DANZA › CATEGORíA ESCENARIO EN EL VII MUNDIAL DE TANGO
Con una coreografía módica pero bien ejecutada, el cordobés Jonathan Spitel y la zarateña Betsabet Flores se impusieron en la final. El público colmó el Luna Park para seguir la definición.
› Por Carlos Bevilacqua
Habían sido otras parejas las que habían llamado la atención, ya fuera por aciertos o por errores, pero el título de campeones mundiales de tango categoría Escenario fue para Jonathan Spitel y Betsabet Flores. Sí, esos jovencitos a los que nadie recordaba muy bien cuando Fernando Bravo los coronó a los gritos desde el micrófono, tal vez porque habían desplegado una coreografía sencilla en comparación con el promedio de las otras 19 que compitieron anteanoche en la final. Claro que ese diseño de pasos gozó de una fuerte identidad tanguera, fue ejecutado con una técnica pulida, una atrapante armonía entre los cuerpos y una ajustada musicalidad respecto de los compases de “Encanto rojo”, el tema de Fabio Hager (ex director del Sexteto Sur) que eligieron para competir. “No quisimos hacer nada extraordinario, sólo bailar el tango que más nos gusta, bien al piso, con mucha velocidad de piernas, pero con pocos trucos”, sintetizó él en la rueda de prensa posterior. Ella aportó otra clave del éxito: “Esto superaba nuestras expectativas, con llegar a semifinales ya estábamos hechos. Por eso, ante la posibilidad de bailar en el Luna Park ante tanta gente, nos dijimos: ‘Ya está, ahora vamos a relajarnos para disfrutarlo’”. Vaya si disfrutaron este cordobés de 28 años y esta zarateña de 20, que hace sólo cinco meses que bailan juntos. Nunca habían participado en un Mundial, así que tienen efectividad máxima. Sus vidas dieron así un giro que los invita a militar en la primera división del tango profesional. Para empezar, los espera un contrato de trabajo por dos meses en Japón a través de la empresa Min-on, como yapa del premio oficial de $ 15.000 aportados por el Gobierno de la Ciudad, organizador del evento desde 2003. Según contaron, Jonathan bailaba diferentes ritmos desde chico hasta hace un año y medio, cuando arrancó con el tango, que hoy le permite ganarse el sustento. Betsabet, en cambio, empezó bailando clásico y, si bien se entusiasma con las perspectivas que desde hace cuatro años le abre el tango, todavía trabaja en un call center. Para la competencia se prepararon durante tres meses sin demasiadas sofisticaciones, apenas con la mirada correctora de los bailarines Francisco Forquera y Carolina Bonaventura, dos expertos en la materia. A diferencia de los Yamao (matrimonio de japoneses que el sábado se consagró en Salón), Jonathan y Betsabet dicen ser sólo buenos amigos, más allá de que en Buenos Aires vivan en el mismo hostel y hayan compartido una cábala íntima: en todas las instancias del campeonato los dos usaron ropa interior roja, a tono con el título del tango que eligieron para las presentaciones.
Spitel y Flores se impusieron a un total de 171 parejas de 25 países, que compitieron en una de las dos categorías del Mundial (la más abierta a las influencias de otras disciplinas en función del mayor lucimiento posible de las formas del tango). En la final de anteanoche también brillaron los paraguayos Amado Benítez y Seudi Villazante (clásicos, pero técnicos y musicales para “Quejas de bandoneón”), los argentinos Matías Casali y Natalia Turelli (personales intérpretes, también, de “Encanto rojo”), los chilenos Maximiliano Alvarado y Paloma Berrios (cuyas logradas picardías al compás de “9 de Julio” se ganaron el favor del público) y los argentinos Maximiliano Cristiani y Belén Bartolomé (él, un habitué de la competencia que este año logró el 5º puesto). El podio se completó con los cordobeses Cristian Correa y Manuela Rossi (segundos) y la repetida asociación de un argentino con una japonesa, en este caso Cristian López y Nao Tsutsumishita, que alcanzó la tercera ubicación.
La competencia estuvo matizada por atractivos shows de danza y música en vivo que el público celebró con cálidos aplausos. Un versátil sexteto dirigido por José Colángelo fue la banda de sonido para todo lo que ocurrió sobre el escenario. Al comando de un sonido poderoso, que incluyó chelo y batería más músicos dúctiles como Horacio Romo en bandoneón y Pablo Agri en violín, el último pianista de Aníbal Troilo supo lucirse en tramos meramente instrumentales, pero también potenciar las coreografías siempre audaces de Mora Godoy al frente de su ballet. En el camino, los músicos también dieron el acompañamiento necesario para que brillaran, cada uno a su tiempo, dos estilos bien diferentes de cantantes. Por un lado la expresión tanguera del “Negro” Raúl Lavié, el especialista que, a poco de cumplir cuarenta años con el género, volvió a dejar todo en cada final. Por otro, las condiciones de Elena Roger, la estrella argentina de musicales internacionales, quien salió airosa del brete que siempre implica abordar el tango desde afuera. Cuando, como cierre de la noche, Jonathan y Betsabet interpretaron una versión en vivo de “La Cumparsita” con la compañía de Mora Godoy como decorado móvil, los seis mil espectadores ordenaban sus argumentos para la polémica que recién empezaba.
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