TEATRO › LA XXIII EDICION DE LA FIESTA NACIONAL DEL TEATRO
El encuentro que se lleva a cabo en Formosa da pie a una multitud de lenguajes, pero de todos modos pueden establecerse vínculos. La fiesta ganó la ciudad, con localidades agotadas y una efervescencia que se palpa en la calle.
› Por Cecilia Hopkins
Desde Formosa
La edición XXIII de la Fiesta Nacional del Teatro va promediando su andadura. Y si bien aún no trascendió la cantidad de espectadores que pasan diariamente por los cinco espacios afectados a su programación, los organizadores locales ya la consideran un éxito de público: con entrada libre y gratuita, al mediodía ya no se encuentran localidades y a la noche ni una sola butaca libre. Como ocurre cada año, la programación expone, en relación con el nivel del teatro que se produce en el país, un cuadro de situación en permanente cambio. No obstante, a pesar de las diferencias, tal vez puede establecerse una línea en común que enlaza gran parte de los espectáculos presentados en estos días. Se observa, por ejemplo, que hay una tendencia generalizada hacia las formas de teatro popular, así como también abundantes referencias a diversas modalidades de la cultura de masas. Viendo las obras también se hace evidente que, más que utilizar las herramientas técnicas y convenciones de estos géneros, lo que parece atraer a los grupos es la intención de parodiarlos.
En La desconfianza III, de Rodrigo Cuesta, con dirección del autor, por el grupo cordobés El Cuenco, la disparatada serie de asesinatos perpetrados en un mismo edificio a lo largo de una semana, reúne a cuatro bizarros personajes que actúan haciendo guiños sobre claves cinematográficas y situaciones de sitcom, valiéndose de un importante andamiaje escenográfico que permite mostrar las escenas desde distintos puntos de vista. En Día de campo, de Cristian Palacios, con dirección de Paula Brusca, los actores bonaerenses de la Compañía Nacional de Fósforos abrevan en el clown, el comic y el teatro del absurdo, torsionando sus modos característicos para realzar el humor negro de los textos de Fernando Arrabal, sobre los cuales se basa una insólita postal de guerra en la que un soldado recibe a sus padres en la trinchera, deseosos de celebrar una reunión familiar.
Otro ejemplo, proveniente de Tucumán: La familia punk, de Ezequiel Radusky, presenta a cuatro hermanos enfrentados por obtener la herencia de sus padres. Los actores del grupo Gente No Convencida, bajo la dirección del autor, toma elementos del folletín, el gore y hasta del teatro de objetos, pero con la intención de realizar una parodia de sus convenciones. En otro registro, pero también dentro de la línea decididamente teatralista, la versión de la mendocina Gladis Ravalle de La boda, de Bertolt Brecht, propone unos modos de actuación que recuerdan a la Comedia del Arte y el cine mudo, pero con arrebatos de farsa. La obra, que retrata la fiesta de casamiento de una pareja que se reconoce en los inestables bordes de las sólidas convenciones sociales que se practican a su alrededor, establece puntos de contacto con la propuesta de Jujuy, Delantal de casamiento. Dirigida por Jimena Soza, la obra del grupo Pupila Cero (sobre textos de Ana Catalina Chiappara) combina escenas actuadas con dancing de los ’80 para contar historias de fracasos matrimoniales, con la idea de reflexionar sobre la precariedad de un vínculo signado por el peso de lo institucional. También a su modo, una amplia variedad de géneros populares están contenidos en La puñalada, de Susana Tambutti, coreografía interpretada por Rubén Neira. Definido por su autora como un “pequeño grotesco criollo”, el espectáculo muestra la transformación de un personaje en una sucesión de criaturas que se definen desde el tango, la música romántica italiana, el comic y el clown.
No obstante las coincidencias, hubo obras que presentaron otras características. Una de ellas fue La pecera, obra de Ignacio Apolo, por el Grupo Teatral Sofía, de Rosario, bajo la dirección de Nicolás Jaworski. Centrada en la relación de dos adolescentes que pasan un fin de semana encerrados en el sótano de su colegio, la pieza no sólo se ocupa de los sueños eróticos de sus protagonistas –Pablo Pagliare-tti y César Artero, muy atentos a reproducir un código gestual que potencia a sus personajes–, sino que pone el foco sobre lo social y lo familiar, la violencia que generan las instituciones dedicadas a la enseñanza, todo lo cual parece explotar, finalmente, en el sentimiento de rencor que genera el saberse diferente. Aunque en otra cuerda expresiva y dramática, también El trompo metálico, de Heidi Steinhardt, por el grupo El Trompo de la ciudad de Buenos Aires, retrata la angustia de la adolescencia que transcurre en el abandono. Aunque paradójicamente, la soledad de la protagonista (Greta Berghese, en delicado registro) tiene lugar entre dos padres omnipresentes (Victoria Almeida y Diego de Paula, en ajustada y complementaria composición) que la martirizan sin descanso supervisando sus conocimientos sobre todos los campos del saber. Además de presentarse en Formosa, la destacada obra fue también aplaudida a sala llena en el auditorio Leopoldo Marechal de la embajada argentina en Asunción del Paraguay, circunstancias en las que se inauguró la Semana del Teatro Argentino en el país vecino.
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