de todo el bombardeo de imágenes, sensaciones y colores hay un momento de profunda meditación, de profunda calma.” Integrante del grupo La Trup a principios de los ’80, dice que el mundo “ya está muy conflictuado, muy agresivo, muy violento, muy caótico. Lo que nosotros buscamos generar con Mamushka es un poco de belleza”. Lo buscan los viernes y sábados a las 21.30 y los domingos a las 20.30 en el Club de Trapecistas Estrella del Centenario (Ferrari 252).
El espectáculo apunta todo el tiempo a estimular los sentidos: la luz negra resalta a cada momento los colores con los que juegan los artistas, formas que aparecen y desaparecen, cuerpos que flotan, trajes que nadan, en un ambiente musicalizado por mantras hindúes. Zarfati explica que “nosotros queríamos hacer un espectáculo. Entonces dijimos: bueno, ¿qué tenemos? Tenemos un tubo de luz negra. Sólo eso. Pongámoslo en el piso. Y vimos que el lugar se convertía en un lugar mágico, sólo con un tubo. Y así nació, prácticamente con nada. Sin embargo, a la gente le pasan muchas cosas”, Sánchez amplía: “Nosotros trabajamos desde lo musical con mantras, que es una música altamente espiritual, devocional. El sonido mismo del idioma hindú ya hace vibrar determinados centros de energía, más allá de que uno tenga afinidad o no. Si la persona no se va porque se vuelve loca, hay algo que empieza a funcionar solo. Y desde lo visual no atormentamos, que las cosas sucedan lentamente, funciona como un caleidoscopio en el que se van dando formas, y siempre son los mismos colores. Hay algo que se va haciendo un lenguaje común”.
Sin un solo diálogo, invita a la imaginación, por lo que el mensaje no es algo lineal que hay que saber interpretar, sino que “queda en un plano más intuitivo que conceptual, cómo uno comunica con la música, con el movimiento. Yo me guío por intuición y con la sensación que a mí me produce, porque muchas veces no se pueden poner en palabras sensaciones que tienen que ver con los sentidos. ¿Qué es lo bello?, ¿qué es la emoción? Uno trabaja con su percepción. Si el otro recibe algo que le gusta, el espectáculo está funcionando”, afirma Sánchez. Zarfati, por su parte, opina que ellos proponen “calma, una comunicación, poder transmitir cosas, intercambiar, no burbujas donde cada uno hace su historia. Yo lo veo en cada función, los estados por los que va pasando esa platea y ver el final en el que están todos como en una pausa. Eso se dio porque nosotros quisimos llegar a la gente de una forma distinta. Esto de provocar sensaciones se materializa porque hay distintos abordajes de las cosas”, reflexiona.
¿Por qué la compañía se llama Circo Negro? Porque hay algo que atrae desde lo lúdico, que pone en escena los cuerpos, la “diversión” que brinda el circo, asegura Sánchez. “El circo es universal, milenario. Convoca desde los más chicos hasta a los viejos. Como espectáculo, como lenguaje, creo que no hay nada más universal.” Además, “el circo tradicional, la carpa, el padre que le enseñaba al hijo, no está más. Cuando en Capital se prohibieron las carpas el circo tradicional entró en decadencia, porque no puede sostenerse. La nueva oleada de circo es gente como yo que no viene de la tradición circense, sino que elige hacer circo, y viene con otro concepto. Yo primero hice danza, después expresión corporal y otras cosas, y recién después circo. Entonces es una mirada completamente diferente. Le aporta muchos elementos, otra amplitud... al espectáculo”. Y ejemplifica: “Hacer un número aéreo con un mantra no existe en un circo tradicional. Mi maestro de trapecio, que sí venía del circo tradicional, siempre me decía ‘esto está bien pero hay que revisar la música’. La gente de circo aprendió de pequeña una técnica muy estricta”.
Zarfati opina que también atrae la “mística” del Club de Trapecistas, que tiene una historia particular: en 1910 llegaron a Argentina delegaciones de Rusia, Polonia y Ucrania por los festejos del Centenario. De Kiev vino un trío de acróbatas que integraba Jaim Nobel, de sólo diez años, que nunca imaginó que nunca volvería a su país. Quince años después, llegó al país Abraham Mociulsky, conocido de los hermanos Nobel y originario también de Kiev. Abraham compró una finca en Parque Centenario que durante años los hermanos Nobel utilizaron como espacio de entrenamiento, hasta que lograron montar una tienda y hacer representaciones. Pero en 1940 el terreno se transformó en la fábrica textil de Mociulsky Hnos., que en décadas sucesivas conoció distintos avatares hasta quedar prácticamente abandonada en los ‘90. En 2004, Pablo Zarfati, descendiente de Jaim Nobel, se contactó con el hijo de Abraham Mociulsky, con quien adquirió la fábrica abandonada para transformarla nuevamente en una escuela de circo, espacio de entrenamiento y espectáculos.
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