RADIO › LALO MIR, EL MICROFONO COMO UNA FORMA DE VIDA
Con años de experiencia en el medio y una potente capacidad de análisis, el hombre que puso una nota diferente en el aire desde 9PM y Radio Bangkok echa un vistazo a las características de la radio argentina y expone los argumentos por los cuales descree de la diferenciación entre AM y FM.
› Por Oscar Ranzani
Cuesta imaginar qué le falta mostrar a Lalo Mir en radio. Una de las voces de la mítica Radio Bangkok, que a fines de los ’80 revolucionó la FM, está de nuevo en su salsa. Es que Lalo volvió a hacer lo que más le gusta: sentarse frente a un micrófono y bla bla bla. Con toda la magia que ese ejercicio mediatizado encierra, y con la carga expresiva que le imprime a través de su dicción. Su regreso al medio es por partida doble, ya que, después de su paso por Radio Mitre, retorna a la FM, aunque disiente con la diferenciación de los formatos. No está solo en la tarea: conduce la segunda mañana de La 100 (lunes a viernes de 9 a 13) junto a Maju Lozano, en un ciclo que no tiene nombre pero que contiene mucha música.
Durante la entrevista con Página/12, Lalo pasa de la seriedad al delirio en un instante, fugazmente, casi como haciendo un personaje de sí mismo, una cualidad que supo explotar históricamente. Comenta que el programa “está armándose” pero tiene “dos condimentos fundamentales, que son la estructura de FM 100 y mi experiencia y mi carrera”. Si bien reconoce que por ahora le resulta difícil definir en un ciento por ciento la identidad, asegura que su intención es hacer “una cosa mucho más fluida que otras que he hecho antes. Es decir, bajar el nivel de código y la cosa estructurada y presentarlo más como una charla informal, si se quiere. Antes yo concebía siempre módulos dentro de unas estructuras, como unos paquetes con unas identidades, unas aperturas, cierto barroquismo que ahora no está. Entonces, todo es más laxo. Aunque lo que se dice es lo mismo”, comenta con tono distendido, pero sin renunciar a ese ritmo veloz que lo identifica, al igual que su verborragia.
–¿Cómo definiría su público? Antes era mayoritariamente juvenil, ahora parece estar más codeado con el público adulto joven. ¿Cambió su público o es el mismo que creció con usted?
–Ambas cosas. Por ahí son cuestiones múltiples. Uno crece y evoluciona hacia algo, o involuciona y digamos que va llevando gente en ese mismo camino. Es como que van caminando juntos. Hay otros que se pierden en el camino, porque los crecimientos no son simétricos y hay gente nueva que llega que es medio multitarget. En definitiva, es un poco la suma o la mezcla de todo lo que me fue pasando en los últimos años. Entonces, hay de todo. De pronto hay gente grande que me escucha por primera vez, y hay pendejos que me escuchan por primera vez también. Es el hijo por la madre o la nieta por la abuela. O es el abuelo. Entonces, es largo el camino y se dan unas simultaneidades de cuestiones. Me parece que es muy multitarget. Obviamente, si lo vemos en términos de análisis de mercado es un público adulto joven, absolutamente, cuyo fuerte debe estar por arriba de los 20 y hasta los 40.
–Usted no es amante de la diferenciación entre AM y FM. A pesar de eso, ¿no cree que cada vez están más parecidas? Por ejemplo, la FM incorporó buena parte de la carga informativa que en un principio tenía la AM.
–Me parece mera convención. Hablando con un amigo que está trabajando en Lima por un asunto de radio y analizando el mercado de allá, le pregunté esto mismo: “¿La radio líder es AM o FM?”, por la convención argentina. Me dice: “Es una FM pero, como está hecha, es como si fuera una AM”. Es decir, hay un micrófono, un tocadiscos, un parlante y una antena. Lo que le pongas adentro depende del ser humano y de las convenciones que marquen negocios, business, mercado, sociedad. No hay otra cosa. La radio es una radio y va hacia una síntesis absoluta. Ya hoy en día escuchás todas las repeticiones de AM de Buenos Aires en el interior a través de FM. Las escuchás en FM y en estéreo. Después, a las FM de Buenos Aires sí las escuchás en FM. Pero ambos públicos de AM y FM que no están ni en Buenos Aires ni en el país iniciaron una nueva era de la radio que es la radio en la web, donde teniendo banda ancha vos sintonizás cualquier radio y se escucha bien. En ese caso, ambas no son ni AM ni FM, porque la calidad del sonido sería una mezcla entre la AM y la FM. Tiene más calidad que una AM y menos que una FM. Ahí tenés un tercer formato.
–Uno de los componentes fundamentales de la radio, desde su nacimiento, fue la improvisación. ¿Considera que se perdió bastante?
–Depende de a qué radio nos estemos refiriendo. No sé, en mi caso siempre tiene una cuota de cosa prevista y una cuota de improvisación. Los porcentajes varían de acuerdo al hecho, al momento y al evento. A veces es todo hecho, todo escrito, producido y hasta grabado y ni te das cuenta. Y en otras, es totalmente improvisado. Muchas veces un componente adopta el otro. Es decir, lo empezás a hacer improvisado y decís: “No, es muy desordenado. Conviene que tengamos previsión de cómo empieza, cómo sigue, cómo termina y un ruido que te identifique”. Y otras decidís que no. Yo no tengo una fórmula.
–¿Y cómo vive ese momento de improvisación? ¿Piensa en alguien en particular a quien dirigirse? ¿Está el peso de la audiencia en ese momento?
–No, sos un hombre en un cuarto hablando solo, un loco hablando solo. Tengo más esa imagen. Se achicaron las distancias con la aparición del correo electrónico o los contestadores automáticos que funcionan con las computadoras. Siempre tuvimos el feedback, pero antes recibíamos cinco o seis mensajes y ahora son como trescientos en media hora. Decís una gilada y todo el mundo te salta encima. Es diferente, hay más control. Hay más Gestapo popular. Hay como una intelligentzia del oyente y hay un cuerpo de elite de esa intelligentzia que te marca las faltas, los errores de sintaxis, las palabras mal pronunciadas.
–¿Y eso atenta contra la espontaneidad?
–No debiera. Eso depende de cómo uno juega el partido. En realidad, te hace pensar un poco más las cosas. Por ahí, tenés tendencia a ser menos espontáneo, pero no lo veo como un atentado. Sencillamente, una evolución a cosas que pasan en la vida del que escucha y del que habla. Ningún peligro. Bah, no sé, quizás un día salen hordas a la calle y me cuelgan en una plaza pública. Y entonces, tú tendrás esta nota y dirás: “Yo lo sabía y él también sabía que iba a terminar colgado del patíbulo popular” (risas).
–En los diferentes viajes que realizó, ¿notó muy distintas las radios extranjeras respecto de las argentinas? Estableciendo una comparación, ¿cuáles son las características fundamentales de las radios de nuestro país?
–Nuestra radio es más heterogénea. Afuera la radio es más homogénea. Estás en París y es toda parecida, estás en Nueva York o Los Angeles y es más o menos parecida. Después, tenés que buscar con los dedos algunas cosas que salen del patrón general. La radio europea, en general, es más seria y menos jodona que la nuestra. La americana es como que tiene la misma chispa, la misma pimienta, pero más pava. Una de las cosas buenas que tenemos es la radio: diferente y variado. No solamente variado en el sentido de que hay una radio de rock, una de folklore, una de tango, porque eso está en todo el mundo. Digo en cómo se lo encara, cómo se comunica, cómo se lo presenta. Yo he grabado mucha radio. Me gustaba viajar y grabar radio. No llevaba cámara de fotos sino grabador. La radio es como un sonido que tiene mucho que ver con la sociedad donde está puesta. La de Catamarca es diferente a la de Buenos Aires. En cada lugar la radio tiene el color del lugar.
–¿La radio es solo un medio?
–Es un medio, pero es toda la humanidad que lleva adentro. El diario también es un medio y, sin embargo, forma parte fundamental del devenir de las naciones porque todo se cocina ahí, y no en la radio. Son partes distintas. Por la radio pasa mucho la cultura, lo popular. citemos a McLuhan: el medio es el mensaje. Por ahí, también fabrica su propia cosa que no está en ningún otro lado. De hecho, lo hace. Es una suma de humanidades de los que ponen música, de los que escriben guiones, de los que graban avisos y de los que hacemos de payasos, animadores o entretenedores de esta cuestión. Por ahí, la radio dentro de los medios juega más libre entre los límites. A veces, arriba de una mesa en un taller mecánico en Pompeya, a las cinco de la tarde, con los chabones cansados que por ahí se quedan colgados del parlante escuchando lo que estás diciendo, es como un cacho de esa familia.
–¿Entra más en la intimidad?
–Es menos invasiva, o invasora. Es un parlante que suena al cual te acostumbrás. No te pide mucho. La tele pide que la mires, que la adores, que hables de ella mucho rato después, como la concebimos los argentinos con la pasión nuestra. La radio es más como un... candelabro, que se prende siempre porque esa luz chiquitita alumbra mejor.
–Le dio aire a Radio La Colifata cuando no era tan conocida como hoy. ¿Cómo se contactó y qué lo motivó a ofrecerle espacio en sus programas?
–Alfredo Olivera (N. de la R.: director de La Colifata) vino con un radiograbador y un casete a Radio Bangkok o a Buenos Aires, una divina comedia, no recuerdo. Me dijo: “Lalo, te quiero hacer escuchar un programa de LT 22 Radio La Colifata, que la hacen los internos del Borda”. Me pone el casete y escucho un par de chabones diciendo unas cosas que me rompieron la cabeza. Nosotros pasamos los micros de La Colifata durante años y algunos de ellos quedaron como las perlas o los grandes éxitos. ¡Maravillas! Por suerte los escuchó más gente a través de mis programas. Estaba planeado como un taller terapéutico y lo es con creces, más que la pintura, más que la poesía, porque la radio sale. Y al salir, vuelve y esto hace que rompa la pared. El problema del loco es el aislamiento, y la radio te lleva para afuera. Alfredo vino con esa radio. Escuché eso y le dije: “¿Cómo lo hacen?”. Y me dijo: “Con esta radio”. Miro, y era un radiograbador viejo, todo abollado. Le digo: “¿Cómo?” Me dice: “Ponemos un casete y grabamos. Después, elegimos las partes y lo editamos en un segundo casete y cuando está listo lo ponemos fuerte y lo escuchamos”. La institución radio ¡era un radiograbador! ¡Me rompió el bocho! ¿Cómo le iba a decir que no si me estaba enseñando a mí?
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