TEATRO › EL ADIOS A LA ACTRIZ MARIA LUISA ROBLEDO
Una vida consagrada a los mejores textos del teatro
Murió a los 93 años, después de toda una vida frecuentando escenarios y palabras de ramaturgos y poetas. Era la madre de las actrices Norma Aleandro y María Vaner. Había actuado por última vez cuando tenía 84.
› Por Hilda Cabrera
El dominio de la escena de la actriz María Luisa Robledo podía compararse al de quienes saben desterrar los malos sueños y conjugar en su persona verdades poéticas. En esta artista, esas verdades eran las de sus amados Federico García Lorca, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Góngora, los hermanos Machado, León Felipe y tantos otros. Nacida en Madrid el 28 de septiembre de 1912, esta intérprete singular falleció el miércoles a los 93 años, dejando el recuerdo de una vida dedicada a la escena. Se inició en el canto (su timbre era mezzo) e interpretaba piano y violín. Debutó a los 17 años en la zarzuela Luisa Fernanda, oficiando de comodín con Jacinto Guerrero, y tiempo después, más experimentada, con el maestro Moreno Torroba, en el Teatro Calderón, de Madrid. Llegó a la Argentina en 1935 y desde entonces –salvo algunos períodos de vacas flacas– no dejó de actuar hasta 1996, cuando se animó a presentar un espectáculo en el teatro Maipo sobre textos de poetas españoles y americanos. La dirigió su hija Norma Aleandro. Se la vio espléndida a sus 84 años, con una fortaleza que –según comentó– “había heredado de su madre y de Dios”. Compuso todos los papeles, considerando un logro haber modificado su acento castizo para componer a una porteña sin vueltas en la película He nacido en Buenos Aires. En aquella temporada renovó con incomparable dicción su apasionada fidelidad a la poesía. Denominó a ese ciclo 70 años con el arte. La acompañaba el guitarrista Oscar Migueles y Aleandro se ocupó de las luces y la dirección.
El abanico que desplegaba fuera y dentro de la escena era su partenaire en el recitado y la charla. Serena e intensa, fijando la mirada en un paisaje interior, solía recordar su desembarco en Buenos Aires, a los 23 años, junto a su marido, el actor argentino Pedro Aleandro, y su pequeña María, después actriz, conocida artísticamente como María Vaner. Al repaso escénico en el Maipo lo habían precedido el unipersonal La peregrina (1992), sobre textos propios y del director Carlos Godio, y El pan de la Melitona (1995), ofrecido en el Salón Dorado del Teatro Cervantes, ámbito que –decía– “huele a España”. No se desentendió de los problemas por los que históricamente atraviesan quienes se dedican a las disciplinas culturales: “Acá, la cuestión de la cultura se toma así, a la ligera. La cultura ha quedado atrás, como la sanidad”.
Cuando dejó a su España pobre, debió insertarse en una Argentina que no le fue totalmente accesible: “No conseguía trabajo; tenía mucho acento”, contó. La perplejidad frente a los cambios que afrontó no mellaron su agradecimiento a un país que –sostenía– le había dado “todo lo bueno y todo lo malo”. Con gesto de mujer templada, Robledo memoró en una de las varias entrevistas concedidas a este diario la experiencia del desembarco. Fue un lluvioso 29 de junio de 1935, en el Puerto de Buenos Aires: “Pedro estaba muy emocionado, y me decía: ‘¡Mirá, allá está mi papá, aquéllos son mis hermanos!’. Y yo los miraba, y veía todo tan gris, la gente vestida de negro. No sé, quién sabe si no fueron esas impresiones las que después me hicieron querer tanto a la Argentina”.
Conoció a Pedro Aleandro en Bilbao y se flecharon. Sucedió durante una gira de la compañía Matilde Rivera y Enrique de Rosas, donde se cantaban cuecas y tangos. Todavía en 1934, la pareja concretaba giras por una España que se rebelaba, “con trenes deshechos por la metralla y puentes volados”, memoraba la actriz. Llegaron a la Argentina después de despedirse del paisaje de Castilla. Pedro murió a los 75 años, en 1985, cuando cumplían 51 años de casados.
El camino fue largo y la cultura del trabajo una salvación para Robledo, quien no se privó de actuar en 1971 en el ámbito del café-concert, impulsada por Lino Patalano. Entonces se animó a salir al escenario de El Erizo Incandescente con Decires y cantares de España. En esos primeros años del ’70, participó del elenco de Romance de lobos, de Ramón del Valle Inclán, que dirigió Agustín Alezzo y donde actuó Alfredo Alcón.
Sobre su trayectoria, desplegada también en el cine, se rescatan entre otros trabajos los realizados en la compañía del argentino Enrique de Rosas (personificando incluso a una muchacha bolchevique en la intencionada Cuando los hijos de Eva no son los hijos de Adán, de Jacinto Benavente) y luego en la propia, junto a Pedro Aleandro, en el Teatro Boedo, donde en 1939 se estrenaron 90 obras en apenas ocho meses. Un record aun para aquellos años. La muerte de un viajante, Los chicos crecen, Medea, El deseo bajo los olmos, Los retratos, Las tres hermanas, La escuela del escándalo, La casa de Bernarda Alba, La María y el Juan son apenas una muestra de las obras a las que aportó su creatividad. En cine se la menciona como intérprete de Pelota de trapo, La cuna vacía, Rosaura a las diez, He nacido en Buenos Aires y Mi Buenos Aires querido, Paula contra la mitad más uno, La balada del regreso y Juego limpio. Ante la noticia de su muerte, la actriz Norma Aleandro regresó al país, suspendiendo las funciones de Mi querido mentiroso, espectáculo que venía ofreciendo en el Teatro Lope de Vega, de Sevilla, junto a Sergio Renán. Los restos de María Luisa Robledo serán inhumados hoy a las 16 en el Panteón de Actores del cementerio de la Chacarita.