DANZA › CUáDRUPLE, UN PROGRAMA COMPARTIDO POR JóVENES COREóGRAFAS
Las obras que presentan Silvina Linzuain, Natacha Visconti, Milena Burnell y Soledad Gutiérrez en el C.C. R. Rojas apuntan a alumbrar nuevas ideas coreográficas. “Son trabajos que nos llevan meses o años, porque creamos desde la investigación”, coinciden.
› Por Carolina Prieto
Cuando Alejandro Cervera, coordinador de Danza del Centro Cultural Ricardo Rojas, vio los espectáculos finales de cuatro creadoras a punto de egresar del IUNA (Instituto Universitario Nacional del Arte) como coreógrafas, no dudó en convocarlas, atraído por el rigor de sus planteos. Las chicas se pusieron manos a la obra y están presentando los sábados a las 21 en la sala Batato Barea del Rojas (Corrientes 2038) Cuádruple, un programa compartido en el que se suceden sus creaciones, cada una de unos veinte minutos. Una buena oportunidad para sumergirse en un universo de movimiento nacido de la investigación y que apunta a alumbrar algunas ideas conceptuales, la calidad de las relaciones humanas y los recuerdos. Ellas son Silvina Linzuain, Natacha Visconti, Milena Burnell y Soledad Gutiérrez y comparten, además de este reciente estreno, una formación teórica marcada por maestros como Susana Tambutti, Gerardo Litvak y Roxana Grisntein, además de experiencias como asistentes de coreógrafos destacados y una serie de premios en sus incipientes carreras.
El espectáculo abre con Paradoxa, de Silvina Linzuain y la Compañía Banfield Teatro Ensamble: una investigación kinética acerca del concepto de paradoja. “Me interesó volver al origen de la palabra, que alude a la existencia de ideas opuestas en un mismo discurso y también al sentido que va en paralelo de la doxa o sentido común”, comenta la creadora a Página/12. Para eso centralizó el trabajo en la disociación: “Mientras que una parte del cuerpo está ligada a la danza clásica, otra parte está vinculada a lo contemporáneo o al folclore”. Y así el mismo cuerpo es portador de discursos que pueden sugerir múltiples sentidos. La puesta en escena es despojada: nada de elementos, un vestuario minimalista y un sonido que sugiere distintas atmósferas, desde la música erudita hasta la popular y también momentos de silencio. Esta es la tercera obra de Linzuain, después de Parada, por favor y Proyecto vacío, y tiene, según su creadora, una estructura paradojal. “Intenta avanzar, pero no propone una conclusión, nunca cierra. Tiene una circularidad infinita”, dice.
Luego viene Horario de descarga, de Natacha Visconti. En este caso el disparador fueron los diferentes grados de tensión que la directora observa en distintos espectáculos: unos con un tipo de movimiento más blando y relajado y otros con un lenguaje más duro, surgidos en general en el marco de sociedades con un mayor grado de crítica y movilización. “Me interesó investigar cómo se generan esos grados de tensión partiendo de movimientos cálidos, amables y al piso e ir creciendo hasta alcanzar una tensión tan alta que impide el movimiento. En general, en grupos sociales que viven una mayor tensión en su vida cotidiana, esto se refleja en sus obras de teatro y de danza”, explica la coreógrafa que con su ópera prima, Básico, ganó una beca de residencia en el American Dance Festival 2010. En esta nueva creación trabajó con dos bailarines y con un tercero que, con un carro, desplaza a los intérpretes cuando de tanta tensión ya no pueden moverse. Todo con música original creada para la obra, salvo en dos momentos específicos en que se escucha un tema de Sandro y otro de Nirvana.
Le sigue Tiempo aquel, un solo creado por la ecuatoriana Melina Burnell y la intérprete Carla Rímola sobre la memoria y la infancia. “Trabajamos mucho improvisando a partir de recuerdos: una canción, un olor, un juego”, comenta Burnell, radicada en esta ciudad para completar su formación coreográfica. La dupla incorporó la proyección de fotos y en ese marco la intérprete rememora escenas de su pasado atravesando distintos estados.
Cuádruple se cierra con Liebestraume (Sueño de amor), de Soledad Gutiérrez, una pieza que lleva el nombre de una obra del compositor romántico Franz Liszt. Pero no se trata de una propuesta ciento por ciento decimonónica: la directora utilizó esa atmósfera musical para hablar de los tipos de relaciones actuales, que lejos de alcanzar profundidad remiten a conexiones más o menos efímeras. “Tomé de Zygmunt Bauman la idea de que en vez de tener vínculos personales tenemos conexiones: conectamos y desconectamos según los momentos y las necesidades, usando conceptos de la informática”, asegura. Hay cinco bailarines inmersos en núcleos de movimiento básicos que se complejizan y remiten a formas más superficiales de comunicación, acompañados por un pianista que ejecuta música del romanticismo tamizada con sonidos actuales. Esta es la segunda obra de Gutiérrez, quien antes creó Tris, junto a Burnell, una pieza que obtuvo el Premio Estímulo a la Creación Coreográfica del IUNA.
Las chicas están muy entusiasmadas con la posibilidad de estar en el Rojas. “Son trabajos que nos llevan meses o años, porque creamos desde la investigación. Contar con este espacio donde circula mucha gente, donde hay un apoyo a nivel de la producción y una visibilidad que hace que mucha gente pueda ver lo que hacés es muy importante y estimulante”, aseguran. Y si bien las obras coinciden en cierto grado de abstracción, la música y los mismos cuerpos estimulan asociaciones que para muchos espectadores serán bastante directas. “No le tememos al cripticismo –agregan–. Es una propuesta que generará lecturas distintas. Y además hay todo un movimiento que viene del baile popular y las murgas que redefinen lo que es la danza. Cualquiera que se acerque a ver Cuádruple podrá entrar desde algún lado, no va a quedar afuera.”
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