CULTURA › LA INCREIBLE HISTORIA DEL MUSICO Y ESCRITOR EDDIE BUSTOS
Guitarrista y militante de la JUP en los setenta, acaba de editar su primera novela, Ultima vez, que funciona como biografía colectiva de ilustres y comprometidos con los que se ha topado en vida, desde Arturo Jauretche a Rodolfo Walsh.
› Por Cristian Vitale
Cierto día de noviembre llega a la recepción de Página/12 un sobre procedente de San Luis. Es azul y amarillo, lleva el sello rojo, redondo, del Correo Argentino –con esos datos en letra chica que uno no recuerda jamás– y las estampitas postales de rigor. ¿San Luis? No tiene pinta de envío saadista, mucho menos de encomienda en serie. Parece, más bien, cosa de un corazón solitario, de esos que se manejan cara a cara, directo, como era antes. El paquete, dada la gran cantidad de discos, libros y DVD que aterriza en los medios por esos días, duerme una semana –tal vez dos– en una especie de archivo provisorio. Es grueso y da la impresión de contener libros medianos. La presunción es exacta. Son tres y la gacetilla, firmada de puño y letra por el autor, habla de una obra premiada por el Fondo Editorial Sanluiseño. Viene acompañada por un par de reseñas editadas en medios provinciales, incluido el comentario de Ricardo Giralt, un docente argentino exiliado en Alemania desde 1977 y nada más. Sinceridad –o ignorancia– brutal: ¿quién es Eddie Bustos? Uno de los libros –se llama Ultima vez– va a parar a un amigo tragahojas, el otro queda como posible presa para curiosos arriba del aparador y el tercero ocupa su lugar en la mesita de luz, al lado de la almohada, presto a ser leído en alguna noche de insomnio. El título de una de las reseñas dispara una idea inicial: “Y un día, el músico se puso a escribir”.
Y escribió. Y ya desde la primera página el libro se revela como soporte de una historia conmovedora. Eddie Bustos se expone entero, sin giros extraños, en una novela que termina siendo algo así como una autobiografía inquietante. “Diría que tiene un 80 por ciento de autobiográfico y otro 20 de humor, como para salir un poco del agobio que uno siente cuando escribe sobre cosas que le pasaron”, dice él. El llamado de Página/12, devoradas las 150 páginas en dos madrugadas, lo sorprende el mismo día de su cumpleaños número 57,7 de enero. Y su primera apreciación es sobre el Profesor Neurus –más conocido como Rodolfo Walsh–, con quien trabajó en sus épocas de estudiante. “Si él no nació un 7 de enero, pega en el palo”, sigue. Walsh será la punta del ovillo para que Bustos vaya desenredando personajes –ilustres, rebeldes, callejeros, comprometidos– con los que se ha topado en su vida. Un licuado de músicos, historiadores y militantes políticos con él en el medio. Jauretche, Litto Nebbia, Rodolfo Puiggrós, Norma Peralta, Alberto Rodríguez Saá, Roque Narvaja, Hernández Arregui, Arco Iris, Lito Vitale. (Casi) todos irán apareciendo en algún tipo de relación con él, que a veces se autonombra, y otras usa algún alter ego. “Pero siempre soy yo”, asegura.
Bustos, ahora sí un gran conocido, es básicamente una rara avis comparable tal vez –y a su escala– con Emilio Del Guercio, el ex bajista de Almendra. Porque fue militante político “organizado” en la década de los militantes políticos organizados, pero también músico del alma en la época de los músicos del alma. Y de rock, encima. Un género que los setenta, marxistas o peronistas –al menos desde sus cuadros directrices–- desdeñaban por extranjerizante. Y no había rockers de verdad que estuvieran dispuestos a resignar cierta autonomía libertaria en nombre de la patria. “Me acuerdo del caso de Spinetta, que militaba en la JP y después, cuando ésta se alió a Montoneros, se fue. Era típico en la época”, refiere Bustos. Pero él era y fue las dos cosas: a los cinco años empezó a cantar en el jardín de infantes, a los 17 participó del Cordobazo y debutó en la cárcel. A los 18 se mudó a Buenos Aires con la intención de estudiar medicina, pero la inercia de la militancia lo llevó a concentrar esfuerzos en la Juventud Universitaria Peronista, cerca de Walsh. Al paso, se ganaba la vida como guitarrista invitado. Tocaba, por show, con Nebbia, Narvaja, Norma Peralta –la hermana de Miguel Abuelo– o Arco Iris. “Toqué con Arco Iris como invitado en un recital que ellos dieron frente a la Facultad de Ciencias Económicas. Sería por 1973... querían alguien que tocara el charango pero yo tocaba la guitarra. Habrá sido un malentendido, pero lo hice igual”, evoca, y se ríe.
Más bizarra fue su participación como guitarrista de Norma Peralta, que por entonces cantaba folklore. El relato de la secuencia en el libro es desopilante. Eddie estaba en Buenos Aires con una mano atrás y otra adelante cuando, por recomendación de un amigo, se integró al staff de la hermana de Miguel Abuelo. “La historia es tal cual. La primera vez que fui a tocar se me paró un urso adelante y no me dejó entrar... claro, yo llegué tarde porque el 29, que me dejaba justo en la Vuelta de Rocha, había tardado bastante. Ese lugar, Garibaldi, fue célebre para mí, porque ahí conocí a Serrat, a Paco Ibáñez, a Pino Solanas, a Chunchuna Villafañe. Lo más loco del caso fue que no nos pagaron nunca, pero como en el boliche había choripanes y ginebra, nos cobramos todo en especies (risas). Terminábamos cada recital con un pedal total y con la panza hinchada por el hígado... era lo único que había para tomar.” Un poco más acá en el tiempo, Bustos escribió algunas notas para el diario Noticias, órgano oficial de Montoneros, y en Crisis. Conoció a Cristina Fernández en La Plata (“Era muy bella”, recuerda) y se hizo en la escuela de Jauretche y Puiggrós. “Ellos paraban en un bar cuyo nombre no me acuerdo, pero que estaba en Córdoba y Esmeralda. Lo cuento en el libro, porque para mí fue una escuela increíble... caí ahí por un amigo que era un tiro al aire: lo único que hacía era ir a comprarle cosas a Jauretche, que ya tenía problemas en la vista, por unas chirolas. ¡Yo tenía 18 años!”
–¿Usted venía de cuna peronista?
–Sí y no. Mi madre era peronista. Tenía una foto al lado de Perón, con él montando su caballo blanco a pintas. Pero mi padre era antiperonista. Precisamente había venido a San Luis como interventor de la Libertadora, de lo que en aquel entonces se llamaba la Unión Telefónica, y se jubiló acá.
–¿Qué le agregó a ese peronismo materno que traía en su mochila haberse hecho en política junto a Jauretche y Puiggrós?
–Todo el conocimiento histórico que había sido el peronismo, digamos. La obra de Forja, Scalabrini Ortiz... no me daba cuenta en su momento, pero los tipos me estaban contando la historia que ellos habían hecho. Estaba escuchando a seres que habían escrito tal libro, tal documento... y yo vivía enmudecido. Aparecían tipos que decían “yo leí a Marx de punta a punta” y lo recitaban. Pero ésos perdían como en la guerra. Era una cosa más bien sentimental... tenía que ver con eso que había dicho Gatica, “yo nunca me metí en política, siempre fui peronista”. La sensación de pueblo, la gente desposeída, los descamisados, la gesta del ‘45... lo que significó Evita. Todo esto encontraba un cauce con lo que yo traía de mi breve militancia en el PC: la Revolución Cubana, el Che, Cienfuegos: la otra vertiente. En ese momento, estaba la posibilidad de que ambas cosas tomaran un solo cauce.
–Una pintura de la época.
–Sí, hasta que devino en la expulsión de la JP de la Plaza y pasamos a la clandestinidad.
–¿Qué rol ocupaba en la JUP?
–Me manejaba en la parte intelectual. Charlaba con otras gentes, peronizaba, digamos. Era una función de concientización. Una vez, alguien me retó porque me metí en un acto más pesadito. “Mirá, tipos como vos nos sobran, lo que no nos sobra es gente que piense”, me dijo. Y entonces empecé a escribir en Noticias, en Crisis, pero nunca tuve la idea de que iba a llegar a escribir una novela.
Intuición fallida. Ultima vez, paradójicamente, es su novela debut. La antecede un libro de cuentos llamado Cuentos Incompletos Volumen II, editado por la Universidad de San Luis, y hasta acá llega su obra en letras. “Todas las ideas que tenía de escribir sobre tal cosa no me funcionaban, hasta que un día me puse a escribir lo que viniera... como un discurrir de la conciencia, algo parecido a la seudoescuela llamada corriente de la conciencia, que García Márquez utilizó alguna vez”, explica. Los rasgos básicos de esta “seudoescuela” es escribir como se habla: sin mayúsculas, y sobrevolando puntos y comas al arbitrio. Una onda Bukowski. “Es como tener una charla con alguien, donde los temas cambian y muchas veces el interlocutor, con una pregunta, cambia la orientación de la conversación.” Así, tal cual, está escrita su primera novela. “Así también se llamó el último grupo de música que tuve aquí antes de irme a estudiar a Buenos Aires.”
–Ya contó esa historia, pero ¿qué pasó cuando la cosa se puso espesa?
–En Buenos Aires tuve dos intentos de secuestro por parte de la Triple A y, cuando la cosa se hizo insostenible, regresé a San Luis. Era 1975 y comencé a trabajar en la universidad. Conocí gente del palo de la JUP y la JTP (Juventud Trabajadora Peronista) pero nunca tuve una relación de militancia completa, no porque no lo sintiera sino porque trataba de cuidar el lugar. Mi objetivo era trabajar un año y volver a Buenos Aires. Lógico que no funcionó.
En San Luis fue torturado con submarino seco y prohibido hasta 1983. “Un tanguero que murió hace tiempo me invitaba a cantar en sus conciertos, pero no aparecía en los afiches. Mi nombre estaba prohibido,” Así, sin intermitencias, ocurrió su vida semiclandestina hasta 1982, cuando Bustos reapareció en la vida pública al mando de un programa en Radio Nacional y se puso a estudiar fonoaudiología. “Hoy soy foniatra y trabajo con actores, músicos y docentes. Es mi sustento,”
–La novela parece denotar una sensación de frustración, de resentimiento con algo. ¿Es así?
–Claro, porque yo fui a Buenos Aires a estudiar medicina y no pude terminar... en la época de (Oscar) Ivanissevich no podía entrar en la facultad y me inscribí en Económicas, carrera que tampoco pude terminar. Además, ocurrió la pérdida de varios de mis compañeros. Para un tipo de mi generación, volver a producir amistades y relaciones se hace muy complicado. Por eso, opté por mantener relaciones musicales o de charlas, solo con jóvenes.
–¿Por algo en especial?
–Digamos que la gente de mi generación o desapareció, o está pero no se mete en nada, o sobrevivió, se arrepintió y hoy se dedica a ensanchar cola y panza. Yo no tengo lugar ahí.
–¿Cuál es su mirada política hoy? ¿Acuerda con la gestión Kirchner?
–Nunca estuve afiliado a ningún partido político. Ni al PJ, ni siquiera al Partido Auténtico, que habían armado Framini y Obregón Cano para competir electoralmente antes del desmadre. Digamos que soy una especie de peronista crítico. No me gusta el acercamiento de Kirchner con el PJ, aunque me siento bien con el gobierno de Cristina.
–¿Y de Rodríguez Saá?
–Fui compañero de escuela de Alberto, con quien he tenido algunas charlas interesantes, porque él es pintor. Pero su mecánica de trabajo no me gusta del todo. Es cierto que no mantengo una actitud crítica frontal, porque, entre otras cosas, sería peligroso para mí en esta provincia, en la que dos de cada tres estrellas son escuchadores.
–Incluso, duró poco su gestión como director de cultura del gobierno saadista.
–Una semana (risas). Lo hice ad honorem, pero tuve discrepancias con mi jefe inmediato: su intención no coincidía con lo que me había ofrecido el gobernador recién elegido. Hay cosas, además, con las que nunca pude estar de acuerdo: por ejemplo que el gobierno de San Luis haya estado a favor de la Sociedad Rural y sus acólitos. Eso fue frontal, dije no. Después, hay cosas buenas, como el plan de inclusión que se implementó cuando asumió esta gestión: 50 mil personas, de las 400 mil que habitan la provincia, se pusieron a trabajar limpiando los costados de las rutas. Se lo llamó peyorativamente pico y pala, pero tuvo su costado bueno, porque esa misma gente después empezó a ser parte de coros, grupos de teatro, y se fue insertando en la cuestión del laburo. Una especie de Jefes y Jefas de Hogar, pero trabajando siete horas por día. Después hubo desvíos de los funcionarios, de los cuadros intermedios, de la gente... bueno, vivimos en una sociedad que no está acostumbrada a estos planes. Seguramente hubieran funcionado de otra manera en sistemas como el cubano, o el nicaragüense en la época sandinista.
Hoy, el músico y escritor, además de dedicarse a la foniatría, piensa escribir su segunda novela y mata el tiempo a base de actividades artísticas. Dejó su banda de rock (“Basta de tocar de 2 a 6 de la mañana en boliches”), pero construyó un pequeño estudio casero destinado a grabar discos de amigos. Además, oficia de nexo entre los artistas de Buenos Aires que visitan San Luis. Se autodenomina un “facilitador de teléfonos”. “Les señalo contactos a los músicos para que no tengan que pasar por distintos revendedores... digamos que soy el culpable de que Lito Vitale o se hermana Liliana hayan venido 28 veces acá”, se ríe.
–¿Piensa volver a Buenos Aires?
–No. Antes iba de vez en cuando a respirar un poco de smog, pero ahora el smog lo tengo acá. No me hace falta.
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