CULTURA › NESTOR GARCIA CANCLINI, ANDREA GIUNTA Y UNA CUESTION QUE EXCEDE LA LINEALIDAD DE LAS FRONTERAS
En Extranjeros en la tecnología y en la cultura, el antropólogo capitanea una serie de ensayos que analizan las múltiples formas que puede adquirir el concepto, y en las que el hiperdesarrollo tecnológico juega un papel central. La obra se complementa con la muestra de Arenales 1540.
› Por Silvina Friera
El mundo se volvió menos hospitalario; las fronteras se cierran y exasperan. Quienes en los ‘90 siguieron al pie de la letra el manual de la utopía globalizadora y creyeron que el uso de las nuevas tecnologías mejoraría los intercambios y minimizaría enfrentamientos, incomprensiones y racismos, ahora revisan las antiguas certezas de esa vieja enciclopedia escolar carraspeando para espantar el malestar que genera ese equívoco. No hace falta estar en otra parte, más o menos lejana del lugar de nacimiento, para sentirse incómodo y ajeno. Se puede ser forastero en la propia tierra. La sensación de no estar “en casa”, como si se reservara el derecho de admisión, descarta lo legal y territorial para fungirse con lo simbólico, con las pertenencias. Extranjeros en la tecnología y en la cultura (Ariel) es el resultado de una investigación colectiva de ida y vuelta, encarada desde diversas disciplinas –antropología, sociología, historia, arte, literatura y comunicación–, en la que se exploran los múltiples sentidos de la experiencia de ser extranjeros en las sociedades contemporáneas. El libro, coordinado por el antropólogo Néstor García Canclini, también a cargo de la introducción, incluye ensayos de Andrea Giunta, Alejandro Grimson, Graciela Speranza, Hervé Fischer, Rosalía Winocur, Pat Badani, Mariana Castillo Deball, Arlindo Machado y Jorge La Ferla. Todos trabajaron en fronteras geográficas y sobre la interculturalidad, pero ahora pegaron un salto cualitativo más allá de sus prácticas para indagar en otros modos de restringir el tránsito de lo propio a lo diferente, o viceversa, y arribar a una nueva comprensión de la extrañeza entre las formas artísticas y científicas de representar las extranjerías, considerando sus conjugaciones metafóricas. El proyecto se completa con Extranjerías, el trabajo de diez artistas curados por García Canclini y Giunta, que se exhibirá hasta el 27 de septiembre en el Espacio Fundación Telefónica (Arenales 1540).
Canclini y Giunta recorren la ecléctica muestra integrada por instalaciones, pinturas, videos e hipertextos de Mariano Sardón, Tamara Stuby, Roberto Jacoby, Martín Bonadeo, Jorge Macchi, Leonardo Solaas, Liliana Porter (Argentina), Carlos Amorales, Pat Badani y Mariana Castillo Deball (México). El paisaje tiene el aspecto de un inquietante poblado futurista. De la instalación interactiva Where are you from?, de Badani, irrumpe un video de tres minutos con la imagen de una mujer que narra sus trayectos de arraigos y desarraigos; “Where are you?” se pregunta en el video de Liliana Porter: ¿Estamos o venimos? La mirada se cuelga de la nostalgia que producen esos 3000 CD, una obra de Amorales sobre la piratería en la que cuestiona las relaciones entre original y copia; los ojos emprenden la ruta del regreso hacia el Wish café, la maquinaria que traza un mapa de los sentidos de Solaas, o aletean sobre la delgada línea que implica ser o no ser extranjero que produce El Ascensor, de Jacoby, y pestañean, alborotados por el asombro, cuando se proyecta la parte escrita de un teorema en El paper del infinitésimo, de Sardón.
La voz de Canclini, amable y cercana, va abriéndose en el camino que conduce a la reflexión. “La extranjería es un tema muy incitante para las ciencias sociales y el arte, pero fue trabajado en un sentido literal: el pasaje de un país a otro, cruzar fronteras, muros. No queríamos insistir en reflexiones tradicionales porque nos interesaba ver otras experiencias de extrañamiento, de segregación contemporáneas. La situación de extranjería empleada de un modo metafórico nos parecía pertinente”, dice el antropólogo. Canclini, que hace 33 años reside en México, plantea que el mundo que se cierra invita a resignificar la noción de extranjería. “La discriminación, el maltrato en las fronteras y dentro de los países, incluso con expulsiones, crece. Si nos atenemos a las estadísticas de Naciones Unidas, sólo el 3 por ciento de la población mundial vive fuera de sus lugares originarios. Lo que no contempla esta estadística es a muchos que sin desplazarse pasan por el extrañamiento, el desarraigo de sentirse rodeados por extraños o cambios sociales brutales, como quedarse sin trabajo y sin las pertenencias que daban garantías afectivas.” En la introducción, Canclini deja en claro que los textos se apartan de dos enfoques sobre la migración y las fronteras que prevalecieron en el trabajo artístico y conceptual de las últimas décadas: el nomadismo posmoderno y el sobredimensionamiento de las extranjerías geográficas.
“La crítica que hacemos al nomadismo va dirigida a la sobrestimación e idealización de cualquier tipo de viaje, mezclando documentados e indocumentados, de estudios, exilios. Hubo una temporada en los ’90 en que parecía que para ser in había que estar out”, ironiza el antropólogo. “Hoy podemos repensar ese ejercicio pendular que hizo el nomadismo, donde parecía que todos querían desterritorializarse, y tratar de describir las situaciones observables, experimentables, que son muchas. Aunque existe el deseo de querer salir, el drama de muchos es no poder vivir donde nacieron o eligieron porque no consiguen trabajo o sus ideas son discriminadas.”
En uno de los ensayos, Grimson busca horadar la gran tienda de clichés que alentó la perspectiva de un “planeta nómada”, donde nadie parece escapar al pulso del desplazamiento y la circulación. Grimson subraya que “la mayoría de la gente no migra”, no es bilingüe y que “las lenguas primeras siguen siendo relevantes”. Historiadora del arte, Giunta también toma distancia de ese culto a la desterritorialización que le sustrajo espesor a la extranjería. “Nosotros nos proponemos repolitizar la extranjería para volver visible que no sólo es extranjero el que se cambió de país, hay muchas otras formas de extranjería. Estas formas implican repolitizar la noción y devolver la pregunta hacia uno mismo, obviamente sin la situación límite que puede implicar para un extranjero el hecho de perder sus vínculos y sentirse discriminado.”
La caída del Muro de Berlín es el hito de la reconfiguración de las fronteras. “Con la reorganización de los ex países llamados socialistas, la complejidad de las relaciones entre el capitalismo triunfante y el capitalismo impuesto como ejercicio para pocos generó migraciones económicas del Este al Oeste, pero también produjo en América latina procesos que no tienen que ver con las dictaduras, la exclusión política o el terror, sino con una necesidad de supervivencia, tener remesas económicas para enviarles a familiares al país de origen”, explica Canclini. “Hay una constelación de cambios no sumables y por eso la noción de nomadismo, tan homogeneizadora, falsifica esta cuestión. Lo atractivo del acercamiento entre ciencias sociales y arte es que enriquece la perspectiva, permite captar más matices y situaciones más ambivalentes. Y esto es útil para una politización no ingenua de la extranjería.” Giunta advierte que después de 2001 la poética del viaje se transformó en una especie de infierno. “Viajar es cada vez más complicado, los registros migratorios son tremendos, las condiciones de los vuelos cambiaron; la situación contribuye a que no exista ahora esa mirada tan idílica sobre el viaje. Los aviones son una especie de prisiones en el aire.”
Muchos adultos no pudieron subir al tren que conduce de lo analógico a lo digital. Algunos lograron colarse gracias a sus hijos adolescentes, nativos de las nuevas tecnologías que se convierten en padres de sus padres al momento de iniciarlos en el aprendizaje de una lengua que difícilmente sea asimilada con naturalidad; más bien se erige como un deseo de conquista de un idioma esquivo. Rosalía Winocur plantea que, para los adultos, Internet “representa una experiencia de alteridad, independientemente de las habilidades que hayan desarrollado; para los jóvenes constituye su alter ego”. “La extranjería digital es más tajante por varias razones”, afirma Canclini. “Las nuevas tecnologías ampliaron el horizonte y volvieron porosas muchas fronteras. Aun aquellas fronteras que permanecen, se han vuelto más permeables. Cuando las personas de mi generación tenemos que elegir qué ver en el cine, en primer lugar pensamos en una sala, en nuestro televisor, y miramos el diario en papel para saber el programa. Los jóvenes no sólo acceden al programa de su ciudad sino del mundo. Hay una reubicación de los actos de consumo en una etapa donde el acceso prevalece sobre el consumo. Todavía pensamos el consumo en términos de bienes locales situados, que están en un lugar determinado de la ciudad. El acceso trasciende las lenguas, los países; y el pasaje del consumo a la descarga es un cambio histórico muy acelerado que implica nuevos hábitos. La aceleración de los cambios y la ampliación del horizonte radicalizan el fenómeno de la extranjería.”
Giunta se detiene en lo que implicó para el arte el acceso a Internet. “Las nuevas tecnologías modificaron comunidades, redes, formas de producción. En los blogs, como antes se intentaba en revistas impresas, se trabaja de una manera mucho más inmediata con gente que vive en distintos países.” Como si improvisaran y armonizaran los acordes de la antropología y la historia del arte, Canclini observa que en las artes visuales se percibe con más evidencia la posibilidad de pasar fluidamente de unos soportes a otros. “Hay muchos artistas que ya no se plantean si van a pintar, a hacer video o arte tecnológico. En la exposición hay saltos, combinaciones distintas según las trayectorias, las edades o estilos personales. La fluidez para manejarse con lo electrónico, lo digital y lo escrito está distribuida en toda la sociedad.” Giunta ajusta el zoom sobre la exposición. “Hay artistas que están trabajando este pasaje de lo analógico a lo digital, ese reemplazo de tecnologías que no dialogan, a partir de poéticas que poetizan y que son un poco románticas. Aunque algunos son artistas hiper tecnológicos, tienen una posición un poco romántica frente a esa pérdida del viejo mundo.”
Las nuevas tecnologías rompen los límites máximos de velocidad. En plazos brevísimos, con saltos por momentos abismales, el interrogante que se cuela de refilón es si quedará en pie ese sentimiento llamado nostalgia ante cambios tan vertiginosos. “Llaman la atención los revivals, volver a los ’40, los ’60, en la política como en la moda, la música, las artes”, sugiere Canclini. “Hay otro tipo de experiencia que podemos llamar regresiva, sin que indique nada negativo, que no es nostalgia pero sí una percepción asombrada de lo rápido que sucede todo. Hasta hace muy pocos años, para cambiar de tema decíamos ‘cambiemos de cassette’, pero hoy esto suena arqueológico”, bromea. “Hay un interés particular por recuperar no un tiempo pasado sino por humanizar o inyectar una poética dentro de esos nuevos medios, distante de esa primera instancia de deslumbramiento”, opina Giunta. “Dentro de los mismos usos de las tecnologías recientes, hay frases que transgreden los supuestos del nomadismo y la deslocalización. En muchos países, la primera pregunta que se hace cuando se está usando un celular es ‘¿Dónde estás?’. No se acepta tan fácilmente la deslocalización total. No perdemos la necesidad de pertenecer”, añade Canclini. “La pregunta ¿quién eres? o ¿de dónde eres? es insuficiente para saber con quién está tratando uno. Se puede pertenecer a muchos lugares, éste es un cambio irrevocable. Pero las nuevas preguntas no son sólo de dónde vienes y a dónde vas, sino a cuántos lugares creés pertenecer o querés ir. Creo que nos hemos liberado bastante de ese esquematismo de reemplazar una pregunta por otra y por lo tanto tener un único paradigma”, pondera el antropólogo.
Canclini nada como pez en las aguas de su doble pertenencia: nació en Argentina pero, exilio mediante, desde agosto del ’76 vive en México. “Me sentía más extranjero en la Argentina de López Rega y Videla que en México cuando llegué”, recuerda. “Una pregunta que muchos me hicieron es si extrañé, si me costó acostumbrarme. La primera sensación no tenía que ver con lo distinto que era México sino con haber salido del terror; caminar por las calles con confianza, trabajar en un lugar estable, hablar de lo que pensaba. Era extranjero, no tenía la nacionalidad mexicana, hace nueve años que la tengo, pero había una posibilidad de acceso y de desempeño laboral que hacía que no me sintiera extranjero, salvo el día de las elecciones.” En el cielo de su estadía en México asomaron unas nubes cuando la mayoría de los exiliados argentinos regresaron con la apertura democrática a mediados de los ’80. “Recién ahí empecé a sentir nostalgia y me empecé a plantear si volver o no. Había pasado siete años sin regresar, pero a partir del ’83 vengo todos los años. Cuando estoy acá, siento como si estuviera viviendo aquí, aunque sea por pocas semanas. No me siento extranjero en mi propio país.”
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