DANZA › PALOMA HERRERA, LAS PASIONES DEL OFICIO, LA MOTIVACION PERMANENTE Y UN SUPERCLASICO EN EL COLON
“Cuando vengo a Buenos Aires trato de hacer espectáculos que sean de mucha calidad”, dice la artista, que acaba de cerrar otra temporada como primera bailarina del ABT. A los treinta años, Paloma Herrera repasa su visceral relación con la danza y ni siquiera se plantea el pensamiento de lo que vendrá en el futuro: “Estoy disfrutando a pleno”.
› Por Alina Mazzaferro
Algunos nombres determinan la profesión y hasta la vida entera de quienes los portan. A ella le pusieron Paloma y pronto despegó vuelo. Fue niña prodigio del ballet y con sólo 15 años ingresó a la compañía más prestigiosa del mundo, el American Ballet Theatre (ABT). Poco después se convertiría en la más joven de las principals –primeras bailarinas– y sería elegida por la prestigiosa revista Dance Magazine entre las diez estrellas de la danza más importantes del siglo, sobrevolando a tantos otros en el camino. Escurridiza y difícil de atrapar, ajetreada entre ensayos y reencuentros con su familia, Paloma Herrera finalmente aterrizó en un restaurante porteño para conversar con Página/12 acerca de sus presentaciones en Buenos Aires, mañana, el sábado y el próximo martes, a las 20.30, en el Teatro Colón: esta vez, la Paloma se transformará en cisne –o, más precisamente, en dos de ellos, Odette y Odile, el cisne blanco y el negro– para desplegar su talento en el superclásico El lago de los cisnes, que interpretará junto al primer bailarín del National Ballet de Canadá, Guillaume Côté, el Ballet Estable del Teatro Colón y la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires.
Para Herrera, las vacaciones son sinónimo de más trabajo. Porque, cada año, durante el receso de verano del ABT, Paloma vuelve a su país natal con la voluntad de brindar al público local “un poco de lo que hago allá”. Y jamás lo hace de manera improvisada: “Cuando vengo a Buenos Aires trato de hacer espectáculos que sean de mucha calidad”, dice. “No me gustaría, porque tengo buena reputación afuera, mostrar cualquier cosa pensando ‘total acá me quieren igual’. Yo jamás haría eso.” Si el año pasado se lució en una veta más contemporánea, aunque con mucho lirismo, junto al Ballet del San Martín y las coreografías de Mauricio Wainrot en el Luna Park, este año Paloma regresa a la Argentina –nuevamente mediante el apoyo y la gestión del Banco Galicia– con un repertorio bien tradicional, cuyo marco más idóneo no podía ser otro que el primer coliseo porteño. “La música es increíble; la coreografía también. Por algo es un clásico”, enumera Paloma, haciendo referencia a El lago.... “No importa el paso de las generaciones, un clásico siempre sigue vivo. Y cada vez que lo hago, le encuentro vetas diferentes. No tiene límites y eso me encanta.”
–¿Le atrae la idea de interpretar a Odette y Odile al mismo tiempo? Es como ser el bueno y el malo de una misma película...
–La verdad es que es un rol que me encanta. Es muy demandante, y no sólo en lo técnico, sino también en la parte artística. A veces uno sirve más para un rol que para otro; pero acá uno puede mostrar el abanico de posibilidades expresivas que tiene. Podés desplegar un montón de facetas en una misma obra.
–Para preparar el cisne, ¿se basa en grandes referentes, como la versión de Maia Plisetskaia? Porque, a pesar de que la técnica se ha perfeccionado mucho desde aquella época, el movimiento de sus brazos en El lago... es inolvidable.
–En el ABT no nos guiamos tanto por videos, sino que tenemos un montón de maestros, y el conocimiento pasa de generación en generación. Eso es mucho más real para mí: tener una maestra con muchísima experiencia, como Irina Kolpakova, que no te dice cómo se debe bailar, sino que se fija en qué te queda bien a vos. Porque cada persona es única; lo que le queda bien a uno no le queda bien al otro. Por eso adoro a esa compañía. Es fantástico que no nos pidan que bailemos todos iguales, sino que buscan lo mejor de cada uno. Cada bailarín hace de un ballet algo diferente. Tampoco yo bailo igual con un partenaire que con otro. Y pienso, ¿quién es mejor, uno u otro? Cada uno es diferente, la energía que tengo con José Carreño no es la misma que tengo con Angel Corella o con Guillaume Côté. Cada uno tiene lo suyo, es imposible comparar. Y el ABT respeta cada estilo, cada personalidad. Por eso uno no se forma tanto a partir de los videos, aunque me encanta verlos. Simplemente los disfruto.
A los treinta años, Paloma siente que aún le queda un largo camino por delante. Prefiere no pensar en que tal vez éstos sean sus últimos diez años en escena, ya que la carrera del bailarín es corta, sobre todo en el ballet clásico. Sin embargo, ella luce como una quinceañera, ultradelgada, habla con voz aniñada y se muestra siempre sonriente, delicada, combinando sensualidad con timidez. “Jamás tuve un plan –confiesa–, nunca dije ‘a tal edad voy a hacer esto o lo otro’. Nunca lo planeé, todo se fue dando. Y siempre funcionó bien.”
–¿Eso significa que no pensó qué le gustaría hacer después? ¿Dar clases? ¿Ser coreógrafa? ¿Tener su propia compañía?
–No tengo idea, nunca lo pensé. Estoy disfrutando a pleno y hoy me siento como cuando tenía quince años, como cuando entré a la compañía.
–¿No siente en el físico cambio alguno?
–Para nada. Y eso es lo más difícil: mantenerse, sobre todo cuando uno comenzó a ser principal desde tan chica. Por ejemplo, yo bailé El lago... tantas veces y me sigo preparando hoy con mi maestra, viendo cada detalle, como si fuera la primera vez. Intento seguir con esa misma inspiración, esa frescura y esas mismas ganas del comienzo, pero con la madurez y la libertad que te da haber estado tantas veces en el escenario. Esa experiencia no se suple con nada. Uno puede haber estado ochenta años agarrada a la barra, pero si no tenés experiencia en el escenario... Y al día siguiente, me levanto y voy a las clases, con las otras bailarinas, siempre fascinada por asistir.
–Eso es llamativo: nunca se cansó de tomar clases, que es lo que generalmente les sucede a los bailarines de mucha trayectoria. Se cansan de las clases... y eso se nota en el escenario.
–Se nota, por supuesto. A mí me encanta tomar clases, ensayar, hacer funciones. El día que no sienta eso, chau. Tenga la edad que tenga, diré “no va más”. Sin eso, no puedo bailar.
Paloma no teme que llegue el final de su vuelo; es más, pretende volar cada vez más y más alto. El sacrificio y la distancia con sus seres queridos nunca la asustaron. Lo único que le preocupa a una mujer con espíritu de niña como ella es la libertad de revolotear por aquí y por allá sin que le corten las alas: “Me gusta estar en el ABT porque siempre tuve la libertad de poder salir, bailar y visitar lugares increíbles, con la compañía y sola también. Nunca sentí que me estaban sujetando, siempre tuve libertad, desde muy chica. Y por eso me gusta volver: es mi lugar, mi casa donde puedo realmente preparar los roles y trabajar profundamente”.
Con ese mismo espíritu libre se levanta y, tan sólo en un segundo, su cuerpo de niña apichonada se transforma en uno de mujer con porte de cisne, elegante y erguido, que posa desinhibidamente para el fotógrafo de Página/12. Algunos nombres determinan la profesión y hasta la vida entera de quienes los portan. “Es verdad”, dice ella. “Siempre me encantó mi nombre. A mi mamá le preguntan, ‘¿se lo pusiste a propósito?’. ‘No’, les contesta. Si ella no tenía nada que ver con el mundo del ballet... pero yo siempre me sentí muy identificada con él, porque lo siento muy ligado a mi carrera”, dice Paloma con una sonrisa cómplice, la sonrisa de alguien que pudo aprender el secreto de volar.
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