RADIO › LA PRESENTACION DE LA VIDA ES OTRA COSA. LOS POEMAS DE PISO 93
Alguna vez fue el Gavilán Pollero, pero el que presentó el libro fue Martín Pérez, que junto a Rafael Hernández y Pedro Saborido, responsables de aquel mítico programa dominguero, recordó el modo en que aquellos textos se convirtieron en una excusa “para evitar el suicidio”.
› Por Andrés Valenzuela
“Los textos aparecieron porque para pasar el otro lado de un disco había que darle tiempo al operador para darlo vuelta”. Así de sencillo: una limitación técnica le dio al mítico programa de trasnoche de la Rock & Pop Piso 93 uno de sus rasgos identitarios. Eso y el rock. O la música, porque a veces sus musicalizadores o Rafael Hernández –Rafa– pasaban lo que les viniera en gana. El ciclo tenía colaboradores de toda índole, a quienes Rafa perseguía y que le pasaban sus textos anotados en papelitos. Tenía también un poeta joven que aportaba lo suyo y atendía los teléfonos para sacar al aire a los oyentes, y aunque dice que ya no es joven ni poeta, acaba de publicar un libro con esos textos: era el Gavilán Pollero. Hoy el Gavilán firma como Martín Pérez cuando escribe y edita en el suplemento Radar de Página/12. La vida es otra cosa. Los poemas de Piso 93 se presentó el viernes en el Centro Cultural Ricardo Rojas con Hernández, con Pérez, con Pedro Saborido (quien también mechaba lo suyo ahí), con un cierre blusero a cargo del trío de Claudio Kleiman, uno de los musicalizadores del programa. Se presentó como corresponde a estos casos, con revelaciones sobre la hechura del programa y con amigos.
La vida es otra cosa se puede leer online, en el sitio de El octavo loco, una de las dos editoriales que editaron el libro (la otra, Tren en movimiento). Forma parte de la colección conjunta “Fuera de serie”, pensada para textos que no encajan en ninguna categoría tradicional. Los poemas de Pérez/Gavilán son eso. Son poemas que en su momento no se reconocían como tales, poemas pensados para ser textos de radio.
“Piso 93 iba cuando terminaba Feliz domingo, como una forma de evitar el suicidio, pero también era todo lo que pasaba en la semana para llegar ahí”, explicó Saborido mientras presentaba a Rafa y Gavilán, o Hernández y Pérez, y se interesaba por cómo habían sido los días previos a la primera emisión del programa. Para Hernández, había “que recurrir a libros y a amigos que quisieran decir algo”. Para Pérez la cosa pasaba por “seguir a Rafa a donde fuera, a los musicalizadores”. Los colaboradores aparecían donde fuese, en bares, tugurios, boliches. En el circuito nocturno de la Buenos Aires de fines de los ochenta. Allí entraban las influencias del viejo Expreso imaginario y se coexistía con Prix D’ami, Cerdos y peces y otros espacios semejantes. “Lo fascinante de la historia es lo que no se suele contar”, advirtió Pérez. “En la historia del rock se habla siempre de las revistas, pero yo cuando era adolescente, sólo podía acceder a la escena en la radio, escuchándola en el auto de mi viejo, pescando música de pasada”, contó.
Todos los textos leídos al aire, y por extensión todos los publicados en La vida es otra cosa, tenían algún tema de fondo. Era parte del formato que terminó caracterizando al programa, en el cual se abría el teléfono a los oyentes, pero con un eje temático particular, en torno al cual también se agrupaban las canciones de la noche. “Descubrimos que para que la gente hablara de sí misma y se mostrara lo mejor posible, había que elegir un tema, que eso ayudaba a los musicalizadores y permitía hablar de uno mismo hablando de otras cosas”, explicaron sus hacedores. La alternativa, el tema libre, no había funcionado: terminaba en un “blues sin swing” y llanto inevitable. Además, aclaró Saborido, no tocaban temas de actualidad.
“Nosotros le decíamos textos como minimizando la cuestión, pero son poemas”, reflexionó Hernández. “Estos 30 y pico de años de alejamiento lo volvieron algo valioso, en ese momento escribíamos y descartábamos, no como ahora que hay Radio Cut, entonces si no venís, te jodés y el domingo que viene será otra cosa, y tratábamos de no repetirnos, aunque a veces nos robábamos a nosotros mismos”, completó el recuerdo. En la vorágine de producción de a siete textos por domingo, ni explicaban quién eran los autores, que podían ser ellos, amigos o un recorte de Cortázar. “Mariana Enríquez una vez me contó que se enojaba con nosotros por no decir quiénes escribían”, acotó Pérez.
Pérez dice que aunque él escribió esos textos, en realidad no eran suyos. “Los escribía pensando en la voz de Rafa, que me cascoteaba los muy sensibles y depresivos –y bien que hacía–. Si bien los hice yo, estos textos tenían que ser recordados entre todos”, consideró. “Por eso este es un libro de poemas y no, y un libro de microtextos sobre los medios, y tampoco es un libro sobre eso”. La vida es otra cosa es un libro difícil de clasificar. Es, quizás, un poemario que también es radio.
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