DANZA › MARIANELA NúñEZ, PRIMERA BAILARINA DEL ROYAL BALLET DE LONDRES
Es la estrella de la compañía de danza clásica más importante del mundo, pero dice que “cuanto uno más aprende, más quiere”. Hoy será invitada del Ballet Metropolitano de Buenos Aires y el sábado será homenajeada en San Martín, su ciudad natal, durante una gala solidaria.
› Por Paula Sabatés
Marianela Núñez se mira al espejo. Ya terminaron de hacerle las fotos pero igual se mira un rato más. ¿Qué ve? Lo que soñó desde chica: a una bailarina, de las mejores del mundo, que vive de la danza, su pasión desde que tiene memoria. Hace dos años, durante su anterior visita a la Argentina, los medios también la buscaron. Y todos, casi sin excepción, hablaron de la “princesa Marianela”, el “cuento de hadas” y los “sueños”. Ella lo recuerda y se ríe como si se tratara de otra. Pero enseguida reconocerá: “Es que es cierto, lo que me pasa es lo que siempre soñé”. De ojos claros y una belleza tan simple que aturde, la joven de 32 años que ahora está sentada en el sillón de un semipiso de Barrio Norte es primera bailarina de la compañía de danza clásica más importante del mundo: el Royal Ballet de Londres. Y aunque fue parte de esa empresa por más de la mitad de su vida, el lugar que le toca aún le sorprende.
Nacida en la localidad de San Martín de la provincia de Buenos Aires, a los ocho años ya dividía su tiempo entre la escuela primaria, la carrera de Danza del Teatro Colón y las clases particulares de ballet. Cuenta que cuando su mamá la veía cansada y le decía que iba a faltar a una de estas últimas, el escándalo era tal que no tenía más remedio que llevarla. “Me levantaba a las seis de la mañana y a lo mejor eran las doce de la noche y yo seguía despierta haciendo tarea, y así todos los días”, recuerda. La escuela del Colón no la terminó, porque cuando estaba en el quinto año (son diez) la vio Maximiliano Guerra y se la llevó a hacer una gira por todo el país. Cuando al año siguiente quiso retomar las clases, la por entonces directora del Ballet Estable, Raquel Rosetti, la invitó a trabajar directamente en la compañía, donde estuvo una temporada, hasta que Guerra la volvió a buscar, esta vez para llevarla a actuar a Japón.
A los quince tuvo la oportunidad de su vida: audicionar para el ballet londinense, compañía que ya conocía porque desde mucho antes veía videos de sus bailarines y performances, y que a los veinte la ascendió a primera bailarina y la destacó como la mejor del año. Desde entonces está vinculada con esa institución, lo cual le significó separarse de su familia, dejarla en la Argentina e irse a vivir sola, en plena adolescencia, a un país tan distinto como Inglaterra. Además de desarrollarse profesionalmente (el año pasado ganó el Premio Laurence Olivier, el más importante de las artes escénicas en Gran Bretaña), allí también conoció al brasileño Thiago Soares, también artista de la compañía, que hoy es su marido y partenaire.
En el 2010, Marianela le dijo a la prensa que le dolía que su país le abriera las puertas a un montón de artistas y que a ella no le tocara. “Me gustaría brindar algo de lo que aprendí, compartirlo con mi gente”, decía en esa oportunidad. Hoy las cosas cambiaron y la bailarina tiene la oportunidad de mostrar su talento por partida doble: hoy será invitada de la gala especial por el décimo aniversario de la creación del Ballet Metropolitano de Buenos Aires (ver recuadro) y el sábado será homenajeada en su ciudad natal durante una gala solidaria, donde también actuará. En ambos escenarios interpretará un fragmento de La Bella Durmiente y otro de un tango, con música de Astor Piazzolla. Además, el 16 cerrará la gala con Cisne Negro. La acompañará, en ambas oportunidades, Alejandro Parente, primer bailarín del Ballet del Teatro Colón, ya que Soares se encuentra en rehabilitación en Brasil tras una leve lesión en la rodilla.
–Luego de estas invitaciones, ¿ya no siente que no hay lugar para usted en la Argentina?
–Gracias a Dios ahora se dieron otras chances. No vengo muy seguido, pero la dirección del Teatro Colón ya me invitó varias veces. Lamentablemente, las fechas del ballet del Colón y el de Londres casi siempre coinciden, así que hasta ahora no pude venir mucho. Espero que podamos arreglar pronto, pero con la invitación estoy muy agradecida.
–Muchos bailarines argentinos brillan en el exterior. ¿Por qué cree que se van?
–Es cierto que en otros países el ballet tiene un espacio muchísimo más grande que el que se le da acá en este momento, pero también hay muchos bailarines que se quedan y apuestan todo acá. Creo que es algo muy personal. En mi caso siempre tuve ganas de ir a explorar lo que estaba del otro lado de las aguas. La primera vez que viajé fui a hacer un curso de verano a Nueva York y cuando terminó le dije a mi mamá que me quedaba. Obviamente no me dejó, porque tenía 12 años. Pero esas ganas de viajar ya estaban en mí. No me fui porque sí, yo admiraba mucho a los bailarines del Royal Ballet de Londres y me fascinaba cómo hacían este arte. Así que cuando se me dio la posibilidad de tener esa audición no lo dudé.
–¿Cómo fue esa audición?
–Impresionante. La hice con quince años y les encantó lo que mostré, así que me ofrecieron el contrato de inmediato. Acepté, pero cuando empezaron a hacer todos los papeles se dieron cuenta de que por la edad yo todavía no podía trabajar en Europa. Como no me querían perder, me dijeron que me guardaban el puesto por un año si yo durante ese tiempo me seguía formando en la escuela de la compañía. Y eso estuvo bárbaro, porque en ese tiempo me pude adaptar a la ciudad, aprendí inglés, que no sabía una palabra y aprendí a vivir sola siendo una adolescente. Al principio se me hizo complicado, extrañaba mucho a mi familia y por tres o cuatro años ellos viajaron mucho a verme. Así pasé mi adolescencia y me hice adulta a los palos. Pero una vez que me instalé no me sacó nadie. Londres hoy es mi lugar en el mundo y lo que vivo allí es lo que siempre soñé.
–¿Y cómo es un día suyo allá?
–Trabajamos muchísimo. De lunes a sábados entrenamos seis horas. En un día trabajamos en simultáneo en cuatro o cinco producciones diferentes y a la noche hacemos un espectáculo. La compañía hace 150 funciones por año en la Royal Opera House y una vez al año hacemos una gira internacional. Y después las vacaciones, a fin de julio.
–Todo eso lo comparte con su marido. ¿Qué siente al bailar con él?
–Ya ni lo pienso, es algo súper normal. Hace años que bailamos y estamos juntos las 24 horas, así que es algo muy natural, simplemente está ahí y lo disfrutamos. Y cuando no bailamos juntos también está buenísimo, porque cuando nos reencontramos, ambos hemos aprendido algo que después podemos usar en nuestra pareja de baile. Además, cuando nos separamos y bailamos con otros, valoramos más al otro, como pasa en la vida cuando no tenés algo.
–Habla de aprender. ¿Cree que lo sigue haciendo luego de tantos años?
–Mucho, todo el tiempo. En el ballet uno está buscando siempre esa perfección que no existe. Entonces cuanto uno más aprende, más quiere. Y el público también exige más, más si te siguen desde chica como a mí. Eso está bueno, porque no significa que por haber llegado a un lugar podés sentarte y descansar. Además, cada vez hay más chicos muy jovencitos estudiando y si vos no seguís trabajando se te viene toda una banda atrás.
–¿Pero las clases de ballet no son siempre iguales?
–La base del ballet es la misma desde que tenés cuatro años hasta que sos profesora, sí. Obviamente puede cambiar la variación de los pasos, pero la estructura siempre es la misma, tanto en los ballets más dramáticos como en los contemporáneos. Pero eso no significa que por haber hecho un ballet varias veces ya sepas cómo hacerlo. Al cuerpo hay que reentrenarlo siempre para que se acuerde. Y, por otro lado, a medida que vas creciendo, y sobre todo en los ballets más dramáticos, hay otro desafío que es poder darles más profundidad a los papeles y eso lleva mucho estudio. Claro que aun leyendo y estudiando te puede pasar que el día del show algo puede salir mal y nadie sepa lo mucho que trabajaste para ese momento.
–Muchos bailarines contemporáneos reniegan del ballet por considerarlo típico de otra época, de otro paradigma y de otros cuerpos. ¿Qué piensa al respecto?
–Es muy fácil decir eso, pero no es así. El lago de los cisnes fue creado hace muchísimo tiempo, pero la manera en que ahora lo hacemos es completamente distinta, porque los cuerpos y las mentalidades de los bailarines cambiaron. Uno quiere llegar mucho más lejos, buscar mucha más profundidad en los movimientos, en los personajes. Así que no estoy de acuerdo.
–¿En su compañía hacen ballets más dramáticos o más modernos?
–Tenemos un repertorio súper variado. Esa es una de las cosas por las cuales los bailarines quieren ser parte del Royal Ballet. Hacemos muchos clásicos con unas producciones preciosas y con montajes muy diferentes de todo lo demás que uno ve. Londres tiene una historia dramática impresionante, es una ciudad muy amante del teatro y eso influye muchísimo en cómo se crean las producciones. Eso me encanta porque me obligó a aprender a actuar, a ser verdadera en el escenario. Por otro lado tenemos un montón de coreógrafos contemporáneos que crean piezas originales para nosotros y no todas las compañías se pueden dar ese lujo. Eso es lo lindo, respetamos la tradición y además innovamos.
–La del bailarín es una vida corta: llega un momento en que el cuerpo no le permite bailar más. ¿Piensa en eso?
–Trato de no pensarlo porque me duele. Te preparás toda la vida y le ponés tanto amor y tanta pasión a esto, que saber que en algún momento no podrás hacerlo más es algo que te mata, es muy difícil de aceptar. Creo que llegado ese momento vendrá una etapa que será más difícil aun que todo el sacrificio de la danza, y es preguntarse quién es realmente Marianela, sin la bailarina. Yo ahora vivo las 24 horas con eso y por más que intente hacer otras cosas, no me lo puedo sacar. Y me imagino que va a ser difícil encontrar quién soy fuera de eso.
–Ahora que habla de sacrificio, mucho se habla del que tienen que hacer las niñas para entrar en el mundo de la danza clásica. ¿Usted lo vivió así? ¿Se arrepiente de haber resignado algo?
–Yo lo viví muy tranquila porque estaba re-enganchada y eso hacía que me aguantara bárbaro los horarios maratónicos que manejaba a los ocho años. Mucha gente piensa que es un sacrificio enorme y desmedido para chicas tan chiquitas, pero este camino siempre fue mi elección y mi sueño. El único sacrificio que hice por esto fue dejar a mi familia a los quince años e irme a vivir sola a otro país. En eso sí hoy pienso mucho. Veo chicas de esa edad y pienso que me fui muy chica. Pero esto es lo que siempre soñé y entonces siempre lo voy a defender y siempre voy a trabajar para ser mejor. No encuentro otra forma de vivirlo.
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