DANZA › IVAN MANZONI HABLA DE WATERWALL, EL ESPECTáCULO QUE SE VERá EN EL OPERA
El show de danza en una pared acuática significó todo un desafío: “Yo tenía una idea, pero no era fácil llevarla a cabo”, admite el italiano, que reconoce vínculos estéticos con De La Guarda o Fuerza Bruta, pero dice que su show es diferente.
› Por Alina Mazzaferro
Buenos Aires ya vio a De la Guarda y Fuerza Bruta. Danza aérea, acrobacia, música electrónica, velocidad, cuerpos arrojándose en el espacio y en el agua. Entonces se pregunta: ¿algún otro espectáculo de este tipo podrá volver a sorprender al público porteño? Con algunas características similares pero con mucha más agua, un grupo italiano llegará en estos días para intentarlo, redoblando la apuesta. Porque Waterwall promete ser un megashow acuático de dimensiones inusitadas hasta el momento: una cascada de cuatro metros de altura y diez de largo, vertiendo 17.000 litros por función, será montada en el escenario del teatro Opera (Corrientes 860; podrá verse desde mañana hasta el viernes a las 20.30, y el sábado a las 21.30). Allí, dieciséis intrépidos bailarines-acróbatas se batirán a duelo con la gigantesca pared, colgados de arneses, hamacas y cuerdas elásticas, desafiando la ley de gravedad y la voracidad de la corriente. Un show que promete ser visualmente impactante; pura energía, ritmo y adrenalina.
El italiano Ivan Manzoni es el responsable de semejante emprendimiento. Su currículum enseguida llama la atención, pues combina en igual medida experiencias como bailarín y coreógrafo (perteneció a la compañía de Max Mattox, discípulo del pionero de la danza jazz Jack Cole y creador de su célebre “freestyle”; se graduó como profesor de jazz dance en Francia y montó una docena de obras de su autoría entre 1986 y 1999) con tareas de electricidad, carpintería y herrería. Lo cual revela un personaje bastante particular, que supo aprovechar y fusionar sus dos pasiones. A mediados de los ’90, este oriundo de Bérgamo ya soñaba con armar un espectáculo de danza en el que los bailarines interactuaran con poderosas maquinarias metálicas, que él mismo construiría. Así nació Materiali Resistenti, su primera obra creada para una compañía propia, estrenada en 1996. Manzoni investigó las relaciones entre el cuerpo y la máquina en un taller armado para tal fin, y el resultado de ese estudio cinético dio lugar a la conformación de un equipo de trabajo y una pieza que obtuvo numerosos reconocimientos en Italia y Francia. A partir de allí, el bailarín-herrero se volcó de lleno a la coreografía y empezó a planificar su segundo espectáculo, junto a la compañía ya consolidada Materiali Resistenti Dance Factory. La idea era trabajar con agua y el de-safío estaba en hacer realidad aquello que en la imaginación parecía muy sencillo.
“Me llevó dos años dar forma a Waterwall. Era todo un experimento, porque no había ni hay nada parecido en el mundo –cuenta Manzoni desde su país natal, en comunicación telefónica con Página/12–. Realicé un prototipo, preparé la estructura metálica y... no funcionaba. Yo tenía una idea pero no era fácil llevarla a cabo. Me daba cuenta de que aquello que tenía en la cabeza era imposible de realizar, pero que podían funcionar otras cosas que iban surgiendo en la práctica.” En 1999, Manzoni estrenó la primera versión de Waterwall. Había creado una estructura de acero móvil, cuya forma podía ser modificada automática o manualmente, y que echaba agua en forma de cascada. Claro que esta vez, a diferencia de los muñecos de Materiali Resistenti que fabricó con sus propias manos, debió contar con todo un equipo técnico para montar una maquinaria de enormes dimensiones, con mecanismos que permitiesen a los bailarines moverse a lo largo y a lo ancho de la pared líquida. “Armé un espectáculo de danza, pero para nada tradicional. Es un show preparado para un público mucho más amplio que el que ama el ballet”, dice el director, que denomina a su espectáculo “transversal”, ya que ha sido pensado para atravesar todos los públicos, sin distinción de edad ni origen, y satisfacer sus expectativas.
La tarea de quienes llevan adelante este megashow no es nada sencilla. “Como no es una obra de danza tradicional, tampoco podía trabajar sólo con bailarines. Los intérpretes son también acróbatas y performers. Tienen una preparación específica porque hay que resistir el agua, que les entra en los ojos y en la boca constantemente. Deben ser fuertes físicamente, porque suben y bajan rápidamente por sogas y escaleras, o se lanzan de trampolines. Además, cuando están detrás de escena ofician de técnicos, porque se encargan de mover la estructura. Ponen mucho empeño para hacerlo, ya que es verdaderamente fatigante –anticipa Manzoni–. La obra tiene tantas dificultades que no me fue fácil encontrar a los intérpretes indicados. De hecho, todos los años tomo audiciones para armar un nuevo elenco, de las que participan bailarines del todo el mundo. Como montamos la obra con gente nueva, la coreografía va modificándose constantemente. Durante el trabajo encontramos nuevas posibilidades de movimiento. Como no contamos una historia, tengo la libertad de hacer estos cambios y seguir experimentando.”
Si bien no trabaja con un argumento, Waterwall parecería reponer en escena la épica lucha entre el hombre y la naturaleza. Sin embargo, Manzoni confiesa haber trabajado en otra dirección. Sus intereses y objetivos se vinculan principalmente con el plano estético: “No pensé en incorporar agua para que representara el modo en que el hombre intenta vencer al mundo de la naturaleza. Lo que me atrajo fue la fuerza de este elemento cuando está en grandes cantidades. Además, cuando es atravesado por las luces de colores permite crear imágenes muy intensas”. En Waterwall, el agua, los sonidos y las luces danzan tanto como los intérpretes (la música es de Domenico Mezzatesta y la iluminación es de Dalibor Kuzmanic). La propuesta apela a los sentidos del espectador y el lienzo líquido se erige, imponente, como una pizarra abierta para que cada cual dibuje con su imaginación. La lluvia puede causar terror, cuando los bailarines reptan con dificultad a través de ella, pero también puede transmitir calma, cuando se oye como un cálido manantial. Manzoni ha confiado plenamente en las posibilidades que brinda este elemento de la naturaleza, capaz de inspirar las más variadas sensaciones y ser el protagonista de un espectáculo. Claro que en el Viejo Continente, donde ya existe una clara conciencia ciudadana respecto de la necesidad de cuidar este bien escaso, ningún proyecto artístico justificaría el derroche de aproximadamente 250 litros de agua por minuto, en una obra de poco más de una hora de duración. Por eso, la versión para Italia se cuida de conservar el agua después de cada función, para que luego sea utilizada para regar los campos.
Waterwall ya lleva nueve años dando vueltas por el mundo: en 2002 y 2003 sorprendió al público europeo en festivales de Italia, Irlanda, Inglaterra, Bélgica, Polonia, Escocia, Francia y Dinamarca. En el Fringe Festival de Edimburgo obtuvo su primer premio: el Total Theatre Award 2003. Canadá, México, Corea y China también han sido testigos de lo que puede hacer el hombre frente a la cascada artificial de Manzoni. Sólo resta ver cómo reaccionará la audiencia de Buenos Aires, el hogar de los aéreos De la Guarda y los acuáticos Fuerza Bruta. “Yo creo que al público porteño le gustará este show. En México ya tuvimos un gran éxito –afirma el director–. Nuestro espectáculo es muy diferente del de De la Guarda o Fuerza Bruta. Yo no soy de ver muchas obras, porque no quiero estar condicionado por las creaciones de otras compañías. Aun así, conozco a los argentinos porque vi sus producciones en televisión. La diferencia es que ellos trabajan con el público ubicado en el espacio escénico, a los costados, debajo de ellos. Nosotros no buscamos interactuar con la audiencia sino que montamos un acto visualmente impactante en un escenario. Se trata de una propuesta muy diferente.”
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