Sáb 20.04.2013
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DANZA › FARRUQUITO PRESENTARA HOY ABOLENGO, EN EL TEATRO GRAN REX

Defensor del flamenco más puro

El bailaor homenajea “a los abuelos” del género como parte de su defensa de la raíz. “Queremos decirle modestamente al público que dentro del flamenco todavía hay mucho por descubrir y que no necesariamente tenemos que recurrir a la fusión y a la mezcla”, afirma.

› Por María Daniela Yaccar

El hombre durmió dos horas, en el vuelo que lo trasladó de Montevideo a Buenos Aires. Ahora está en un tablao llamado Cantares, en Rivadavia al 1100. Las cámaras de televisión están allí para que muestre lo que mejor sabe hacer: bailar flamenco. Es una cita con la prensa. “¿Salió bien? Tengo hambre y sueño. Estoy extenuado”, avisa tras la performance, aunque sin quejarse. No le responden con palabras, sino con un aplauso agradecido. El español Farruquito, uno de los bailaores más reconocidos a nivel mundial, está en la Argentina presentando Abolengo, su nuevo espectáculo, en el que homenajea “a los abuelos de este arte”. Hoy bailará en el Gran Rex (Corrientes 857, a las 21.30), tras haber pasado por Córdoba.

Cuando se sienta a charlar con Página/12, Farruquito da paso a Juan Manuel Fernández Montoya, su verdadero yo. “Desde niño entiendes que el flamenco exige fuerza y energía. No practicas una danza tranquila y relajada, sino que das importancia a la fuerza, la compostura, la manera. Eso se trabaja desde pequeño”, explica, elegantemente trajeado. Ante las cámaras había zapateado con la misma fuerza con la que el año pasado pisó el suelo del Gran Rex. Fue también en abril y dio cátedra del flamenco más puro, del cual es defensor acérrimo.

No podría ser de otra manera. A los 5 años ya bailaba en las grandes ligas: su debut fue en el Teatro Broadway. Y a los 15 creó su primer espectáculo. Es que Farruquito es descendiente de una dinastía de célebres bailaores. Su bisabuela era conocida como La Farruca. Su abuelo, Farruco, fue un símbolo en España. De él lo aprendió todo. Su madre, Rosario Montoya Manzano, también conocida como La Farruca, es bailaora, y su papá, Juan Fernández Flores, es cantaor. Por tanto, la historia de Farruquito, como su danza, está teñida de sangre escarlata, gitana, flamenca. Dos de sus hermanos también bailan. A uno lo llaman igual que a él y es primera figura de Paco de Lucía.

Pese a que es cálido con la prensa, hay un tema del que Farruquito no quiere hablar con ningún medio de comunicación. Hace ya casi una década, en septiembre de 2003, el bailaor atropelló y mató a Benjamín Olalla con un BMW sin seguro ni registro. Fue en Sevilla. Farruquito se dio a la fuga e intentó involucrar a su hermano menor en la tragedia. Se lo condenó por “homicidio imprudente” a tres años de cárcel y a pagar una indemnización. Lo detuvieron por 14 meses, entre 2007 y 2008. Continuó en libertad condicional y cumplió sus tres años de condena en enero de 2010.

Antes de arribar a la Argentina, Farruquito mostró lo suyo en Brasil, Chile y Uruguay. En el escenario lo acompañan la bailaora Karime Amaya –nieta de otro símbolo, Carmen Amaya–, los cantaores Antonio del Villar, Juan José Amador y Encarnita Anillo y los músicos Román Vicenti (guitarra), Bernardo Parrilla (violín) y Luis Amador (percusión). “Nos fue muy bien, gracias a Dios y al público que nos ha tratado con un cariño especial. Cuando sientes su energía las cosas salen de otra manera. Te sientes a gusto en la tabla y fluye la cosa”, recalca el bailaor. En su visita del año pasado, cuando presentó Baile Flamenco, demostró que sus espectáculos se dirigen tanto a espectadores aficionados como a quienes no entienden nada de flamenco. La técnica y el sentimiento son igual de imprescindibles para Farruquito.

–¿Cuán importante es la reacción del público en un espectáculo de flamenco?

–Hay gente que piensa que con un aplauso va a interrumpir. Pero sucede todo lo contrario: a los flamencos nos encanta que el público también se exprese, porque ahí está la conexión y pasa lo que pasa solamente durante esa noche. Nos encanta, sobre todo cuando hacemos espectáculos como éste, que tiene un 90 por ciento de improvisación. El flamenco es un poco como el jazz musicalmente. Si no tenemos un público que acompañe se puede volver más frío y menos entendible.

–Es una conexión parecida a la que se da en el teatro entre actores y público, ¿no?

–Totalmente. En el oscuro del teatro y las luces dándote en los ojos no ves nada. Pero a veces miro al fondo y respiro profundo, y eso que me llega intento expresarlo con el baile. El otro día me pasó una cosa curiosa. No recuerdo en qué teatro fue, pero fue en esta gira. Empecé a tocar la palma con jaleo en uno de los bailes. Miré al público para alimentarme y cuando me di cuenta estaban todos tocando las palmas a este ritmo. Bailé al ritmo de ellos. Fue una cosa preciosa.

–Sus espectáculos siempre tienen un concepto. ¿Cuál es el de Abolengo?

–Trata de conservar la raíz del flamenco. Se llama así porque hemos querido homenajear a nuestros abuelos. Pero no solamente a los míos y a la abuela de Karime, sino a los abuelos de este arte. Queremos acordarnos de las formas de hacerlo de antes, que no eran tan largas. Eran más cortas pero más intensas, salvajes, espontáneas. No estaba todo tan cuadriculado. Como modestamente pensamos que venimos de esa escuela, nos hemos juntado para decirle al público que dentro del flamenco todavía hay mucho por descubrir, y que no necesariamente tenemos que recurrir a la fusión y a la mezcla.

–¿Y cómo se innova cuando se respeta tanto la tradición?

–Con muchísimo trabajo, amor, tiempo y entrega y tratando a este arte como una parte de tu corazón, no como una profesión. Hay una diferencia muy grande entre hacer flamenco y ser flamenco. Se innova cuando respetas lo que ya está creado. Hay una frase que creo que es de Khalil Gibran: “El poeta descubre, no inventa”. Están los códigos, hay que saber descifrarlos. Sólo los descifran aquellos a los que les gusta tanto el flamenco que les da igual ser protagonistas. En este espectáculo el protagonista es el flamenco, no yo.

–¿Cómo es hacer un arte tan puro y tradicional en tiempos hipermodernos?

–El flamenco es necesario en estos tiempos, sobre todo para nosotros, los jóvenes. Porque aunque creamos que con las redes sociales estamos compartiendo, nos individualizamos aún más. Estamos todo el tiempo pensando adónde vamos a llegar y no nos ponemos a pensar de dónde venimos. Esa es la filosofía del flamenco: pensar en los valores de nuestros abuelos. ¿Por qué tú tienes esa cara, por qué sientes de esa manera? Eso te viene en los genes, en la sangre. Entonces, todos somos flamenco, aunque no lo hayas visto nunca y no te guste. Uno de los piropos más bonitos que me han echado me lo dijo una señora en Sevilla: “Es la primera vez que veo flamenco y me he acordado de mis abuelos”. ¡Qué cosa más bonita! El mundo entero es flamenco.

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