DANZA › ENTREVISTA A JUAN ONOFRI BARBATO, DIRECTOR DE DURAMADRE
El coreógrafo presenta un nuevo espectáculo del grupo KM29, surgido de un taller realizado hace cuatro años en González Catán. Duramadre, recientemente estrenado en El Cultural San Martín, intenta dar visibilidad a un cuerpo-común-compartido.
› Por Paula Sabatés
Luego del éxito de la recordada Los posibles, que tuvo cuatro multitudinarias temporadas y una versión cinematográfica, el grupo de danza KM29 decidió que era tiempo de hacer un segundo espectáculo. “Esta obra fue una necesidad. Luego de aquel primer trabajo tan intenso sentimos que teníamos que seguir con nuevas prioridades y nuevos objetivos que tenían que ver, sobre todo, con profundizar el lenguaje coreográfico para que tuviera una base técnica más firme, contundente y precisa”, dice a Página/12 Juan Onofri Barbato, coreógrafo y director, sobre Duramadre, espectáculo que la compañía estrenó en la Sala Alberdi de El Cultural San Martín. La pieza, que se verá de viernes a domingo, intenta dar visibilidad a un cuerpo-común-compartido, concepto que el grupo trabajó desde los primeros ensayos y que demuestra la fuerza que genera hacer algo en comunión.
KM29 surgió de un taller de entrenamiento físico que el coreógrafo y bailarín ofreció en 2010 en González Catán. El curso funcionó y aquellos adolescentes sin experiencia en baile, pero con ganas de descubrir algo nuevo, consolidaron un grupo que al poco tiempo empezó a demostrar condiciones para la danza. Ese mismo año mostraron un trabajo en proceso en el Festival de Danza Contemporánea CABA, de lo cual surgió lo que luego fue Los posibles. Hoy la compañía está conformada por Alfonso Barón, Amparo González Sola, Daniel Leguizamón, Jonathan Da Rosa, Lucas Araujo y Pablo Kun Castro, todos presentes en Duramadre. Si bien su trabajo tiene una fuerte vinculación con lo social, sus integrantes se encargan de remarcar que se trata de un proyecto de investigación y creación artística y que ese es su mayor interés.
–¿Cómo surgió Duramadre?
–Empezamos con las primeras investigaciones durante un invierno muy frío en González Catán. Eso nos obligó a hacer un proceso coreográfico muy intenso, a probar cosas que nos generaran calor. Cuando nos decidimos a ir en esa dirección, el trabajo empezó a tener una característica muy hiperkinética. Después le sumamos algunas cuestiones que a mí me interesaban por fuera de eso que había salido, que tenían que ver con un pensamiento del cuerpo distinto.
–¿En qué sentido?
–Me interesaba pensar el cuerpo desde un tejido específico que es el miofascial, una membrana que recubre casi todos los intersticios del cuerpo. Intentamos hacer una especie de registro de ese tejido para empezar a movernos desde ahí. Eso genera otra inteligencia en el movimiento, otro desarrollo kinético. Así empezamos a pensar en la duramadre, que es una parte específica de esa membrana. Fue un camino novedoso, porque no somos muchos los coreógrafos y bailarines que trabajamos en esa dirección. Por otro lado, paralelamente fuimos desarrollando un cuerpo común, uno que proviene de otro modo de vincularse con el espacio, con la música y con los otros bailarines. Así como el cuerpo tiene una red de relaciones intra-sensibles, también existe una conexión entre los distintos cuerpos. Cualquier cosa que hacemos afecta al otro desde el tiempo, la velocidad, el espacio y los materiales coreográficos. Empezó entonces a aparecer una metáfora del cuerpo hiperconectado, del cuerpo compartido. Uno que es súper sensible, que no está disociado.
–¿Cómo recibieron los chicos ese planteo, que además conllevó un mayor desarrollo de la técnica?
–Con mucha comodidad porque es una idea que pretende pensar el cuerpo sin distinguir de manera prohibitiva las formaciones de cada uno. No importa si es un cuerpo formado o no, sino que es más bien uno universal, porque ese tejido lo tenemos todos. Es una idea más democrática. E incluso es más fácil detectar ciertas perfecciones internas para alguien que tiene menos formación porque está menos atravesado por discursos sobre su propio cuerpo. Entonces, la verdad que no generó inconvenientes y, por el contrario, nos permitió nivelarnos mucho como grupo.
–En Los posibles el grupo se complementaba con dos bailarines profesionales, además de los de González Catán. ¿Ahora?
–Yo creo que a esta altura los seis integrantes del grupo son profesionales porque han hecho muchas temporadas en teatros con mucho público, han atravesado situaciones de mucha responsabilidad y de mucha tensión, además de la experiencia de la película. Con Duramadre estamos haciendo un ritmo de compañía profesional con tres funciones por semana durante un mes y medio. Cuando yo tenía 21 años recién estaba en mi segundo año en el taller del San Martín y no me había subido nunca a un escenario y estos chicos a esa edad ya hicieron de todo. Teniendo en cuenta la desfavorable línea de partida que han tenido en su vida, creo que hoy como artistas están adelantados.
–¿Siente que el público empezó a reconocer al grupo como una compañía artística o que lo siguen viendo como novedad por tratarse de chicos que provienen de la marginalidad?
–Todavía eso no cambió. Si cambia dependerá un poco del compromiso que tengan los periodistas, porque cuando producen las notas es muy difícil sacarlos de ese único encuadre, de esa única tentación aparente. Casi que vienen buscando esa nota, cuando nosotros desde que fundamos el grupo venimos diciendo que nuestro eje no es social. Somos un grupo de investigación artística y laburamos con un grupo de artistas heterogéneos de los cuales algunos son de González Catán. Claro que en nuestro proceso atendemos problemáticas de lo social porque creemos que el arte, lo social y lo político están estrechamente ligados, pero no porque seamos Robin Hood ni unos justicieros. Eso es un cliché. Espero que algún día se entienda.
* Duramadre se verá viernes y sábados a las 21 y los domingos a las 19 en El Cultural San Martín (Sarmiento 1551). Habrá sólo 18 funciones. La última será el 1º de junio.
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