Se acerca fin de año y aún quedan oportunidades para descubrir trabajos de creadores jóvenes que buscan un contacto con el público antes del receso. Tal es el caso de Paz Ladrón de Guevara, bailarina y coreógrafa de 34 años que hace tiempo viene recorriendo la escena independiente con distintos proyectos. Hoy a las 21 en Café Müller (Lavalleja 1116) realizará una única función de Lo que queda, un solo interpretado por Lucía Toker (foto) con aires oníricos y abstractos, que viene de participar de un ciclo en otro bastión de la danza autogestionada, Espacio Dinamo. Formada en danza clásica, expresión corporal, además de egresar del IUNA como coreógrafa y de seguir formándose junto a maestros como Diana Szeinblum y Lucas Condró, Guevara propone un acercamiento al carácter efímero y frágil de la danza (y de tantas otras cosas), al intento por capturar ese instante.

El origen del trabajo se remonta a la propuesta que presentó para el festival Ciudanza, pensado para obras en espacios no convencionales: un recorrido por las Barrancas de Belgrano y su glorieta con movimientos urbanos y un lenguaje muy contemporáneo, en el que se colaban huellas de Los Ellos, los personajes invasores de la historieta El Eternauta. “Quedamos preseleccionados, pero finalmente no nos eligieron. La idea quedó flotando y para mi graduación del IUNA armé esta nueva obra que tiene mucho de la primera. Si bien transcurre en un espacio más tradicional, como es una sala tipo caja negra, hay un aire de fiesta que estaba presente en el primer proyecto y que se mantiene. Como de cierta expectación, lo que puede llegar a ocurrir en una fiesta, lo incierto. También algo de loop, de repetición”, cuenta la directora a Página/12. En el proceso de creación improvisaron a partir de la situación de llegar a una fiesta: las miradas, la espera, las ganas de que se acerque alguien en especial, el encuentro, la indiferencia. También se coló el impactó que produjo en la directora el film La escafandra y la mariposa, que muestra la manera en que un hombre que queda cuadripléjico puede comunicarse sólo a través del movimiento de sus pestañas, encontrando un puente ente el adentro (su cuerpo, su mundo interno) y el afuera. Distintas capas de sentido, más o menos abstractas, que se fueron imprimiendo en el cuerpo de la intérprete: “Intentamos pasar por su cuerpo cierta estructura de movimiento que va variando, pero que mantiene ciertos retazos que quedan como una transformación entre el pasado y el presente”, comenta. Si bien la presencia del cuerpo de la bailarina –sólo cubierta por un chaleco de piel y una bombacha– es protagonista, se suman música y proyecciones para crear distintos climas. Algunos tranquilos, otros más acelerados, hasta agotadores e inquietantes. La banda sonora incluye grabaciones experimentales, música ambiental, algo de Yan Tiersen (el francés que compuso la música del film Amélie), Thom Yorke y Bach, junto a proyecciones de imágenes como témpanos de hielo que se desvanecen.

Todo apunta a llevar al espectador a un universo poético, abierto (¿se trata de una mujer, un animal?), pero Guevara y Toker buscan mantener ciertos anclajes más o menos claros para que el espectador pueda entrar. “No nos interesa algo puramente conceptual y volado, que deje afuera al público. Trabajamos una zona intermedia y, por la respuesta que vamos teniendo de la gente, pareciera que hay cosas que logramos transmitir a pesar de escaparle a la literalidad”, advierte la directora, que por primera vez se atreve a crear sola una pieza. Antes bailó en varios espectáculos y creó junto a Virginia Ravenna Hábito de chica, una obra que combina danza contemporánea y tango. Allí asumieron la interpretación y la dirección. La pieza recorrió salas del off y espacios tangueros como La Catedral.