CHICOS › ROMPECABEZAS, NOVELA DE MARIA FERNANDA MAQUIEIRA
› Por Karina Micheletto
Mora es una chica de 11 años, como tantas de su edad: va a la escuela, tiene un grupo de supermejores amigas, un primo inseparable, un chico de sus sueños. Su vida transcurre en esa particular etapa vital que es la previa a la adolescencia. En esa vida cotidiana, en ese entorno familiar y escolar que es pequeño e inmenso a la vez, entre juegos y descubrimientos de la edad, se cuela la historia de un país. La última dictadura militar y la Guerra de Malvinas aparecen como marcas que definen Rompecabezas, la novela de María Fernanda Maquieira. Aunque es central en la trama –Mora vive con su abuela, sus padres ya no están y no entiende del todo por qué–, esa marca nunca aparece explícita, explicada: el lector la irá reconstruyendo a medida que avanza la lectura y se suceden los hechos, los personajes, las descripciones de época y lugar. La recontrucción de este Rompecabezas –el de la vida de la protagonista en la trama, el del contexto para los lectores– irá dando forma a una novela que acierta en encontrar la manera de tocar estos temas con las armas de la literatura, que son las de la belleza, sin ninguna “intención” de por medio.
“La idea de la novela partió del interés personal en pensar, en términos de ficción, esas dos cuestiones que marcaron a fuego a quienes fuimos niños o adolescentes en los ’80: la dictadura y la Guerra de Malvinas. Para mi generación, fueron experiencias dolorosas que cruzaron nuestras vidas en ese momento, y dejaron las huellas que aún hoy permanecen latentes”, dice Maquieira en diálogo con Página/12. Rompecabezas está dirigida expresamente a lectores de hoy que tienen 11, 12 o 13 años, pero es seguro que los adultos que estén cerca la tomarán “prestada”, remontándose en la lectura a sus propias vidas durante esos años.
“Tenía claro desde el principio que quería hablar de esos temas, pero a la vez que estuvieran de un modo solapado, no explícito, y también que la voz narrativa que llevara el hilo de la historia fuera natural, desde la propia protagonista, con las cosas que pensaría y los modos de expresarse de un chico de esa edad. Fue un desafío no caer en la tentación de decir lo obvio, lo que está en los manuales, lo políticamente correcto –sigue la autora sobre el modo en que construyó su novela–. Algunas de las cosas más fuertes se resumen en un detalle nimio: en un objeto que sale al abrir un cajón y se menciona al pasar o en los dichos de un ciruja que habla solo, en una paloma que pasa volando o en la letra de una canción que se cita por ahí. Porque creo que en esos detalles mínimos está la verdadera densidad de la trama, no en los discursos grandilocuentes”, puntualiza.
Al tratarse de una historia que transcurre más de treinta años atrás, Maquieira tuvo que documentarse para construir un relato verosímil. Está, claro, su propia memoria de época: los juegos, la escuela, los amigos. La completó con entrevistas a un ex combatiente de Malvinas, a una psicoanalista que trabajó con familias de desaparecidos, a gente del equipo de Abuelas. “Y leí mucho”, cuenta. “Todas las novelas que encontré referidas a esos años, en especial aquellas que narran desde el punto de vista de los hijos, algunas muy buenas como Pequeños combatientes, de Raquel Robles; La casa de los conejos, de Laura Alcoba; Los topos, de Félix Bruzzone, y las que tematizan la Guerra de Malvinas, desde Los Pichiciegos de Fogwill en adelante. También relatos de la guerra, testimonios de nietos recuperados, documentos históricos. Vi documentales, discursos militares, publicidades de la época... Y me di cuenta de que no hay tantos textos dentro del campo de la literatura juvenil que se hayan metido con estas cuestiones. Pocos lo hicieron: Sandra Comino, Esteban Valentino, Marcelo Eckhardt...”.
En Rompecabezas, la escuela de los ’80 aparece especialmente descripta y tematizada, y ésa es otra marca de la novela. “La escuela es central en la vida de cualquier chico, pasa allí muchas horas del día y transcurren toda su infancia y adolescencia. No podía soslayar esta presencia, todo lo que está alrededor de ese ámbito que es a la vez contenedor y amigable, sórdido y autoritario”, dice Maquieira. “Me interesaba particularmente poner en juego los discursos escolares, la información que circulaba en la superficie, lo que se podía y no se podía nombrar, y también los rumores, los secretos, las voces que iban por debajo de la palabra oficial. Y los gestos.”
Maquieira sigue cerca de la escuela entre las tantas presentaciones que hoy, afortunadamente, los autores hacen de sus obras en este ámbito. “La experiencia de ir a colegios y hablar con los chicos es siempre muy gratificante. Ellos dudan, cuestionan y opinan sin pruritos. Y muchas veces descubren pistas que el texto propone y ni siquiera yo misma las propuse conscientemente. Además, son muy cariñosos, me llenan de regalos, preparan trabajos con un amor y dedicación... Realmente conmueve que la lectura les genere eso”, agradece. “Hace poco, en una escuela de La Matanza un alumno me preguntó si yo pensaba que la novela tenía un contenido político. ‘Contenido político’ es una expresión desmesurada en boca de un pibe de hoy, ¿no?” Hay otro motivo por el cual permanece cerca de los chicos y de ámbitos como la escuela: desde 1997 está a cargo del área de libros para niños y jóvenes en la Editorial Alfaguara. “Soy una editora que escribe, una docente que edita, una escritora que enseña –se define–. Pero, sobre todo, soy alguien que está cerca de los libros. Estoy, como dijo María Elena Walsh en una frase que me representa, ‘casada con los libros’.”
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