CHICOS › ROSA-LUNA Y LOS LOBOS, LIBRO DE LA FRANCESA MAGALI LE HUCHE
› Por Karina Micheletto
Algo hay de eternamente fascinante en esa fuente de luz y misterio que es la luna, representada en todas las culturas, indagada en todos los tiempos. De ese algo atrapante e inasible parte la ilustradora y escritora francesa Magali Le Huche para crear una historia igualmente atrapante y disparadora de múltiples significados y planos de lectura, desde una aparente sencillez y linealidad del relato. Rosa-Luna y los lobos, el libro que editó aquí Adriana Hidalgo, es uno de esos preciosos objetos con preciosas ilustraciones y una preciosa historia; bello en su simpleza y con ese valor que empieza a escasear entre tanto fervor de edición del libro álbum: el de no tener más pretensiones que la de contar, justamente, una buena historia.
La pluma y los trazos de Le Huche ubican la historia en el pueblo de los Nunca-Contentos, “cuando la luna aún no existía”. Rosa-Luna no encaja en ese pueblo, como tampoco encajan los lobos que parecen ser los únicos en apreciar su canto, que ejerce noche y día. Con la misma mirada creó Le Huche a Héctor, el hombre extraordinariamente fuerte, aquel forzudo del circo que tenía la secreta pasión de tejer, también editado por Adriana Hidalgo. Fue esa misma atracción sobre la luna, que la autora cuenta que sintió desde muy chica y que define como “una suerte de angustia”, la que la llevó a plantear esta historia, cuenta en diálogo con Página/12. Invitada a participar del último Filbita –el festival dedicado a la literatura infantil que organiza la fundación Filba–, Le Huche recordó aquellas primeras preguntas e influencias lunares, como la del alemán Tomi Ungerer (autor de El hombre luna), “en quien pensé necesariamente porque me gustaba mucho”, dice.
“Hay muchísimas historias sobre la luna, desde siempre. Y cuando sos chica, es inevitable que aparezca la pregunta: ¿hay alguien en la luna?”, advierte Le Huche. “Recuerdo perfectamente todo lo que me despertaba la luna cuando estaba bien llena, esa cara misteriosa, tenía algo de humano, o de animado. Y es algo que también provoca una suerte de angustia cuando sos chico, y yo, como les ocurre a todos, necesitaba historias para tranquilizarme. Imaginé muchas cosas a partir de esa bola misteriosa. Y bueno, ya de grande, esta es otra de las cosas que imaginé.”
Tomi Ungerer, Maurice Sendak o Roald Dahl son algunos de los autores que proveyeron a Le Huche de esas historias, junto a historietas que “devoraba” y que también definieron su elección profesional, como Tom-Tom y Naná, una tira popular que aparecía en la revista J’Aime Lire (Me gusta leer), que llegaba a su casa por suscripción, y que todavía conserva como un tesoro.
–¿Cómo apareció la ilustración en su vida?
–Siempre me gustó dibujar, y cuando llegó el momento de preguntarme qué me gustaría hacer cuando terminara la secundaria, el dibujo fue lo primero que apareció como respuesta, muy naturalmente. Siempre me gustaron también las historias, imaginarlas, me gustaba mucho leer. Y como también me gustaba dibujar, sentía esa atracción por la ilustración, por las historietas, fue natural entonces dibujar y contar con ello una historia. Eso fue en la secundaria más o menos, bastante temprano en mi vida. Pero antes de eso, siempre dibujé. Desde que tengo memoria ando por ahí inventando pequeñas historietas, historias, cuentos dibujados.
–¿Y por qué sintió la necesidad de incursionar también en el texto?
–Por lo mismo: porque tengo ganas de contar. Diría que más bien es una necesidad. Quizá también porque primero dibujo los personajes y después quiero que les pase algo, y encontré esta forma de álbum para niños como un soporte muy natural para esa necesidad mía. Aunque, en realidad, cuando empiezo a imaginar una historia no digo: esto va a ser para niños. Simplemente, tengo ganas de contar esa historia.
–¿Y por qué cree que termina haciendo libros para niños?
–Supongo que porque la literatura y la poesía que podemos encontrar en los libros infantiles me toca; esa especie de contraste que hay, esa forma de tratar cuestiones importantes, o graves, o difíciles, como si fuera algo muy natural. Me siento libre en este campo del libro infantil. Tal vez porque tengo una necesidad de recordar cosas de mi propia infancia, porque eso me toca.
–Rosa-Luna y los lobos no tiene un final feliz...
–Bueno, ¡eso es una interpretación suya! (risas). A mí me parece que en realidad ella está contenta, por eso no bajó a la Tierra, para mí es ella la que decidió quedarse ahí arriba. Es cierto, ella es excluida y echada del pueblo, lanzada por los aires. Pero esa es sólo una parte de la historia. Yo empecé por el final, porque quería contar la historia de la luna. Y nunca busqué un final triste, sino una explicación un poco falsa de qué era la luna: una mujer que nadie quería porque hacía mucho ruido, porque iluminaba demasiado. Pero al mismo tiempo, ella está contenta. ¡Y están los lobos que la acompañan, al fin de cuentas! (risas).
–Entonces el del final feliz no es un tema para usted...
–No veo que necesariamente éste sea un final triste, pero tampoco soy favorable a los finales siempre felices. Las historias que tienen finales un poco tristes, o difíciles, esas que te dejan un dejo de melancolía o de no se sabe bien qué, esas historias me gustan, me gusta el sabor que dejan. Yo elijo las historias que tienen ese plus de misterio. Esto es algo que no he pensado tanto, lo estoy pensando ahora... ¡así que debe formar parte de mí!
–¿Cuán fácil o difícil le resultó insertarse en el mercado editorial de Francia?
–En mi caso debo decir que fue fácil, porque cuando terminé la escuela de artes tenía dos álbumes que fueron editados muy rápidamente, y uno de ellos, Las sirenas de Belpescao, recibió un premio importante, de los editores libreros. Eso me ayudó a insertarme rápidamente en el mundo de la edición. Hoy por hoy en Francia la edición infantil ocupa un buen lugar, hay mucha producción, aunque no estoy segura de que sea tan positivo que se hagan tantos libros.
–¿Por qué?
–Creo que es mejor apostar a la calidad que a la cantidad. A veces los libreros ni siquiera tienen el tiempo de abrir las tapas, el lema es producir rápido muchos libros. Y a mí me gusta trabajar con editores que pueden tomarse el tiempo de pensar el objeto libro, de retrabajar el texto, de replantearlo si es necesario.
–¿Cuánto tiempo le lleva hacer un libro?
–Depende. Rosa-Luna fue muy largo, tuvo varias etapas, empecé a pensar la historia en 2006 y fue editada en 2012. Mientras tanto fue descansando, se la di a los editores varias veces, hasta que llegó su momento. El trabajo de ilustración me puede llevar unos cinco meses, pero eso es una vez que tengo despejado el camino. Antes de eso, hubo mucho trabajo mío y de los editores.
–¿Cuál sería el trabajo de un buen editor?
–Desde ya, es mi primer lector. Tengo que lograr con él una especie de pingpong para hacer que la historia evolucione. En realidad, su trabajo sería básicamente ayudar a hacerme las preguntas correctas. A veces nos peleamos, eso es parte del asunto, pero hay mucha confianza. Es muy agradable cuando siento que somos dos los que creemos en el personaje y en la historia, y que puedo apoyarme en el editor para que siga gestándose. Si tengo que resumir su función, diría que el editor hace un poco el trabajo de partero.
Hoy y mañana a las 18.30 en la Plaza Vaticano, junto al Teatro Colón (Viamonte entre Cerrito y Libertad) habrá buena música para chicos (y no tanto), gratis. Hoy, Aguafiestas, la banda de rock (y otras músicas) que hace bailar y cantar a chicos y grandes. Mañana, Lalá y El Toque Toque. |
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