TEATRO › MARCELO SAVIGNONE, ACTOR Y DIRECTOR DE “SUERTE”
En la pieza que se ofrece en el Teatro Belisario, el protagonista ensaya infinidad de formas de matarse... con el fracaso como único resultado.
› Por Cecilia Hopkins
Un hombre joven, en la plenitud de sus fuerzas, decide suicidarse por amor. Para conseguir su objetivo lo prueba todo: se tira bajo el tren, toma arsénico, se cuelga, se rocía con combustible. Pero en todos los casos, a último momento, algo frustra su intento. Entre un acto suicida y otro, el hombre vuelve a llamar a la chica que lo ha dejado, con el objeto de convencerla de retomar la relación. Pero esto parece algo más difícil de lograr que concretar el suicidio. Amarga y humorística en dosis adecuadas, la historia desencantada es la que cuenta el actor y director Marcelo Savignone en Suerte, unipersonal que presenta los viernes y sábados en el Teatro Belisario. Con esta obra, el creador de El vuelo –particular visión del universo chejoviano estrenada el año pasado– vuelve al formato que ya había probado hace tiempo en La esperata y El comeclavos. En este trabajo, a diferencia de otros, expone una singular llaneza narrativa. Por tanto, Savignone renuncia a elaborar intrincados entramados de situaciones pero sin dejar de lado lo característico de su teatro: su raíz física, su propensión al canto y la danza. Suerte encuentra a su protagonista encerrado en su monoambiente (diseño de Lina Boselli) aunque también salga al exterior a tentar suerte en el suicidio: por delante de su habitación se abre un espacio donde todo es posible, incluso que un tren en miniatura arrolle al protagonista: “Es el lugar de la línea onírica de la historia”, aclara Savignone en la entrevista con Página/12. “Siempre me atrajo el suicidio como tema, aunque el juego y la comicidad siempre acompañan mis trabajos”, continúa. “Y como ya en reiteradas oportunidades había aparecido este asunto en mis obras, pensé que con Suerte lo alejaría de una vez por todas.”
Si se le pregunta qué es lo que le resulta atrayente de la idea del suicidio, el actor y director responde: “El hecho de encontrarlo tan irracional y, a la vez, tan pensado y programado hasta en los últimos detalles”. Por este motivo, Savignone decidió en un principio realizar un catálogo de muertes posibles y así su personaje se convirtió provisoriamente en un experto que, como sucede en Prohibido suicidarse en primavera, de Alejandro Casona, asesoraba a quien solicitase sus servicios para conseguir personalizar el modo de autoeliminarse. Pero hubo también otras indagaciones a lo largo del proceso de armado del espectáculo: “Quise conocer qué es lo que le ocurre al cuerpo en cada una de las formas posibles de morir. Y tiempo después trabajé con la memoria sensorial, una técnica muy alejada de mi formación, que me sirvió para encontrar la estructura”. Así, la historia se cuenta a través de secuencias de movimientos combinadas con canciones que el mismo actor interpreta. “Todo es muy artesanal: me muevo, canto, actúo pero hasta hay efectos especiales”, afirma Savignone, haciendo referencia a la proyección que aparece sobre su torso desnudo, señalando el efecto del veneno sobre el cuerpo del suicida, “un personaje de clase media que llega a fin de mes con los problemas de todos, que guarda meticulosamente todo lo que pertenece a la mujer que pierde”, según analiza. ¿Por qué eligió al desengaño amoroso como el motivo desencadenante de la obsesión suicida del protagonista?: “Aquí, la ruptura de la relación de pareja funciona como tema motivador, pero otras veces me parece que puede ser una metáfora de la pérdida en general”.
Savignone, quien integra actualmente el elenco de Arlequino, servidor de dos patrones, de Carlo Goldoni, bajo dirección de Alicia Zanca en el Teatro de la Ribera, además de interpretar al personaje del decrépito Pantalone entrenó a los actores en la técnica de la Comedia del Arte, una de sus especialidades. Para él, el teatro del cuerpo, el teatro físico, no es solamente aquel que se identifica con el clown y el mimo, sino aquel “que plantea movimiento en el espacio y en escena, pero que también genera movimiento en el espectador, porque al público las emociones lo provocan, lo hacen pensar o reír, y este movimiento y conmoción sucede a consecuencia de los diferentes ritmos que se generan desde la utilización de los objetos y el espacio y no tanto en consecuencia de la afectación del actor”, asegura. Esta idea de potenciar las múltiples cadencias de lo que sucede en escena también incluye al texto hablado: “Para mí, la palabra es como un cuerpo, algo que golpea y sedimenta en el espectador, que a veces se repite mecánicamente y que tiene valor independientemente de su significado. Porque no trabajo la palabra sólo como una entidad inteligente”, concluye.
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