TEATRO › UN JUGOSO ENCUENTRO CON EL DRAMATURGO ESPAÑOL FERNANDO ARRABAL
El escritor, poeta y guionista vino a presenciar una puesta de Los cuatro cubos en el C. C. de la Cooperación. Y se prestó a un diálogo con el público que desmintió su imagen áspera.
› Por Hilda Cabrera
“Hace algo así como cuarenta años que no la veía, pero ésta es la obra que han traducido mejor en Argentina. ¿Si me gustó la versión? Sí. ¡La traducción es muy buena! No puedo poner ningún pero.”
El dramaturgo, escritor, poeta y guionista Fernando Arrabal inició así su juego con el público. Cordial e irónico, acababa de presenciar una versión de uno de sus efímeros pánicos, Los cuatro cubos, espectáculo sin palabras, de “teatro físico”, que tras una gira por Europa se reestrenó en el C. C. de la Cooperación. La imagen de personaje áspero se esfumaba ante su picardía. Los actores y el codirector de la Compañía Buster Keaton (Pamela Vargas Villa, Héctor Segura y Pablo Bontá) respiraron aliviados. Más visible era la alegría del crítico e investigador Jorge Dubatti, quien oficiaba de interlocutor de Arrabal. No hubo cortedad ni ripios. Por el contrario, una pregunta, aun la más breve, desataba anécdotas que el autor de Viva la muerte (novela y después película) “actuaba” alargando la consonante final. “Me he reencontrado con la obra y con esta maravilla”, dijo señalando a los intérpretes. “La obra es sentimental y eso choca un poco en el mundo del teatro.” Para disfrute de todos, halagó al elenco y al público, y prometió una visita más prolongada, diferente a ésta de sólo dos días, ya cubiertos con su participación en la muestra de su amigo Gustavo Charif, artista plástico. Según Arrabal, autodefinido como “notable sátrapa”, la charla dependía de los asistentes: “Me siento bien con ustedes; son ustedes los que me están influyendo”.
Este artista –que nació en Melilla y vivió en varias ciudades españolas, hasta residir definitivamente en París a partir de 1955– recordó haber visto puestas “colosales” en la Argentina y otras hechas por la diáspora argentina en Cuba, Venezuela, EE.UU., España y Francia. “Mucha gente me ha dicho: ‘Pero, usted, Arrabal, tiene acento argentino’. Es normal. Conviví con Jérôme Savary y Copi se inició como actor en una obra mía, El laberinto. Y está ese otro argentino, Víctor García, quizás el director de mayor talento que nos dio el milenio pasado.” Y fue así. García, de origen tucumano, estrenó en Dijón, en 1966, un montaje que incluía cuatro obras de Arrabal, entre éstas El cementerio de automóviles, pieza que dio título a la puesta. Las otras eran Oración, Los dos verdugos y La primera comunión. También Jorge Lavelli montó ese mismo año en París Ceremonia para una cabra sobre una nube y, en 1967, El arquitecto y el emperador de Asiria.
“Pienso que el teatro, desde hace medio siglo, está viviendo una especie de renacimiento”, apuntó Arrabal. “Estamos beneficiándonos del hecho de que el teatro viva en las catacumbas. Desde allí, y como las matemáticas y la filosofía, podemos influir en la política y la geopolítica.” Ejemplificaba esto con el estreno de El cementerio... en 1967, en los meses anteriores al Mayo Francés. “Hace diez días vi esta obra en Londres. Eramos cuarenta personas porque más no entraban, pero el mensaje era el mismo.” Esa vigencia lo animó y propuso un Premio Nobel exclusivo para el teatro, y otros, también exclusivos, para la filosofía, la matemática y el ajedrez, disciplinas que ama. “Se ha repetido mucho –y también yo lo dije en su momento, porque lo creía– que la culpa es de Nobel por haber tenido una esposa que cometió faltassss (sic) con un matemático.”
Refiriéndose al teatro pánico (que nació en París a comienzos de los ’60 por iniciativa de Arrabal, Roland Topor y el chileno Alejandro Jodorowsky, y reunía lo efímero y absurdo y el terror repentino y sin causa), aludió a una frase del francés Topor (“Dios ve todo, Dios oye todo y Dios lo confunde todo”) para aclarar aspectos de ese movimiento: “Nos molestaba que no hubiera confusión. Si no hay confusión no hay vida. Es así como hemos intentado ver el teatro”. Una disciplina hoy con poca prensa: “En una publicación francesa, donde escribo la crónica más importante para mí, que es la de ajedrez, había hace años dos magníficos críticos de teatro. Hoy no hay ninguno, y eso ocurre con otros periódicos importantes. Nos encontramos en ese momento grandioso en el que no debemos nada a nadie”.
Sobre su exilio, dice haberse beneficiado en la diáspora, como sucedió con algunos argentinos. No lo tentó la vuelta. Tuvo la suerte de conocer a personas que “transformaron el pensamiento del mundo”. Imagina estar jugando al ajedrez con Samuel Beckett, porque sigue siendo un apasionado de la matemática, “tan próxima al teatro, como lo muestran estos actores en la obra, donde el amor está jugando siempre la ceremonia de la rendición”. Pensando a futuro, Arrabal espera poder escribir tres obras. Una inspirada en un diálogo de El Banquete, de Platón; otra sobre una pieza “de la que habla Cervantes y no sabemos cuál es, pero se llama La confusa; y una más sobre Los gigantes de la montaña, de Luigi Pirandello”. Se mostró fascinado por conceptos referidos al amor y a la soberbia, y por los que aluden al deseo de apropiarse de la belleza del otro (sea santo o demonio). Lo relaciona con los personajes de Los cuatro cubos, con él mismo y con Sócrates: “Un hombre como yo, que es muy feo, pequeño, pero tiene un encanto loco”. Arrabal “se tira flores” y seduce con sus picardías. Durante la charla retomó varias veces El Banquete y sostuvo que “no hay amor sin frustración”, y que por eso “necesitamos de la astucia y de la trampa para apropiarnos de esa belleza que envidiamos en el otro”.
La belleza es un imán y, sobre este punto, Arrabal no se guardó secretos: “Acabo de ver a la mujer de Robbe-Grillet, el novelista. Parece una virgen. Hará unos cuarenta años, me dijo: ‘Estoy dispuesta a estar con tu mujer y contigo en las condiciones que queráis. Le lamo el culo a tu mujer, llevo amigos para que despeguéis...’ ¡Con esa cara de santa! ...” Según parece, Arrabal no la comprendió cabalmente. “Haré lo que queráis, salvo una cosa –cuenta que le dijo–, que tú me penetres.” Arrabal le preguntó por qué esa restricción, y ella contestó: “Porque pertenezco a mi marido”. El “notable sátrapa” relató otras frustraciones, como su abordaje a Gala, mujer de Salvador Dalí: “Durante muchos años fui amigo de Dalí con la esperanza de ver a Gala. El me decía ‘qué le ves’. Para mí era bellísima”. Arrabal insistió en el poder de Gala para transformar a sus amantes, y habló, entre otros, del poeta Paul Eluard: “Convirtió a ese paleto francés en el Rimbaud de su generación”. “Yo quería seducir a esa mujer. El estudio de Dalí parecía un teatro. Gala tenía más arrugas en la cara que las que yo tengo en la rodilla, pero era bellísima.” Provocador a su manera, Arrabal dijo haber conocido a todos los famosos de París, pero confesó que quien lo influyó más fue su portera: “Una portuguesa que es una santa, una mujer enamorada de la verdad. Da gusto verla”.
No adelantó demasiado sobre sus nuevos trabajos, pero comentó una escena con su mujer, profesora en La Sorbona: “Cuando termino una obra se la muestro. Así que, temblando, le llevé lo que había escrito, y ella me respondió: ‘Ah, sí, lo de siempre’”. Se explayó en cambio, y entre audacias, sobre “el teatro del ayer representado por un mussoliniano, un fascista en el verdadero sentido de la palabra: Pirandello; y por un stalinista, también en el verdadero sentido de la palabra: Bertolt Brecht. Los dos tienen una visión muy profunda del teatro”, sostuvo. “Brecht recibió el Premio Stalin y Pirandello, cuando recibió el Nobel, lo entregó a Mussolini. Hoy no somos mejores ni peores, somos los mismos.” Después de esas declaraciones, Arrabal decidió solazarse con las ventajas de poseer imaginación: “La imaginación es el arte de combinar los recuerdos, incluidos nuestros sueños y pesadillas, y está al alcance de todos”.
En su charla no podía faltar el tema de “la reconciliación con España”. Su respuesta fue que nunca se reconcilió, sencillamente “porque nunca reñí con España. Reñí y reñiré siempre con las formas inquisitoriales”. Es conocido el drama de su padre, oficial del ejército español que no apoyó el golpe militar de 1936 y permaneció fiel a la República, fue arrestado en julio de 1936 y en enero de 1942 escapó del hospital de Burgos. Nunca más se supo de él. También que las ideas de su madre eran otras. Arrabal contó entonces su arresto por transgresor. Invitado a la presentación de un libro suyo en Madrid (en 1967), un joven le pidió una dedicatoria blasfema. “Me pidió una barbaridad, y escribí: ‘Me cago en Dios, la Patria y todo lo demás’. El muchacho estaba tan contento que la enseñó a todo el mundo. Al cabo de una semana, estando con mi mujer en un hotel, aparecieron cinco policías con pistola. No hacía falta tanto. Con un mamporro hubiera sido suficiente. Total: que me metieron en la cárcel y arriesgué nada menos que seis meses por insulto a Dios y doce años por insulto a la Patria. Me defendieron algunos soldados rasos de la literatura: Beckett, Camilo José Cela, Jean-Paul Sartre...”
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