DANZA › BAILARINES EXTRANJEROS EN EL 6º MUNDIAL DE BAILE
Tres parejas de bailarines –portugueses, italianos y venezolanos– cuentan cómo viven el tango en sus países y por qué decidieron venir a competir a la meca del género.
› Por Carlos Bevilacqua
“Tratamos de relajarnos y disfrutar, pero no es fácil.” “Creo que ayer me fue mejor, hoy estaba tensa, como si me pesara la responsabilidad.” “Estamos acostumbrados a la competencia, así que no nos ponemos nerviosos.” No son atletas olímpicos ni estudiantes luego de un parcial, pero acaban de rendir examen. Algo atípica, la prueba fue de tango salón durante las rondas clasificatorias del Campeonato Mundial que por estos días se disputa en Buenos Aires. En torno de una mesa al aire libre, detrás del Estadio Obras, intercambian opiniones los portugueses Alexandra Baldaque (33) y Fernando Silva (53), los italianos Alessandra Gallo (44) y Claudio Natalicio (57), y los venezolanos Angela Meléndez (23) y Ebert Morillo (39).
“Hay algo misterioso que nos trae a Buenos Aires. Al bailar tango nos expresamos de una manera única. Más allá de la competencia, cada uno de nosotros guarda pequeñas verdades en los pies, algo que queda plasmado en los dibujos que hacemos en el piso”, argumenta Silva respecto de las razones que lo trajeron a competir. “Participar ya es suficiente”, coinciden Natalicio y Gallo. Meléndez y Morillo aspiran a vivir del tango, por eso pueden sonar más ambiciosos: “Competir implica ser observado y comparado. Es una buena prueba para nosotros, lo mismo que compartir momentos con personas de otros países”, explica Angela.
Es la cuarta vez que Alexandra y Fernando compiten en el Mundial. En 2004 y 2005 llegaron a la final y el año pasado a semifinales. “En Oporto bailamos tres o cuatro veces por semana. Practicamos todo lo que podemos pero allá hay milongas sólo cuatro días por semana”, cuenta ella, profesora de informática en una universidad. “Consumimos muchísimo tango. Alexandra es una experta en orquestas tradicionales”, asegura él (ingeniero mecánico) para luego culpar al bailarín Osvaldo Zotto de su pasión por el tango. Claro que en la lista de ídolos también figuran Carlos Gavito, Guillermina Quiroga y Gustavo Naveira. Claudio y Alessandra son debutantes en el Mundial, pero él practica bailes de salón en Roma desde hace 20 años y tiene experiencia en competencias similares. “En Roma tenemos muchas y muy buenas milongas, así que bailamos casi todos los días”, cuenta él (jubilado del Ministerio de Defensa) antes de declararse fan de Milena Plebs. “¡El otro día bailé con ella en Salón Canning!”, celebra juntando las manos hacia el cielo. “Sí, dopo morire”, asiente tras la sugerencia.
Angela y Ebert bailan juntos hace apenas un año. Ella (profesora de ballet, actriz y estudiante de artes) venía bailando otras danzas, mientras él (traductor) ya hacía una década que bailaba tango. “Es difícil elegir, porque me gustan diferentes estilos, desde el tango nuevo al de Villa Urquiza”, duda él revelando una erudición que pocos argentinos ostentan. “En Caracas tenemos sólo cuatro o cinco milongas semanales, pero el público está creciendo. En el interior se está haciendo un campeonato nacional en Mérida y ya hay milongas en Barquisimeto y San Cristóbal”, cuenta Angela, quien más tarde aclara, muy seria: “En el i-pod siempre llevo bastante tango. Escucho en el autobús y mientras espero a Eber, que siempre llega tarde, pero también escuchando tango en su i-pod...”.
“Buenos Aires es tango”, define Claudio y parece lograr consenso. “Y parrilla”, agrega Fernando en un despacho de minoría que es aprobado entre risas. La celebración de su vida nocturna, y particularmente la cultural, logra mayoría absoluta. Todos aprovechan para despuntar el vicio por las noches en las milongas de mejor reputación. Y enumeran como en rezo: “Sin Rumbo, Sunderland, Canning, El Beso, Porteño y Bailarín...” Paradójicamente, se quejan de que en algunas hay muchos extranjeros. “Es que complican la circulación”, se queja Alexandra como si fuese oriunda de Barracas. “A mí me cuesta el cabeceo –admite Angela–. Me fastidia un poco tener que andar mirando para todos lados. Pero como en general se dan cuenta de que soy extranjera, finalmente vienen a invitarme a la mesa.” Aunque con dificultades, todos aceptaron los llamados códigos: “La primera vez que vine a Buenos Aires, cada vez que una mujer me miraba yo me escondía”, evoca Claudio con gestos ampulosos y desatando la carcajada general. Tal vez por ser más jóvenes, los venezolanos mechan esos ámbitos tradicionales con otros más informales. “Vamos también a prácticas, como la X o Villa Malcolm, donde la gente prueba cosas nuevas y uno se siente más libre”, cuenta Angela. ¿Cómo compatibilizan tantas salidas nocturnas con la concentración que supone un Mundial? La pregunta parece remover contra algunas contradicciones, pero varios optan por la sonrisa complaciente. “Y sí, te acostás muy tarde, pero ayer, por ejemplo, no salimos”, informa Alexandra, lo que lleva a su tocaya italiana a confesar: “Nosotros salimos pero volvimos temprano, a las 3...”. “¡Una hora más temprano de lo habitual!”, ironiza su coequiper no muy arrepentido.
Si bien los entrevistados negaron tener cábalas, Angela y Ebert revelaron un ritual inquietante. “Antes de bailar nos gusta conectarnos físicamente, abrazándonos y tocándonos”, contó Angela y, como la pregunta indiscreta no pudo ser retenida, aclaró: “No somos novios, pero no tuvimos problemas con nuestras parejas, tal vez porque todavía no nos vieron...”
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