DANZA › H.N.A. - OBRA PARA DANZA Y LAPTORK ORQUESTA DE COMPUTADORAS EN EL CENTRO ROJAS
La coreógrafa, bailarina y cantante Valeria Pagola presenta una pieza que juega con los acordes del Himno Nacional Argentino y reflexiona sobre la relación entre símbolos y tecnología a partir de la incorporación de una orquesta de laptops.
› Por Alina Mazzaferro
Desde hace un tiempo, cada vez que Valeria Pagola estrena, el mundillo de la danza enciende el oído. Es que en los últimos tiempos esta coreógrafa y cantante supo irrumpir con propuestas interesantes, poco convencionales, muy poéticas y bien experimentales. H.N.A., su última creación que puede verse en el Centro Cultural Rojas, como Las que me habitan y otras de sus obras, tiene ese sabor a obra inacabada, proceso de investigación. Pero al mismo tiempo permite al espectador disfrutar de un momento estético, cautivante. Y en esta pieza en particular, también reflexionar un poco.
H.N.A. se propone a sí misma como una obra “para danza y orquesta de computadoras”. De entrada, el subtítulo llama la atención. Al entrar a la sala Batato Barea, el público se encuentra con un grupo de jóvenes de negro que trabajan en sus laptops. Sólo hay un órgano en escena; está claro que el resto de la orquesta se ha “virtualizado”. El desafío en sí mismo dispara algunas preguntas: ¿Hasta qué punto la tecnología puede reemplazar la destreza artística humana? ¿Se puede llamar a este cuerpo de cibernautas orquesta? Con mucha menos maestría que los músicos, estos jóvenes cuatrojos, serios y concentrados, mouse en mano, producen armonía. A pesar del trompe l’oeil, el órgano es entre todos el único que se destaca. Cuando la orquesta electrónica se vuelve simétrica, rítmica como los loops computarizados, el órgano desordena, instala el caos, deja a la vista el trazo humano.
Mientras todo esto sucede en escena, Valeria Pagola comienza a moverse en un costado del cuadro. Su cuerpo lentamente se amoldará a las figuras musicales propuestas por los jóvenes de negro. Es de esperar que Pagola, que ha demostrado ser una exquisita cantante, tome el micrófono. Y así sucede. Esta vez, juega con los acordes del himno argentino, recorriendo no linealmente su estructura. La introducción de un elemento de carácter local –un símbolo nacional– frente a esta puesta no anclada en tiempo y espacio, que parecería anular cualquier tipo de particularismos en pos de una estética universal como la del ciberespacio, plantea nuevos interrogantes. ¿Qué hace(n) la/s tecnología/s con las culturas nacionales, regionales, particulares? Y al mismo tiempo, ¿qué hacen los individuos, los grupos, las comunidades –qué hacemos los que habitamos el “tercer mundo”– con la tecnología?
La obra avanza y lentamente se transforma. Los jóvenes que parecían mover sólo sus dedos sobre el teclado y hacer “arte” con un simple click, por fin se alejan de sus escritorios. Toman sus laptops y se acercan a Pagola, que se recuesta en el piso para que las pantallas iluminadas le proporcionen un cielo imaginario. La belleza del momento es indudable –en la oscuridad, estas nubes sobre un firmamento azul, imagen típica del protector de pantalla, son escenográficamente atractivas– y al mismo tiempo abre otro dilema respecto de la intervención de la tecnología en la vida cotidiana. ¿Es este cielo más perfecto que el real? ¿Hemos llegado a confundir o reemplazar el mundo de las cosas con el virtual? ¿Vamos en ese camino?
Si las obras de Pagola suelen causar sensaciones en el espectador, ésta parece ser menos poética –aunque tiene momentos especialmente atractivos– pero más interesante desde el punto de vista de las reflexiones que dispara en la audiencia. No pone la piel de gallina ni es tradicionalmente entretenida, pero sugiere algunas preguntas respecto del mundo en que habitamos y también respecto de las posibilidades de la danza, cuando ésta se combina con materiales que le son ajenos. La fusión de la danza con las nuevas tecnologías es una tendencia que viene pisando fuerte hace más de diez años. Muchos se han arrojado a trabajar con bailarines virtuales, sensores que activan sonidos a partir del movimiento (la misma Pagola usa uno en esta obra, un recurso que ya ha sido visto en otras oportunidades), láseres, proyección de video o escenografías digitales interactivas (Margarita Bali fue la pionera en Argentina y Edgardo Mercado y Gabily Anadón son actualmente los principales representantes del género). Del mismo modo, son muchos los que han quedado atrapados por la obnubilación que produce el truco tecnológico y no han podido hacer que la técnica se pusiera al servicio de la obra de danza (no es el caso de Bali ni de Mercado). Un despliegue técnico, un recurso novedoso, no es garantía de nada. Con frecuencia, quienes se embarcan en este tipo de proyectos se pierden en los laberintos del proceso tecnológico; pierden de vista el carácter artístico de la producción, el punto de llegada que no es más que un producto redondo, acabado. Algo de esto le ha sucedido esta vez a Pagola. Su propuesta es interesante, prometedora. Sin embargo, aún falta darle a todo ese material poderoso una vuelta de tuerca para convertir en un todo artístico elementos que por el momento no son más que potentes intuiciones.
De Valeria Pagola, Esteban Insinger y Fabián Kesler.
Dirección general y coreografía: Valeria Pagola.
Música y dirección musical: Esteban Insinger y Fabián Kesler.
Intérpretes: Valeria Pagola y Laptork Orquesta.
Lugar: Centro Cultural Ricardo Rojas (Corrientes 2038).
Jueves a las 21 (hasta el 28 de octubre).
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