RADIO › ENTREVISTA A VíCTOR HUGO MORALES, QUE MAñANA VUELVE A LA RADIO
Estará en la AM 750, tras tres meses fuera del aire, en los que escribió el libro Mentir a diario. “Soy un ciudadano del micrófono, de la máquina de escribir”, dice, y define políticamente: “Sin el poder mediático, ningún gobierno neoliberal duraría más de 24 horas”.
› Por Emanuel Respighi
A Víctor Hugo Morales se le nota la abstinencia de micrófono. No porque la ansiedad de recuperar el aire que Radio Continental le quitó la segunda semana de enero (rompiendo unilateralmente el contrato que lo unía con la emisora que lo había cobijado durante tres décadas) lo lleve a tropezar con sus propias palabras. Hombre de radio, de esos que en el decir se les va la vida, Víctor Hugo es un artesano de la palabra. La necesidad de volver a ser el inconfundible “tipo de la radio” se le manifiesta en la tendencia asociativa y explicativa que desarolla ante cada pregunta. Sereno pero firme, reflexivo pero dinámico, el periodista responde con esa cadencia oratoria que lo llevó a convertirse en una de las personalidades más influyentes de la radiofonía argentina. Como si estuviera ya instalado en el estudio “Antonio Carrizo” de la AM 750, el espacio en el que, desde mañana, retornará a la radio con La mañana con Víctor Hugo, el ciclo que comandará de lunes a viernes, de 9 a 12.
Fueron apenas tres meses sin aire. Sin embargo, para Víctor Hugo fue una eternidad. Al fin y al cabo, fue el período más largo en el que estuvo alejado –forzosamente– de la radio. No hubo ocio en este tiempo. Ni creativo ni cultural. Inquieto ante el contexto social y político actual, se refugió en la escritura de Mentir a diario (Editorial Colihue), el libro sobre las relaciones entre la política neoliberal y los medios de comunicación que presentará en las próximas semanas. “Fueron meses gratísimos, intensísimos, en los que estuve escribiendo”, le cuenta a Página/12. “Tuve la coincidencia de que, además, justo que terminé el libro apareció la propuesta de volver a la radio. De hecho, el mismo día que empiezo en la 750 tengo que entregar el prólogo. Escribir fue un ejercicio tan interesante como catártico, porque hay una búsqueda en la escritura que es mucho más profunda que la oralidad”, reconoce.
–¿Reemplazó la escritura por la radio? Lo van a tildar de “traidor”.
(Se ríe) –La oralidad tiene muchas torpezas. En cambio, escribir, buscar, bucear, encontrar palabras, frases, ideas, metáforas, fue un lindo desafío que me hizo atravesar este período relativamente bien. Tuve la suerte también de hacer una elongación permanente de micrófono con los amigos que me invitaron a conversar, como Darío Villarruel, Daniel Tognetti, Gustavo Sylvestre, Romina Calderaro en Radio del Plata. Me dieron una gran contención. Es bueno tener de vez en cuando la posibilidad de decir lo que uno piensa y siente, porque uno es periodista y todos los días tiene una idea, una angustia o una esperanza, algo en la cabeza que nos acostumbramos a compartir con los demás. En general, los periodistas pensamos en función de lo que vamos a hacer profesionalmente. Siempre tenemos dando vuelta un título para una nota, una idea sobre lo que uno va a escribir o decir. Todo lo que veo lo miro con ojos para otros, para los demás. Yo no veo ni cine para mí solo.
-Esa necesidad de compartir sus sensaciones con alguien, ¿fue algo que descubrió recién ahora?
-Es verdad que éste fue el período alejado del micrófono más extenso de mi carrera, pero supe esa necesidad de compartir lo que pienso y siento desde hace tiempo. Una vez, en 1984, estaba mirando jugar a Gabriela Sabatini en Amelia Island, un partido en el que logró sacarle un set a Chris Evert, por entonces la gran campeona de la época. Aunque perdió el partido, el set que le había ganado era un gran acontecimiento, porque nuestra promesa le estaba ganando a la mejor. En un lugar, además, perdido en el mundo, exótico. Recuerdo que salí del partido y no tenía paz por no poderlo contar. Me acuerdo que llamé a un programa de Mitre, no importa cuál porque el conductor ya no está entre nosotros, y entre su indiferencia se filtró brutalmente mi entusiasmo por contarle a la gente que estaba confirmado que Sabatini podía competir en las grandes ligas. No me conformaba con haberlo visto. Para nada. Necesitaba contar ese hecho. Así que desde entonces, me doy cuenta de que miro las cosas con el ojo del periodista que en algún lado lo va a decir o lo va a escribir.
-Casi como un defecto profesional que se fusiona todo el tiempo con su vida personal.
-Todos los estímulos son periodísticos para mí. Todo lo que veo me genera una opinión y, al mismo tiempo, ganas de compartirla. Perdí la habilidad del ciudadano común de ver cosas y pensarlas para sí mismo. Otras personas a lo sumo lo contarán a la familia o a un amigo. En mi caso, pienso todo el tiempo convertir lo que me pasa, observo y analizo en un hecho periodístico. Lo humano, lo inhumano, lo divertido, lo torpe, cualquier cosa que veo, me provoca una idea o una opinión.
-¿En algún momento logra escindir al ciudadano común del periodista?
-Soy un ciudadano del micrófono, de la máquina de escribir. La realidad es como la arcilla un artesano para hacer sus moldes. Ante eso, y por no haber tenido radio, pude canalizar la naturaleza de compartir escribiendo. En un punto, en el libro están todos los programas que no hice en este tiempo. El libro se iba a llamar 100 días neoliberales o El primer trimestre del resto de nuestras vida con Macri. Pero como el libro no es un balance de los tres meses de gobierno, sino que tiene otra intención, elegimos Mentir a diario. La capacidad de mentir que tienen, de Macri para abajo, es asombrosa. Hasta divertida, cuando lo divertido no es pensar el daño tremendo que están haciendo. Pero ya tienen una amoralidad en la mentira. A Macri le pasa lo que le ocurre al mentiroso de la familia, al que nadie le señala que está diciendo algo que no es cierto. El tipo sigue mintiendo y se convierte en un personaje, en alguien folklórico. Y el “a diario” del título juega con la idea de que la base de esa impunidad es el Grupo Clarín: es la mentira de un gobierno sostenida por un grupo. Esas son las razones del título.
-¿Cree que ningún gobierno neoliberal podría sostener su proyecto sin el apoyo de los grandes medios?
-Sin el poder mediático, ningún gobierno neoliberal duraría más de 24 horas. Bastaría que Clarín hiciera una semana de periodismo en serio y justo para que no pudiese resistir, porque cualquier mentira o cosa injusta que diga no tendría forma de progresar. Ahora son una máquina de mentir autorizada. Hasta que, en la otra forma de hipocresía que tiene, el grupo dominante determine que quizás Macri empiece a servir menos a sus objetivos. Entonces, dará lo mismo Urtubey, Massa... Ya le están pegando a Macri, de vez en cuando. De hecho hay gente que por ingenuidad o torpeza cree que también le pegan a Macri. Y hasta Clarín podrá decir que también critica a Macri. Pero no es verdad. Lograron cambiar al país. Dentro del país de las corporaciones, va bien Macri, va bien Massa, va bien Urtubey, va bien cualquiera que sea obediente. Terminaron con un país. Ahora sí da lo mismo cualquiera. Por eso pueden ser críticos. Pero no es el mismo tipo de crítica; es desde dentro del sistema. Con el poder real puede ser presidente cualquiera. Por eso uno se pregunta: ¿cómo fue presidente Menem? ¿Cómo fue presidente De la Rúa? Es gente muy modesta en sus valores. No tiene explicación. Uno piensa que para ser presidente se debe tener cierto nivel. Como periodista deportivo, para presidente de Boca Macri estaba bien. Hasta para jefe de Gobierno. Pero ser presidente es otra cosa, porque determina la felicidad o la desgracia de millones de personas. ¿Por qué, entonces, gente tan modesta en sus recursos ha llegado a lugares tan empinados? Porque al sistema, a lo establecido, le da lo mismo. No les importa porque no van a molestar.
En perspectiva, cuando usted era presentado como “el prestigioso relator” por esos medios, ¿sintió que era “funcional” al sistema porque su poder de daño era nulo, al no tener ese discurso un acompañamiento gubernamental?
Absolutamente. La molestia conmigo viene por ese lado. Yo resisto el análisis porque basta abrir en cualquier página mi libro Un grito en el desierto, que escribí en los noventa, para darse cuenta de que hablaba de lo mismo que lo que pasa ahora. Lo que tiene el libro es una gran carga de escepticismo, porque yo no creía que esa realidad fuera a cambiar. En 1996 tenía un fuerte escepticismo. Lo que sucedió es que después vinieron años, no solamente en Argentina sino también en América latina, que se parecieron muchísimo a mis sueños. La película de estos años contempla perfectamente la idea de lo que pensaba que nunca iba a ocurrir. En Un grito en el desierto abogaba para que la gente que estaba en condiciones de combatir al poder real se quedara en la oposición, porque creía que si era parte del poder real se la iban a devorar. En los primeros años de los Kirchner, no es que se los devoraron, pero las fuerzas estaban más o menos equilibradas, estaban “a buenas” el poder real y el poder de Néstor Kirchner. Recién a comienzos de 2008 se produce un tajante cambio, que fue una verdadera gloria que ocurriese. Para mí, para la democracia, para el periodismo, para entender la vida, para saber dónde estamos parados, para redondearnos como profesionales. Los periodistas empezamos a jugar un partido en serio. Hasta ese momento, todos teníamos nuestros talentitos. Hacíamos el jueguito que hacemos los jugadores cuando entramos a una cancha de fútbol: la parás con el pecho, la bajás con la rodilla, se la pasás de taco a un compañero... Eso era el periodismo. De pronto, empezó el partido de verdad y ahí hubo que determinar de qué lado jugabas. El partido del periodismo se puso en marcha en 2008, con la reestatización de los fondos jubilatorios de las AFJP, hasta octubre de 2009 con la ley de medios... Fue un año y medio visceral de la vida del país. Hasta sin darnos cuenta tuvimos que tomar una posición. Hubo que renunciar a muchas cosas: pertenencias sociales, la comodidad de ser el “prestigioso relator” que todos respetaban...
¿Los años de kirchnerismo fueron prósperos para el debate?
Durante el kirchnerismo también hubo un discurso único. En la vereda de enfrente a ese discurso estaba el gobierno y algunos medios de comunicación, estimulados y alimentados por el gobierno, como no puede ser de otra manera, como se debe hacer en democracia. El gobierno también es el Estado. Y el Estado tiene derecho a defenderse de las corporaciones. El poder político de la gente tiene que tener mecanismos de defensa contra los que son “corporación”. Esto también lo aprendimos ahora. Toda la vida vimos al poder político como “el poder”. Sabíamos que había un “poder real” que tenía mucho peso, pero ahora aprendimos que son los amos del país y del mundo. Cuando reconocés que el poder real es mucho más fuerte que el político, te das cuenta de que la verdadera y corajuda oposición que se debe tener es contra el sistema, contra lo establecido, contra las corporaciones. Cualquiera es oposición contra el poder político.
–A la distancia, alejado de la coyuntura, ¿siente que en esa puja político-mediática que inauguró el kirchnerismo debió endurecer más de lo debido sus posiciones?
–Siempre hubo una cierta desmesura, aparente. Para equilibrar un poco las asimetrías, uno tiene que ponerle más pesas al discurso. Para hacerse oír, para despertar la atención, uno tiene que generar cierto ruido. Cuando era periodista deportivo y criticaba a la mafia de Torneos desde un lugar muy pequeño, lo decía con un énfasis que parecía que a mí me iba algo en eso. Y también parecía que me iba a dar algo (se ríe). De hecho, perdí mi laburo en 2002, cuando Torneos tenía el 20 por ciento de Telefónica, que en ese entonces administraba Continental. Fueron las protestas de la gente las que hicieron que me recontrataran. Cuando uno lucha contra monstruos, contra pesos pesados, uno debe llamar la atención subrayando lo que dice. Cuando digo “no tengo ningún respeto intelectual y moral por cualquier persona que diga que a Nisman lo asesinaron”, podría decirlo un poco más suavemente. Porque puede haber algún ingenuo, no solamente interesados, como los grupos mediáticos y judiciales que dicen que Nisman fue víctima de un crimen. Quizá le quito al ingenuo la posibilidad de serlo porque digo que no le tengo ningún respeto intelectual y moral. Lo hago porque ante tanta mentira instalada desde las corporaciones, tenés que hacer reflexionar fuerte. Si no les pusiera a mis posiciones la indignación que le pongo, probablemente no tendría problemas. Es una forma de sacudir conciencias. En ese sentido, es verdad que uno pone carga de más en lo que dice. Pero siempre fue así. Uno tiene que equilibrar la brutal fuerza que hay del otro lado. Cuando peleás desde poderes muy pequeños contra grandes poderes, la sobreactuación es necesaria.
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