TEATRO › MARIA CONCEPCION CESAR
La actriz vuelve a los escenarios con la obra Interviú, acerca de una diva que abandonó las tablas durante décadas.
› Por Hilda Cabrera
Cuestiones de la vida demoraron su regreso a la escena después de lucirse en Houdini, una ilusión musical, componiendo a La Commère, personaje que a través de una sesión de espiritismo convocaba al célebre mago Houdini. Es así que hoy la premiada María Concepción César, actriz de intensa actividad en cine, teatro, radio y televisión, estrena Interviú, de Mario Diament, junto a Esteban Prol y bajo la dirección de Julio Baccaro. Esta vez su rol es el de una diva que décadas atrás abandonó de improviso el estrellato, refugiándose en la soledad. En esta comedia policial de diálogo vivaz –“nada melodramática”, a pesar de los temas que trata y del contrapunto de mentiras y verdades– resuena algo del enigmático retiro de la famosa Greta Garbo, aunque, claro, las “razones” son otras. Le toca al público rastrearlas en esta pieza que Diament –periodista y autor de Cita a ciegas, Esquirlas, El libro de Ruth e Historia de un secuestro– dio a conocer en Buenos Aires, en 1994, con otro elenco.
Localizada en un modesto hotel por un periodista (papel a cargo de Prol), la otrora famosa intérprete parece sumergida en una soledad sin salida. Con la sensibilidad a flor de piel, María Concepción traduce –en diálogo con Página/12– la alegría que le proporciona retornar con este protagónico. ¿Qué compleja y abismal puede ser la soledad para quien, por su oficio, vive pendiente de las reacciones del público? Sobre este punto, la actriz opina que si bien la soledad (o el sentimiento de soledad) es inherente al humano, también es cierto que la sociedad suele potenciarla. A su entender, juegan a favor de este sentimiento el exagerado individualismo y la búsqueda del éxito a cualquier costo. Rescata, sin embargo, en la dama de esta historia el hecho de que “aun siendo una egocéntrica, descubre que ese mundo glamoroso en el cual ha vivido es un espejismo y que al despertar hallará no mucho más que un frasco de sales de baño y un montón de facturas impagas”.
–¿Qué significa para una actriz componer un personaje de su oficio tan dependiente de la imagen que proyecta?
–La exposición y la necesidad de ser aceptado se transforman en algo perverso cuando no se advierte el peligro del halago. Mi personalidad es diferente: soy diametralmente opuesta a esta Valeria Durán, pero la comprendo. Y entiendo el afán por la apariencia que hoy empuja a jóvenes y mayores; también las actitudes compulsivas y la búsqueda de lo inmediato. De lo contrario, una no se explica que una chica que cumple quince años pida a sus padres que le regalen plata para hacerse las lolas.
–¿El asunto es no enredarse en esos mandatos?
–Pasada la juventud queda la esencia de lo que cada uno ha sido. Hay que estar preparado para eso y para ser coherente con los propios deseos. Una actriz no debe conformarse con las luces del escenario. Después de los ensayos me gusta caminar, confundirme con la gente, ser parte de un todo. No quisiera verme mimetizada en una foto, como mi personaje, por otra parte tan rico en matices, tan revelador.
–La obra se conoció en Buenos Aires (en el Teatro San Martín), en 1994, dirigida por Roberto Mosca. ¿Hubo cambios?
–El texto es muy sagaz, pero sí, hubo modificaciones. Han pasado años y las experiencias son otras; también las formas de observar la vida. Confieso que he llorado ante la soledad de esta mujer.
–¿Sabe de métodos para ahuyentar el sentimiento de soledad?
–Luchar, domesticar el ego y cuidar los afectos.
–¿Qué la tentó primero, el teatro o el cine?
–Estudié en el Conservatorio Nacional de Arte Escénico, pero mi comienzo fue en el cine. Era una niña. Trabajé en películas de Lucas Demare y Hugo Fregonese, de Leopoldo Torres Ríos y Leopoldo Torre Nilson, de Mario Soficci y Fernando Ayala. En el Conservatorio, tuve la suerte de estar en manos de Antonio Cunill Cabanellas (actor y director) y tener como profesor al escritor y filósofo Vicente Fatone, gran orientalista. En cine, recuerdo especialmente las enseñanzas de Mario Soficci. Me decía que no sufriera al actuar, que eso en el cine no iba.
–¿Sufría? ¿Por qué?
–Esa indicación me la dio durante la filmación de Rosaura a las 10, sobre el texto de Marco Denevi. Mi personaje lloraba cuando a Camilo Canegato, interpretado por Juan Verdaguer, lo metían preso. “No lo haga usted –me decía–; esto es cine.” Y yo me rebelaba. ¿Acaso no lo hacían las actrices con Ingmar Bergman? Pero él insistía: “Sí, querida, pero esto transcurre en Argentina”. Tuve también otras experiencias muy enriquecedoras con Leopoldo Torre Nilson y con su padre, Leopoldo Torres Ríos, el director que estrenó en 1948 Pelota de trapo. Padre e hijo eran muy diferentes, pero los dos convergían en un punto: en ser poetas del cine.
–¿Cómo congeniaba tanta actividad?
–Busqué siempre ser integral: me gustan la actuación, el canto... Hice varios musicales. Ha sido una linda experiencia participar dos años atrás en Houdini..., el musical que dirigió Ricky Pashkus y protagonizaron Elena Roger, Guillermo Angelelli y Adriana Aizenberg. El elenco de actores y bailarines era una maravilla.
–Presentó además espectáculos propios. ¿Escribe?
–El unipersonal Entre mis amores, de poesía y canto, y Dulce María dulce, pero no escribo. Ya llegará el momento. Hoy me siento agradecida por este papel en Interviú. Debo la elección a Daniel Marcove, con quien me había reunido para otro proyecto, pero cuando me vio pensó en esta obra. El hizo la conexión con Diament, que está en Miami.
–¿Trabajó fuera de Argentina?
–No, porque estuve muy ligada al mundo de mi familia, a mis hijos. El padre de mis hijos, José Castro Volpe, murió muy joven, y aunque no quedé sola, porque estaban mis padres, la niña y el varón eran prioridad. Además, tenía trabajo, me contrataban y mimaban, tanto el público como el periodismo. Quise darles a mis hijos una profesión, y por suerte la tienen. No son actores, tienen otras ocupaciones y me han dado cinco nietos: cuatro varones y una muchachita.
–¿Grabó tangos?
–No, creo que por bohemia, para no decir por vagancia. Hice algunas presentaciones en Uruguay, y en algún momento tuve oportunidad de armar un espectáculo de tango a modo de tributo a algunas cantantes.
–¿Cuáles son sus preferidos?
–Me gustan especialmente los temas de Eladia Blázquez y de Homero Expósito, el autor de Percal, Yuyo verde y de tangos tan hermosos como Naranjo en flor, con música de su hermano Virgilio.
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