CHICOS › MARTIN PIROYANSKY, JOVEN ACTOR CON UNA CARRERA EN ASCENSO
Se lo puede ver en Sofacama, pero tiene un amplio currículum televisivo. Y sabe separar bien su persona del personaje.
› Por Facundo Garcia
Martín Piroyansky camina una vereda habitada sólo por su entusiasmo y algún tilo que cumple con la primavera. Las manos del actor de Sofaccama van de un lado a otro, hasta dar la impresión de que es de ellas de donde salen las respuestas y los comentarios. El joven empezó en la actuación a los siete, y después de una adolescencia “televisiva” (PNP, Magazine For Fai y Campeones, entre otros), los veinte lo encontraron convertido en un intérprete que se sirve de la sensibilidad adolescente como clave para interactuar con el mundo, sin desatender las lecciones de la experiencia. El muchacho –que el 12 de octubre presentará Cara de queso, una película dirigida por Ariel Winograd– no tiene problemas en asumirse como “un kamikaze”: “El otro día vi una entrevista a Jodie Foster, y decía que ella no se reconocía como una seguidora de métodos, sino como alguien que simplemente se mete con todo en los personajes. Me sentí totalmente identificado. Para actuar investigo, pero ante todo me zambullo, me tiro en la situación”, se sincera.
–Ya lleva trece años actuando. Uno no puede dejar de preguntarse qué hizo que empezara a interesarse por este oficio desde tan chico...
–Qué pregunta... creo que vivimos en un mundo en el que, filosóficamente, no podemos responder a nada, y me parece que muchos encontramos en el arte un lugar en el que se pueden calmar un poco esas angustias. Uno puede responder por una manera de actuar o de escribir, por ejemplo. No pasa lo mismo con otras cosas que pasan alrededor. Aunque, para ser sincero, siempre hay una presencia de lo inexplicable en este trabajo....
–Hasta ahora lo viene explicando bastante bien...
–Sí... lo que pasa es que me parece que hay algo que nos pasa mucho a los que hemos sido niños actores. Yo fui niño actor: lo veo trabajar a Rodrigo Noya (“Lorenzo” en Hermanos y detectives) y veo cosas mías. Me doy cuenta de que él es hiperlógico. Cuando dice una palabra, entiende todo lo que está expresando. Me parece que es la misma forma de pensar con la que yo me acostumbré a trabajar, e incluso es la manera en que abordo muchas cosas relacionadas con mis percepciones cotidianas. A eso hay que sumarle el hecho de que desde chico me tiraron definiciones cerradas por ser el hijo menor de tres, de manera que siempre estuve bastante provisto de explicaciones...
–Hasta que llegaba la hora de la verdad...
–(Risas.) Claro, hasta que llegó el fin del secundario, o las primeras experiencias sexuales: ¡Ahí me di cuenta de que no sabía un carajo!
Sin ningún miedo a confesar imperfecciones, Piroyansky va despejando con timing perfecto cualquier entrevero de la charla. Se desliza al lugar que le interesa y desenrolla los asuntos con un toque de gracia sazonada con delicada acidez. Es como haber enganchado sobrio a Macaulay Culkin, pero con menos dinero y probablemente mejores proyectos. Porque Piroyansky no se conforma con su presente auspicioso, sino que lee a Jerome David Salinger, se da recurrentes atracones de cine arte y tiene teorías personales sobre casi cualquier asunto que le tiren. Tiene su propia explicación, por ejemplo, para el ya añejo auge de las historias con adolescentes en los medios masivos de Argentina.
–¿Cuál es la razón por la que la figura del adolescente con conflictos tragicómicos sigue “rindiendo” dramáticamente?
–Creo que hay cierta tendencia a situarse dentro de una forma de sensibilidad vinculada a esa etapa. Eso va a continuar en los próximos años, y hasta diría que en un momento va a ser la infancia el eje de la mayoría de las historias. Hace poco vi un corto de Klaus Kinski en el que se mostraban chicos de cinco años jugando. Al mismo tiempo, se oía la voz en off de un nene que decía en alemán que quería matar a todos y morirse. Toda esas emociones fuertes que se vinculan a los jóvenes, Kinski las había trasladado a los chicos. Y si tienen fuerza ahí es porque ciertas preocupaciones se repiten a lo largo de la vida, al menos entre los “no negadores”, los que se animan a conectarse con sí mismos a pesar del paso del tiempo.
–Usted tiene rasgos físicos llamativos. Digamos que son rasgos que parecen adaptarse muy bien al trabajo actoral. Pero, ¿cómo se lleva con su cuerpo fuera del escenario y de la pantalla?
–Tengo dos mundos muy marcados. Uno es mi vida cotidiana y otro el trabajo. En mi vida soy encorvado, por timidez. No soy expresivo en la calle y cuando pido el boleto del colectivo, el que maneja nunca me escucha nada. Me siento expuesto permanentemente. En el escenario la cosa cambia. La otra vez, durante una función, me clavé un alambre en el ojo. Sentí cómo se me hundía el globo ocular dentro de la cabeza, por la presión del pinche. Sin embargo, seguí moviéndome como si nada, aunque te aseguro que me llega a pasar eso acá y me desmayo. En la vida, soy bastante hipocondríaco. Si estoy actuando, me convierto en una especie de kamikaze.
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