CULTURA › CAFE CULTURA EN LAS CARCELES, UNA EXPERIENCIA ESCLARECEDORA
Desde 2005, Café Cultura Nación promueve espacios de reflexión sobre la cultura argentina, como una herramienta para la construcción de una sociedad democrática y participativa. Y también lo hace en las cárceles, con los internos como interlocutores.
› Por Karina Micheletto
“La vida no es bella en la cárcel. Es la cárcel, no es metáfora. La prisión es pérdida, priva, despoja. Dicen que su función es reubicarnos socialmente, pero eso sólo se puede lograr si cada uno lo busca. Este programa es un puente para esa búsqueda, un puente que vamos construyendo con encuentros cercanos al pluralismo y a la diversidad.” Quien escribió estas palabras en un informe es Silvia Machado, cuando era una interna de la Unidad 31 del Penal de Devoto. Hablaba del programa Café Cultura en Cárceles, en el que, una vez que recuperó su libertad, trabajó como coordinadora, y también propiciando las mismas charlas de las que antes había participado como público. Dar la palabra, tomar la palabra, encontrar un puente con el afuera y con la solución de problemas cotidianos son algunos de los conceptos que se repiten en los balances de este programa de la Secretaría de Cultura de la Nación, que funciona desde 2006 en una serie de penales e institutos de menores de todo el país (ver aparte). Un programa que tiene la característica de no haber sido pensado para los presos, sino de ser una continuidad de los Café Cultura que se vienen dando en diferentes bares, centros culturales, bibliotecas o universidades del país.
Desde 2005 Café Cultura Nación promueve espacios de reflexión y debate sobre la cultura argentina, como una herramienta posible para la construcción de la tan declamada –y en ocasiones abstracta– “sociedad democrática y participativa”. En cada reunión un invitado introduce un tema a modo de disparador (los ejes de este año fueron infancia, derechos, políticas públicas y Bicentenario). “Lo que planteamos en las cárceles es exactamente lo mismo, funciona igual que en el resto del país. No es un programa hecho para los internos, y esto es algo que ellos valoran mucho, y nosotros también –apunta Milagros Barbieri, coordinadora del programa–. La diferencia es que mientras que en cualquier municipio tenemos un interlocutor que puede ser el intendente o el referente de una ONG para plantear el tema a tratar, en las unidades el equipo de programación lo coordina con los mismos internos.”
Abrir una charla adentro de las rejas tiene sus particularidades, claro. Cuando los invitados hablan de la experiencia del Café Cultura en las Cárceles, la palabra que primero aparece es “aprendizaje”. Lo sabe Marta Gómez, presidenta del Movimiento Madres en Lucha contra el Paco, que asistió con otras madres y con un psicólogo del movimiento a varios Cafés en las cárceles de Devoto y Ezeiza. “Fuimos a contar la experiencia de la lucha contra el paco, pensando en que los internos tuvieran herramientas para apuntar a la prevención, con sus hijos y sus familias, afuera –cuenta–. Para nuestra sorpresa, nos encontramos con que el paco había entrado en las cárceles. Nosotros pensábamos que circulaban otras drogas, no teníamos noción de la realidad de las cárceles.” El encuentro terminó abriendo oídos en todas las direcciones: “Encontrarnos nos sirvió a todos. Las internas y los internos hicieron muchísimas preguntas sobre prevención, con la angustia de tener a sus hijos lejos, sin poder darles la contención del día a día. Pero nosotros también aprendimos, porque ellos también hablaron. Y es muy difícil abrir el corazón para contar experiencias tan duras”, destaca Gómez.
La palabra, entonces, pasa a ser el gran tema de estos Cafés, y lo que los diferencia de los encuentros que se dan afuera de las cárceles. Una palabra que se valora tanto más porque está tanto más negada que en otros espacios. Una palabra que comienza a ser cuidada y buscada, que ya no es únicamente la que circula todo el tiempo rejas adentro, reproduciéndose monocorde, la del ambiente tumbero. Por eso los invitados se sorprenden con el nivel de participación que encuentran, una vez roto el hielo y superada la barrera de la desconfianza inicial. Osvaldo Bayer, por ejemplo, agradece la forma en que los internos del Penal de Ezeiza se interesaron por el tema que propuso, hicieron preguntas y tomaron notas de cifras puntuales: los dos millones de hectáreas que le correspondieron a José Martínez de Hoz en la repartición de tierras que siguió a la Campaña del Desierto, por ejemplo.
En los diferentes Cafés a los que asistió –y en los que seguirá asistiendo siempre que se lo pidan, aclara él– Bayer hizo un recorrido por la historia argentina con temas que, dice, resonaban en forma distinta adentro de la cárcel: las guerras civiles y la extrema crueldad de los asesinatos políticos, el exterminio de la llamada Campaña del Desierto de Roca, las catorce dictaduras militares, la desaparición de personas y su metodología, “esa que en Europa llaman ‘la muerte argentina’, como si hubiésemos patentado un modo de matar propio”. “Es como si los internos, que en su mayoría cargan historias de abusos de todo tipo, tuviesen la capacidad de meterse de un modo especial en esas historias”, analiza.
Bayer repitió la experiencia en el penal de mujeres de Devoto, en pabellones como el que aloja a madres con sus hijos hasta los 4 años. Allí el foco estuvo puesto en la lucha de la mujer por sus derechos a través de la historia argentina. Y allí también las internas tomaron la palabra. “Tres de las presas tomaron la palabra para quejarse de no pueden estar alojadas con sus hijos, porque son menores de 21 años –cuenta Bayer–. Así lo establece la ley, y en verdad no es muy humana esa ley: ¿qué diferencia a una madre de 20 años de una de 21, cuando un año es una eternidad en una cárcel, y es una eternidad en un niño? Ellas tienen que dejar que críen a sus hijos las abuelas, u otras familias, es muy duro. Me pidieron que intercediera ante los organismos de derechos humanos para cambiar la ley, y en eso estoy.” Bayer escribió una contratapa en este diario sobre el tema, a partir de la cual comenzó a hacer llegar el reclamo por la modificación de la ley a los legisladores, por distintas vías.
Allí es donde comienza a tomar forma la idea de puente, que también aparece en los relatos sobre los Cafés en Cárceles, y los lazos que se multiplican alrededor de estos encuentros. Puentes para ayudar a conseguir trabajo, o hacerse oír ante un juez para lograr ver más seguido a la familia, por ejemplo. Y también aparecen los reclamos, describe Milagros Barbieri: “Lo que se escucha es: ‘Siempre vienen acá a empezar cosas, después se cortan y se borran. Llegan para ver cómo somos, para observarnos’. Y algo de eso hay en muchas de las experiencias que se dan en las cárceles. Por eso el compromiso de la continuidad en el tiempo es fundamental; el programa va cobrando razón de ser en su sostén a lo largo de los años”.
“La vida en las cárceles es todo lo difícil que nos imaginamos, pero también es cierto que en algunas unidades hay muchas actividades que tienen que ver más que nada con el ejercicio físico y el acceso a espectáculos y talleres –sigue Barbieri–. Obviamente, como Secretaría de Cultura valoramos estas posibilidades, pero lo que encontramos es que lo que está más vedada es la posibilidad de la palabra. En síntesis, se piensa en distraer a los internos, y casi nunca en escucharlos.”
Desde ese mismo concepto la música Valeria Cini planteó Cafés que abrieran el juego a la posibilidad de hablar de música, además de hacerla. “Empezamos hablando muchos, ellos y yo, yo también me encontré pensando cosas nuevas para mí. Hubo mucho intercambio –cuenta–. Desde qué lugar uno puede escribir una canción, qué cosas se pueden decir con una canción, ese tipo de cosas reflexionamos juntos. Y yo encontré nuevas respuestas. Las internas e internos me terminaron contando lo que les pasaba con algunas canciones, cosas muy íntimas, personales. Terminaron tocando la guitarra conmigo, y fue muy emotivo, sobre todo con los varones. Todo ese proceso terminó en una serie de canciones compuestas por ellos, y yo seguí yendo para escucharlas.”
Las experiencias de ese tipo se acumulan. Un Café que deriva en una articulación con una agencia de empleo, tras hablar de estrategias para enfrentar el mundo laboral –desde cómo armar un currículum, hasta si decir o no que se ha estado preso, y cómo hacerlo–. Del lado de los invitados, la experiencia que queda grabada también tiene que ver con el encierro. Lo sabe Valeria Cini, que tras haber pasado una larga jornada de trabajo en un penal, fue a abrir una puerta que daba a un jardín para tomar aire, como una acción cotidiana, natural. “La puerta estaba con llave, por supuesto. Todas las chicas del pabellón se mataron de risa, fue una carcajada general –cuenta—. Lo que sentí en ese momento es algo que no puedo explicar del todo, la experiencia del encierro pasada al cuerpo, y no sólo a la cabeza. Y también algo que recuerdo todos los días: ellas se quedaron tras esa puerta cerrada; yo me fui cuando quise.”
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