DANZA › YAMILA CRUZ VALLA CREO UNA OBRA DE DANZA-TEATRO QUE HOMENAJEA A SU ABUELO DESAPARECIDO
La bailarina y coreógrafa creó la obra para centrarse “en la lucha, la militancia, la alegría, la pasión y el amor” de ese abuelo al que no llegó a conocer. Haroldo Logiurato... hombro de árbol, hojas como pájaros puede verse hoy a las 21 en el Espacio Cultural Nuestros Hijos.
› Por María Daniela Yaccar
Ella es una nieta que jamás recuperó a su abuelo. No lo conoció, tampoco; pero con el tiempo pudo saber bastantes cosas sobre él. Muchas. Pudo conocerlo de otro modo. En la familia, la desaparición de Haroldo Logiurato, quien fuera un importante dirigente gremial, nunca fue un tema tabú. Pero, además, el hombre dejó una herencia de alto valor simbólico: las cartas que le envió a su mujer, Luli, cuando estuvo preso, entre 1960 y 1963. Yamila Cruz Valla, la nieta, que es bailarina y coreógrafa, creció escuchando los mensajes que su abuelo escribía para su abuela mientras estaba tras las rejas. Esas cartas inspiraron la obra de danza-teatro que hoy le dedica, llamada Haroldo Logiurato... hombro de árbol, hojas como pájaros. El espectáculo se estrenó en 2012 y tuvo unas pocas funciones. La próxima es hoy en el Espacio Cultural Nuestros Hijos (a las 21, Avenida del Libertador 8151, gratis).
Haroldo Logiurato fue un militante revolucionario de la resistencia peronista. Fue secretario general de ATE La Plata entre 1957 y 1959, secretario general de la CGT de los Argentinos regional Beri-
sso y Ensenada, integrante del Partido Revolucionario Obrero Argentino (PROA) y asesor del diputado nacional Rodolfo Ortega Peña. En 1976, organizó junto a Eduardo Luis Duhalde la Comisión Argentina de Derechos Humanos (Cadhu) para denunciar el terrorismo de Estado. Al año siguiente, desapareció junto a su hijo Fabián, de 16 años; su hermano, Luis Logiurato, y sus compañeros Héctor Bellingeri y la Tana Galletti.
La familia de Logiurato guarda como un tesoro las cartas que el hombre escribió a su mujer –Hilda “Luli” Díaz, madre de Plaza de Mayo– cuando estuvo preso, en los tiempos del Plan Conintes, creado por Arturo Frondizi. Era muy chica, Cruz Valla, cuando su mamá se las leía. “Conviví toda la vida con la desaparición de mi abuelo y de mi tío”, cuenta a Página/12. “Nací cuatro meses después de que Haroldo desapareció. Crecí en un contexto de tristeza y de bronca, de mujeres solas”, relata. Durante la última dictadura, su abuela, su madre y su tía abuela se trasladaron de La Plata a Río Negro. Cruz Valla nació en el sur. Su tío abuelo estaba detenido. Su abuelo y su tío, desaparecidos. Su madre tenía 17 años cuando ella nació. Creció en el campo. Las mujeres de la familia habían perdido todo: sus casas y sus trabajos. Sus hombres, la esperanza.
Alguien que crece en un contexto familiar tan duro en algún momento tiene que darle una justificación a todo eso. “Creo que hoy cuento la historia de mi abuelo porque busco la luz en toda esta historia. Es una necesidad personal. No soporto emocionalmente el hecho de mirar solamente lo que hicieron los militares. Necesito centrarme en la lucha, la militancia, la alegría, la pasión y el amor”, explica Cruz Valla, acariciándose su panza de ocho meses. Ya tiene a Paloma y espera a Salvador, con Mauricio Aguirre, su “compañero” y el autor de la música de la obra, que la acompañó a la entrevista.
No tuvo que esforzarse buscando la luz. La parte bella de la historia estaba en las cartas. Ella conserva unas veinte, algunas escritas a mano –con letra pequeñísima– y otras con una máquina de escribir que Haroldo pudo conseguir en la cárcel (estuvo preso en Chaco, U-shuaia, Viedma y Magdalena). Algunas líneas están tachadas por los militares. “Las cartas son exquisitas, maravillosas. Tienen mucha contemporaneidad. Además de contener una pasión y un amor dirigidos a Luli, muestran la pasión y el amor que tenía por la lucha y por el pueblo. Nada más que con mucho amor y con mucha pasión se puede emprender semejante lucha en esa época y correr todos los riesgos, hasta el punto de perder todo, hasta la vida. Quisimos, a través de la danza, materializar sus ideas. Esta es nuestra forma de contar la verdadera historia o un cachito de historia”, explica la nieta de Haroldo. Y éste es su modo, también, de tener a su abuelo de nuevo. Al menos por un rato.
Hay diez bailarines en escena (Luisina Valente, Luciano Vasconcelo, María Marta Torrecilla, María Julia Silvano, Keila Torandell, Antonella Pallanza, Leonardo Basanta, Victoria Barcala, Patricia Duhart y Paloma Cruz Liverani). Uno también es actor y hace de Haroldo. Entre los textos que pronuncia están, claro, las cartas. Pero también hay una voz en off –la de Omar Musa– para esas palabras que, según Cruz Valla, son tan maravillosas. La coreógrafa insiste en que la suya no es una obra oscura, que es apta para todo público, que no se centra en lo crudo de la historia. Que la desaparición de su abuelo es parte de la obra –no podría obviarla–, pero que aparece de un modo simbólico. “En un momento se produce un quiebre en el que se vacía el escenario y desaparecen todos. Queda mi abuela caminando en círculos, como Madre de Plaza de Mayo que es”, dice la directora. Aparece la relación de Haroldo con los trabajadores –“él era uno más de ellos”–, su pensamiento respecto del trabajo en las fábricas, su relación con su “compañeraza”, la “bella” Luli. “Es una puesta con mucho brillo, sobre la lucha”, define Cruz Valla.
Mauricio Aguirre cuenta que la música conecta “un trabajo bastante actual con los sonidos de la época”. “Toda mi vida toqué rock y hay momentos rockeros en la obra. Compuse a partir de las charlas con Yamila, de nuestra lectura de las cartas. Hay sonidos de tambor y de bombos y trabajo en vivo, con pista y guitarra. Y también hay extractos de audios que hacen al contexto: discursos de Perón y uno de Kirchner, el del día en que bajó el cuadro de Videla del Colegio Militar.”
“Las personas desaparecieron corporalmente. Mi abuelo desapareció. Pero estamos haciendo todo lo posible para que no desaparezcan sus ideas. Ideas que van de la mano con un proyecto que avanza hoy en día”, sostiene Cruz Valla. Su hija, Paloma, participa en un fragmento del espectáculo. En uno muy especial: “Con mi mamá escribimos un texto que aparece en escena, y ahí el público ve a Paloma. Decimos que los militares se equivocaron, porque no mataron a mi abuelo. Me estoy reproduciendo y voy a hacer un ejército de buena gente. Cada vez que tenemos un hijo en mi familia es una alegría. No contentamos a los militares. Estamos presentes y estamos vivos”.
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