DANZA › LA BIOGRAFIA DE JULIO BOCCA
Nacida en Francia y fanática del bailarín desde su adolescencia, Angeline Montoya tenía dos sueños: conocerlo y llegar a ser su biógrafa. Lo consiguió. El resultado es un libro exhaustivo: Julio Bocca, la vida en danza.
› Por Alina Mazzaferro
Angeline Montoya estructuró su vida a la sombra de la de Julio Bocca. Tenía solamente 15 años cuando por primera vez lo vio bailar en el Colón y a partir de allí sólo soñó con dos cosas: conocerlo y, algún día, ser su biógrafa. Quiso acercarse a él, pero “no como lo hace cualquier fan, gritando a la salida del teatro”. Para ello elaboró su plan: se haría pasar por periodista de una revista de danza francesa y lo entrevistaría. Sin embargo, no fue tan sencillo. Su voz e imagen de niña evidenciaron la mentira. Pero la adolescente empedernida tenía otra estratagema: insistir y perseguir a su ídolo, y lo hizo con tanta disciplina, llamando día tras día, hasta que finalmente obtuvo su entrevista. Las casualidades de la vida hicieron que, por esa época –era 1991–, Bocca se preparara para salir de gira por Francia, por lo que, al recibir la nota de Montoya, la revista Dance de ese país decidió publicarla.
Angeline había cumplido con su palabra –al poco tiempo pudo alcanzar la publicación al bailarín, como lo había prometido–, aunque fuera únicamente por azar. Aún no terminaba la secundaria, pero su ídolo ya había ejercido una gran influencia en su vida. Julio bailó a Piazzolla y esta niña –estudiante de danza pero sin talento, nacida en Francia y recién llegada de Marruecos a la Argentina– comenzó a escuchar tangos y a integrarse a la cultura de un país que hasta el momento le era desconocido. También fue por Bocca que intuyó su vocación: el periodismo. “Decidí estudiar esa carrera para aprender a hacer esa biografía”, afirma. Diecisiete años después de ese primer encuentro con el primer bailarín argentino, Montoya, convertida en una periodista con una incipiente carrera internacional (trabajó en la agencia France Press y en el diario La Croix), ha saldado una cuenta pendiente: Julio Bocca, la vida en danza es el nombre del libro que lleva su firma y que acaba de lanzar la editorial Aguilar.
Todo comenzó en 2000 cuando, entusiasmada por el cambio de milenio, Angeline decidió comenzar a escribir el más grande de sus sueños. “Sería un trabajo independiente –relata–. Pero Julio tenía que aceptar, porque iba a necesitar poder hablar con él, irme de gira con él, ir a Nueva York y ver ensayos y funciones, entrevistar a su familia y amigos.” Para su sorpresa, Bocca aceptó y allí comenzó un arduo trabajo de investigación a pulmón. Sin contar con ningún tipo de apoyo económico y sin la seguridad de que su trabajo sería alguna vez publicado, la autora rastreó y entrevistó a 250 personas que conocieron al bailarín, y recopiló 15 kilos de archivos periodísticos, entre artículos y críticas de diarios nacionales e internacionales, en torno del artista (entre ellos, todo lo publicado sobre Bocca en el New York Post, New York Times y los principales matutinos argentinos). Salió de gira con la compañía y, “juntando millas en las aerolíneas y pidiendo alojamiento a conocidos de los conocidos”, logró visitar los teatros de Estados Unidos, Venezuela, Rusia y otros países en los que el bailarín actuó repetidas veces.
“Tendría que ser un best-seller para recuperar algo de lo que invertí”, ironiza la escritora. Pero enseguida asegura: “Era una meta personal. Era mi primer libro, el libro que siempre quise escribir, y lo hice”. De lo que más orgullosa está es de los primeros capítulos, en los que desentraña la historia que los medios nunca registraron, la de aquel niño prodigio que daba sus primeros pasos en la danza, colgado boca abajo en la barra del aula de mamá Nancy o, más tarde, escapando de las clases de la Escuela Nacional de Danzas para asistir a las del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, mucho antes de ganar la medalla en Moscú en 1985. “Julio me dijo que había cosas que él había descubierto de su infancia a través de mí”, cuenta Montoya, que hace un minucioso racconto en su obra de los vaivenes sentimentales de Nancy Bocca y revela datos precisos de aquel padre ausente en la vida del bailarín (de hecho, Julio lleva el apellido materno y por mucho tiempo no conoció la identidad de su progenitor).
La tarea de Montoya fue la de armar un rompecabezas. Debió enfrentarse con gente que escamoteaba respuestas, personas reticentes a hablar (como Maximiliano Guerra y Mijail Baryshnikov, que se negaron a brindar testimonio) y relatos contrapuestos e incongruentes, para recomponer períodos oscuros de la vida del bailarín. “Muchos parecen haber perdido la memoria acerca de esos siete meses de estancia en la capital venezolana”, se lee en la biografía. ¿Qué había ocurrido en aquella gira a Caracas en 1982, la segunda que realizaba Julio en toda su carrera? “El capítulo de Caracas fue el más complicado de escribir, porque fue hace mucho tiempo, mucha gente se había olvidado o había querido olvidarse y me contaba cosas que no eran exactas. Hablé con 25 personas para saber qué pasó allí y fue muy difícil saberlo. Y Julio no quería acordarse de nada.”
–¿Por qué tanto misterio?
–Ese fue un período no muy bueno en su vida personal. Fue un momento en que lo estaban mirando a él y no a los otros, y eso generaba muchos celos entre sus compañeros. Julio estaba muy deprimido.
–¿El le reveló que en ese momento pensó en suicidarse?
–Sí, eso me lo contó él. Hablando con su entorno, me decían: “No nos dimos cuenta de que estaba tan deprimido”. Pero él me dice que realmente lo estaba. Porque casi todo el mundo estaba en su contra; la gente no le hablaba, no se acercaba, por temor a que tuviera una enfermedad contagiosa. Estuvo con mononucleosis, encerrado en una casa por muchos días en un momento en que él quería bailar, porque ésa era su obsesión.
Angeline debió zambullirse asimismo en otros temas que Julio prefirió no compartir con la prensa, como su sexualidad o su relación con el Teatro Colón. Así contactó a su primer novio, el bailarín norteamericano Gordon Leath, y a su primera novia, su partenaire brasileña Bettina do Dalcanale, testimonios fundamentales para bocetar el backstage de la vida del argentino. En 2005, Montoya concluyó la biografía. “La sensación que me quedó es que Julio y yo no somos diferentes, hay muchas cosas íntimas en que somos parecidos. No sé si me mimeticé con él o si es real, porque durante siete años Julio fue mi obsesión”, admite. Consigo se lleva la imagen del Bocca-hombre, el ser humano fuera del escenario, sencillo y algo tímido, muy distinto del Nureyev que se pavoneó ante la prensa como un excéntrico divo entre pieles de leopardo. Pero en ella permanece también, como si nada hubiera cambiado, la imagen del Bocca-ídolo, cada vez que el bailarín pisa un escenario.
–Después de conocerlo tanto, ¿sigue siendo una fan?
–Sí, por supuesto. Es mi ídolo cada vez que lo veo bailar.
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