DANZA › OSCAR ARAIZ PRESENTA TRES DE SUS PIEZAS MáS CELEBRADAS
“Hay que encontrar un equilibrio entre el espíritu independiente y la institución”, dice el gran coreógrafo argentino sobre su trabajo al frente del Grupo de Danza de la Universidad Nacional de San Martín, con el que se presenta en Parque Centenario.
› Por María Daniela Yaccar
Pulsos, Pléyades y El Mar son las tres obras que presentará el Grupo de Danza de la Universidad Nacional de San Martín –conducido por Oscar Araiz–, al aire libre, hoy y mañana. La cita es en el Anfiteatro Eva Perón de Parque Centenario, en Marechal y Lillio (Caballito), a las 21, con entrada gratuita. Las piezas han aparecido en distintos momentos, todas ellas con coreografía de Araiz. “Los intérpretes asignan su color, sus contrastes, su destreza y, lo más interesante, su tiempo; el momento compartido, único, irrepetible”, desliza el maestro en la charla con Página/12.
Pléyades, de 1989, es una obra relevante en el repertorio del coreógrafo. Pertenece al tríptico Stelle y son tres ejercicios enhebrados por un tópico: la mirada en el cielo. Fue estrenada por el Ballet del Grand Theatre de Ginebra, Suiza; luego la retomaron el Finnish Ballet de Estocolmo, el Ballet Contemporáneo del San Martín, el Ballet Joven Arte XXI y el Ballet Contemporáneo de Tucumán. “Sus sonidos predominantes –el piano, el arpa y el clavecín– son celestiales”, cuenta Araiz. “Puede ser interpretada por hombres o mujeres, tiene cierto carácter ritual”, señala.
La obra más reciente es Pulsos. “Está construida como un ejercicio de estilo y análisis musical. Mi propuesta con los intérpretes que dominaban técnicas de folklore argentino, y que en ese momento cursaban la carrera en la universidad, fue construir una zona de encuentro entre esa técnica y una partitura de música contemporánea –de John Adams–, con cierta flexibilidad hacia formas de movimiento libres y mucho rigor en el ritmo. Fue un aprendizaje colectivo; yo develé una estructura y los intérpretes le pusieron cuerpo, músculos, sangre, alma. Es elegante, salvaje, brava”, describe Araiz. Y dice, en cuanto a El Mar (1982): “Está disparada por la música sublime de Debussy. Para seguir con la mala costumbre de las ‘etiquetas’, diría que se trata de una fuerte ‘impresión’, en este caso provocada por las cualidades del agua y el aire, su fluidez, delicadeza, impetuosidad, y las emociones que despiertan, se vierten, se confrontan”. El Grupo de Danza de la Unsam está conformado por Magalí Brey, Rocío Castagnasso, Romina Castillo, Sofía Crespo, Griselda Montanaro, Candela Rodríguez, Corina Tate, Antonella Zanutto, Nicolás Barone, Marcelo Bizzarri, Rodrigo Calvete, Oscar Farías, Germán Farías, Kevin Litvin, Juan Carlos Ojeda y Bernardo Villafañe. El director asociado es Yamil Ostrovsky y el coordinador técnico es Oscar Bonardi, quien también se ocupa de la iluminación.
–Pléyades fue estrenada por el Ballet del Grand Theatre de Ginebra. ¿Cómo fueron sus años al frente de este ballet?
–Fue como el sueño del pibe: una estructura sólida, objetivos claros, libertad y códigos para entenderse y respetarse, intérpretes en su mejor momento. Mucha acción, concentración, un enamoramiento colectivo. Pléyades es el panel central de Stelle. Comienza con “Aquelarre”, música de Hindemith, glamoroso y volcánico. Remonta vuelo y al final Stelle, sobre un sonido de Brian Eno, una meditación sobre la lentitud aparente de las estrellas, un ejercicio sobre la oscilación, despojado de rostros, anónimo, descarnado.
–¿Qué reflexión le merece el hecho de ofrecer danza al aire libre? ¿Qué vínculo se entreteje con el público?
–Una vez más estamos en las manos del tiempo. No es metáfora. Recuerdo una función de Stelle en el Rosedal de Palermo –para estar al día debería decir una intervención de las pérgolas y el puente japonés–. Para los que asistieron o participaron desde cualquier aspecto, se convirtió en la comunión de una ceremonia, una conjunción de luz, sonido, temperatura y perfume. En circunstancias así, el desafío para los intérpretes puede ser mantener la concentración, no dispersarse, lograr una intimidad en la larga distancia. La herramienta es la proyección.
–¿Cómo es la experiencia de dirigir esta compañía de danza contemporánea en Unsam? ¿Qué significa en su carrera?
–Significa encontrar un equilibrio entre el espíritu independiente y una institución como la universidad. Hay una actitud profesional, libertad de elegirnos entre nosotros y respetar nuestras elecciones, aunque a veces duela. Tenemos continuidad, algo particular, seguro que hoy estamos, pero con todo. Se agradece. El grupo es nuevo, joven, rico, diverso, con gran poder de entrega.
–Hace poco dijo: “La danza siempre fue teatro”. ¿Podría ampliar esta idea y dar su opinión sobre la danza teatro?
–La pregunta es demasiado amplia. No tengo opiniones puntuales y seguramente no pienso igual al momento en que dije algo. La danza en Occidente y en estos tiempos es escénica, pero parece desbordarse porque le gustan los cambios, que son la clave de su naturaleza. No me atraen las afirmaciones rotundas ni las etiquetas. Hay palabras que nunca uso: arte, artista, creador, obra, tienen demasiado eco. Me identifico más con los ejercicios, las prácticas, el laboratorio, la cocina, los momentos de comunión con mis compañeros o con el espectador abierto, sensible, activo.
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