CHICOS › UN NOTABLE ESPECTACULO DEL GRUPO TEATRO OJCURO
› Por Karina Micheletto
¿Cómo ver teatro en la más absoluta oscuridad? ¿Y cómo ver, además, una obra basada en los cuentos de Horacio Quiroga, que despliegan la exuberancia de la selva y sus colores? El Grupo Ojcuro invita a la experiencia de ver teatro usando todos los sentidos. Y los invita particularmente a los chicos, con Quiroga y la selva iluminada, en una tercera temporada que sigue dejando huella en el Konex. Hoy es la última función de vacaciones (ver aparte) y luego regresan a ese escenario en septiembre.
La aventura comienza ya en la entrada misma a la sala, donde se prepara a los espectadores para ingresar en pequeños grupos, y tomados uno a uno como en tren, porque al pasar el primer telón ya no verán nada. La experiencia de la oscuridad, repentina y definitiva, es fuerte para todos los espectadores. Tratándose de niños, más aún, por eso es recomendable prepararlos antes explicando bien qué y cómo irán a ver teatro en esta oportunidad, y en general no se sugiere la obra para niños muy pequeños (aunque hay algunos de 3 años que han salido felices). La calidez de la directora y guionista, Laura Cuffini, recibiendo al público en la entrada, calmará las ansias, y todos saben que quien quiera puede dejar la sala en cualquier momento: sólo tiene que pedirlo en voz alta, y lo irán a buscar.
La idea misma de teatro ciego transforma todas las convenciones: No hay un punto hacia el cual “mirar”, no hay un escenario preestablecido y –se descubrirá después, cuando se dé un poquito de luz para el aplauso final– las butacas están distribuidas por toda la sala. Mientras tanto, la percepción corre para todos lados, y también lo que se narra ocurre por toda la sala. Y resulta que esa oscuridad, que en un punto molesta en un primer momento (“¡Estoy enojada!”, se escucha a una pequeña espectadora en el inicio de la obra) de a poco comienza a ser incorporada, hasta llegar al punto en que es dejada de lado, porque todos están ocupados en abrir otros sentidos. Y así esa misma espectadora irá a felicitar a los actores y actrices al final: “¡Qué lindo todo! ¡Me encantó la obra!”.
No se darán detalles en esta nota para no quitar el encanto de la sorpresa; se dirá, simplemente, que aquí se siente mucho. Sí se puede contar que la puesta introduce una novedad en la técnica del teatro ciego: la utilización de títeres luminiscentes, que conectan enseguida con el público infantil (y asombran también al adulto), especialmente diseñados para ser manejados por actores ciegos (el Grupo Ojcuro está conformado por actores ciegos, disminuidos visuales y videntes).
Quiroga y la selva iluminada comienza con una nena que dice lo que dicen tantas: ¡estoy aburrida! Y con un abuelo que cuenta cuentos: los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga. Sigue por la cálida siesta misionera, las húmedas costas de río, con personajes como el loro pelado, el yaguareté, una familia de yacarés y un enorme surubí. El viaje se potencia con la música de Pablo Siriani y la hermosa canción del final, “En un país de verde y agua”. Es un viaje intenso del estilo de los que la misma compañía viene proponiendo para adultos desde hace ya 16 temporadas con La isla desierta, sobre un texto de Roberto Arlt, y con el más reciente La próxima parada. Un viaje lleno de colores.
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