CHICOS › EL IMPERDIBLE CICLO DEL BALLET METROPOLITANO DE BUENOS AIRES
› Por Karina Micheletto
Ya es un clásico de los domingos al mediodía en el espacio de la Fundación Konex, allí en el barrio del Abasto: colas y colas de chicos y chicas con sus padres, sus tíos, sus abuelos, reunidos ahí desde temprano, con el bullicio propio de un ansia colectiva, esperando entrar por fin a ver... ballet. Lo que han logrado en el ciclo Vamos al ballet los bailarines del Ballet Metropolitano de Buenos Aires, Juan Lavagna en la idea, adaptación y guión y Leonardo Reale en la dirección y coreografía, es algo que a priori podría parecer imposible: cerca de 40 mil espectadores ya han elegido esta propuesta de ballet para chicos, que mañana presenta una cuarta temporada renovada, hasta con título nuevo: El Cascanueces y El Rey de los Ratones con las Princesas Encantadas. La historia de ballet de Tchaikovsky, un cuento de hadas al que en esta versión se suman princesas y nuevos personajes –el malísimo Rey de los Ratones, como el nuevo título lo indica, pero también el Rey Oso Polar o unas muñequitas monstruo que parecen las Monster High– vuelve renovada a la sala de Sarmiento 3131, por cinco únicas funciones, a partir de mañana a las 11.
Adaptada al público infantil, en esta versión traslada la danza árabe del original a la Princesa Arabe, Aladino y Mustafá, la danza china a la Princesa China y El mandarín, la danza rusa a la Bella Durmiente, el pastoral a Cenicienta, introduce a Blancanieves con siete enanitos o hace que las batallas se libren como competencias de hip hop y break dance. Son unos quince bailarines que interpretan a una cantidad de personajes, con varios cambios de vestuario y maquillaje, a los que se suman pequeños niños bailarines, encantadores ratoncitos en escena. Y hay también un mago –todo un acierto de la adaptación– que va marcando lo que vendrá, con galera, paloma y todo. La música y la historia original, aquella de Clarita en la noche de Navidad con su regalo de cascanueces, y su viaje por fantásticos mundos, permanece potente, de todos modos, desde aquellos tiempos de la Rusia imperial.
“Cuando el chico viene a ver ballet llega despojado de los prejuicios que traen los grandes. Es el adulto el que dice: no, yo no voy a ver ballet porque no lo entiendo, no me gusta. ¿Y cómo sabés que no te gusta si nunca fuiste? ¿Qué es lo que se supone que tenés que entender?”, observa Lavagna. “Los chicos se enganchan desde otro lado, captan enseguida la esencia, la magia del ballet”, agrega Reale. “No están atentos a lo técnico, pero lo disfrutan. Les importa lo que transmiten los personajes, y son capaces de mantener la atención en un gran pas de deux final que dura once minutos, subyugados por la magia de una princesa.” Lavagna y Reale charlan con Página/12 luego de un ensayo en el que queda claro que, además de la destreza técnica, hay algo del orden de la magia que los bailarines logran llevar a escena. Para los chicos y para los grandes despojados de prejuicios.
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