CHICOS › HUGO MIDON HABLA DE PLAYA BONITA, SU NUEVA COMEDIA MUSICAL PARA CHICOS
Bailes, canciones, gags y comparsas forman parte del nuevo espectáculo para pibes del creador de La vuelta manzana, que recupera el espíritu de libertad que se vive en la arena junto al mar. “En la playa ocurren muchas cosas al mismo tiempo”, señala Midón.
› Por Hilda Cabrera
Río Plateado nació hace treinta años como estudio y ahora por primera vez produce integralmente una comedia musical que Hugo Midón, director de ese Instituto y de la obra, elaboró junto al equipo de actores y actrices seleccionado en audiciones. El título elegido para esta presentación es Playa bonita, espectáculo para chicos que se estrenó ayer en el Teatro de la Comedia. De los años transcurridos en Río... quedó un grupo de profesionales a los que el director y autor confía sus obras. Cuando alguno toma conciencia de esa larga unión y decide seguir otro camino –asunto nada reprochable–, Midón se sorprende, acaso porque aún no hizo la cuenta de la cantidad de años que viene dedicándole al teatro y le cuesta despegarse de la docencia. Admite sin embargo que la prolongada dedicación a esa tarea, y a toda hora, le resta posibilidades. “Ser profesor full time es meterse en un claustro y privarse de una mirada abarcadora”, sostiene.
–¿Qué tiene de particular una playa en una comedia musical?
–La playa es un lugar abierto donde ocurren muchas cosas al mismo tiempo y a las que uno está más dispuesto a prestar atención. Esto me entusiasmó y empecé a improvisar con los chicos. Hace tiempo escribí una canción sobre la playa que me sirvió para incorporar más ideas. Recordé algunas vacaciones en la casa de descanso de la Asociación Argentina de Actores, en Villa Giardino, Córdoba. Aquéllos eran días extraordinarios, porque los pibes jugaban y se perdían de los papás. Playa bonita trata de recuperar cosas como ésas. En las playas uno mira el cielo y en la ciudad lo olvida. Cuando queremos saber cómo será el día, si lloverá o no, recurrimos al pronóstico. Raramente miramos el cielo. Además, la playa me trae a la memoria mis años de pibe en el bajo de San Isidro, donde se inundaba. Me crié cerca del río y en la calle, donde podíamos jugar hasta las nueve o diez de la noche y nuestro radio de acción eran cinco cuadras a la redonda de nuestras casas.
–¿Es una forma de trasladar a la escena un aire de libertad?
–Y un clima de juego que uno teme que se pierda en una sociedad tan asustada. Para darle más fuerza a la obra se me ocurrió incluir una comparsa y llamé al director del grupo de percusión Agua de Río para que colaborara. Lo conozco bien: es Franco Carzedda. Dirige los talleres de percusión de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Vicente López. Uno lo ve y no puede creer lo que consigue: trabaja con ciento cincuenta personas, todas entusiasmadas con la murga. Es gente que una vez que aprende el código murguero tiene la responsabilidad de hacer presentaciones programadas con otros municipios.
–¿Y usted participa?
–Sí, porque me parece bárbaro; allí hay pendejos de diez años y viejitos de ochenta y tres. Carzedda es un flaco polentoso y muy comunicativo. Su aporte le hizo bien a nuestro grupo.
–¿Lo convirtió en murguero?
–Tuvimos que aprender los pasos, y para eso convoqué a Oski Guzmán, que es un amigo y maestro de la murga. Después pensé que algunas escenas debían ser interrumpidas por gags, por situaciones cómicas muy breves. porque uno en la playa está charlando tranquilamente y de pronto se ve interrumpido por una publicidad o por un hecho fortuito, como el de alguien tratando de cazar a su sombrilla voladora. Para esto llamé al actor Héctor Malamud, que falleció poco después, en diciembre del año pasado. Malamud trabajó muy bien con los chicos. Era fantástico.
–Malamud estaba trabajando también en una obra para adultos. ¿Lo vio enfermo?
–Nosotros no le conocíamos una enfermedad. Murió de un ataque cardíaco. Algunas veces lo vi muy desilusionado con su trabajo en nuestro país. La situación de Héctor se parecía a la de aquellos que conocieron el exilio y sintieron esa gran tristeza de la que a veces no se puede salir. El había trabajado toda su vida para hacer cosas mucho más interesantes de las que le ofrecía nuestro medio.
–Se lo recuerda con cariño; tuvo entre sus maestros a Dario Fo, a Jacques Lecoq, y vivió y dio clases en varios países europeos...
–Con él fuimos compañeros en el Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires en los años ’60, donde estudiamos con el maestro Oscar Fessler. Teníamos un interés común en los objetos y en sus transformaciones. Héctor hizo espectáculos utilizando esos conocimientos. Era un mago. Era también muy bueno para armar gags a la manera del clown o el payaso. En Playa bonita colaboró además Carlos Gianni, que me acompaña desde mi primera obra, y otra gente que aprecio.
–El de Playa... es un elenco con suerte...
–Son unos privilegiados. Yo no tuve tantas posibilidades cuando terminé mis estudios en el Instituto de la Universidad. Antes, a los quince años, había pasado por la Escuela Municipal de Teatro de San Isidro y siempre tuve que hacerla desde abajo, como cualquiera.
–¿Se considera un pionero?
–Hubo mucha gente querida conmigo, pero yo me dediqué de entrada al teatro para chicos. Alberto Segado, también compañero en el instituto, estuvo en el elenco de La vuelta manzana, mi primera obra. Entonces nuestro deseo era producir un espectáculo, pero no sabíamos cómo. Gianni se ocupaba de la música; Mónica Penchansky, de la coreografía y comenzamos a improvisar hasta obtener un material que nos pareció interesante. Segado conocía a Lino Patalano y le llevamos lo hecho. Patalano era un chico de 18 años que trabajaba en la parte artística del Teatro Regina colaborando con el director Luis Mottura y su mujer en la programación. Le gustó el material pero nos dijo que eran cosas sueltas y que debíamos armar una obra. Entonces nos pusimos en movimiento. Llamamos a la escenógrafa Margarita Jusid y a la vestuarista Leonor Puga Sabaté, pero seguía faltándonos plata. Nos aconsejaron ver a una persona en la Bolsa de Comercio, y ahí encontramos quien nos prestara dinero, porque nosotros, con una edad promedio de veinte años, no teníamos un mango. Nuestro compromiso era devolverlo en tres meses. Estrenamos La vuelta... en 1970, en el Teatro Regina, y fue un éxito. La obra estuvo dos años seguidos en cartel y devolvimos la plata en veinte días.
–Pura autogestión, como sucede también hoy con la mayoría de los elencos.
–Eso es lo que les digo a mis alumnos, aprendan a organizarse, armar la carpeta, el currículum... Por eso en Río Plateado nos ocupamos de los talleres de montaje de obras en prosa y musicales.
–¿Playa... es una comedia para chicos de edad intermedia?
–No soy amigo de las divisiones, pero soy consciente de que hay obras que por su densidad temática son para chicos de nueve o diez años que, en general, ven más crudamente la realidad del afuera. En Derechos torcidos esa realidad era evidente, porque aparecían el hambre y la falta de una casa donde cobijarse. En Huesito Caracú, el remolino de las pampas se mostraban otras carencias, como la desarticu- lación del campo.
–Pero sin dramatizar...
–Exactamente, sin drama, porque lo que me interesa es que el chico observe qué ocurre a su alrededor. En realidad, los más chiquitos también ven qué pasa hoy en la calle. Un nene de cuatro o cinco años pregunta por el pibe que le limpia el parabrisas del auto a su papá o por los cartoneros. En Derechos torcidos el tema central era el derecho que tienen todos los pibes a ser felices.
–Por el título quizás, Playa... parece una obra para niños pequeños...
–¿Por el baldecito y la palita? Es que esos objetos son un símbolo de la niñez y no cambian con el paso del tiempo. Es increíble el diálogo que mantienen los pibes con ésos y otros objetos. Por eso quise mostrar aquí una playa de pescadores, muy sencilla, donde cualquier construcción está hecha con pocos elementos. Me gusta recuperar lo que, creo, es importante, como el encuentro del chico (y el adulto) con lo esporádico. No se va seguido a la playa como no se va seguido al teatro. Estos son contactos esporádicos que no se parecen al que el chico tiene con la televisión o la escuela. A la playa y al teatro se va de tanto en tanto. Playa bonita es algo alternativo que sirve para rescatar y apreciar cosas alternativas.
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