Dom 30.08.2009
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CULTURA › RODOLFO HAMAWI Y LOS EJES DE LA GESTIÓN DE LA SECRETARÍA

“Existe una concentración que tenemos que revertir”

Como director nacional de Industrias Culturales, sostiene que “se puede hacer mucho si se combina lo público y lo privado”. Habla del proyecto de ley que creará el Instituto Nacional del Libro (INLA), de subsidios y del desafío del e-book argentino, entre otras cuestiones.

› Por Silvina Friera

A Rodolfo Hamawi, flamante director nacional de Industrias Culturales, la barba y el cargo le sientan bien. Su debut en la función pública, como “hombre de punta” del equipo de Jorge Coscia, se ha traducido en una notable reducción de las horas que destinaba a dormir. “No voy a decir que tengo 54 años y duermo cuatro horas como Neustadt”, bromea el titular de la editorial Altamira. No cantó la marcha peronista el día de la asunción, “pero la aplaudí”, aclara ante Página/12. Si alguien le hubiera augurado allá por los años ’70, cuando militaba en el guevarista Frente de Lucha de los Secundarios (FLS), que sería funcionario de un gobierno peronista, Hamawi no habría dudado en calificar de disparatada o absurda esa suerte de parte meteorológico sobre su futuro lejano. Pero ahora, más de treinta y tantos años después, Hamawi repite en su oficina de la avenida Alvear, con un mate en la mano, que “no hay ninguna posibilidad de reconstruir un movimiento progresista si no se dejan de lado los sectarismos”. Lo que le quita las pocas horas de sueño que intenta preservar es lo que será uno de los pilares de esta nueva gestión cultural: la creación del Instituto Nacional del Libro (INLA), un organismo autárquico que se encargará de fomentar y promover la actividad editorial argentina y todas aquellas actividades relacionadas con la producción y comercialización del libro argentino.

Presentado por el entonces diputado Coscia, el proyecto de ley, que cuenta con el consenso de las dos cámaras de la industria editorial, la CAL (Cámara Argentina del Libro) y la CAP (Cámara Argentina de Publicaciones), está en la Comisión de Cultura en Diputados. “El Instituto tiene la gran virtud de seguir funcionando más allá de los avatares políticos, de la coyuntura, del gobierno que esté en el país –explica Hamawi–. Muchas veces se ha pensado que una política para el sector era la compra de libros por parte del Estado, cosa que está muy bien porque se ayuda a democratizar bienes culturales y a cubrir costos de las editoriales. Pero es sólo una parte de la problemática. El Instituto viene a cubrir la globalidad de la promoción de la edición, donde participan tanto el sector público como el privado. Y tiene un claro espíritu federal.” EL INLA contará con un presidente y vicepresidente, ambos designados por el Poder Ejecutivo Nacional, con un mandato de dos años, pero podrán ser reelectos hasta en dos ocasiones. Además, tendrá una Asamblea Federal y un Consejo Directivo.

Si ningún diputado de la Comisión de Cultura pone palos en la rueda del INLA, el proyecto pasaría a la Comisión de Presupuesto y luego aterrizaría en el recinto para su aprobación. “Es posible que se trate este año, antes de diciembre. Hay suficiente acuerdo de los distintos bloques como para que el cambio de composición de las cámaras no modifique el hecho de que el proyecto sea tratado y aprobado. No podemos olvidarnos de que tenemos como antecedente la ingrata situación de la ley del libro. Muchos diputados con los que interactuamos vivieron esa experiencia en la que se aprobó una ley muy importante para el sector, pero luego se vetaron los puntos fundamentales de lo impositivo. Me parece que los diputados son conscientes de que hay que revertir ese deterioro que ha venido teniendo el sector editorial a lo largo de los años, en relación con cierta descarga impositiva que tenía por el IVA que se pagaba al consumo de papel. Primero se descargaba el ciento por ciento en ganancias, luego el 50 y hace unos diez años se perdió ese beneficio.”

–¿Cómo se financiará el Instituto?

–El Instituto tendrá dos patas. Una es la promoción de libros publicados por editoriales pequeñas y medianas y la instalación de librerías en lugares donde no hay. El Instituto se dedicaría a cubrir los déficit que tiene el sector. La otra pata es la impositiva. El libro está exento de IVA porque se entiende que es una política de estímulo a la edición. Pero toda la cadena de producción del libro paga IVA, por lo tanto ese beneficio de exención en realidad se va perdiendo en el camino. Lo que propone la ley que crea el Instituto es que los editores recuperen esos IVA que van pagando a lo largo de la cadena productiva y lo puedan descontar de ganancias. El 30 por ciento de eso que descuentan lo deberán aportar a la financiación del Instituto. O sea que el sector editorial autogeneraría los fondos que solventarían al Instituto.

–¿Se puede calcular cuánto sería ese 30 por ciento en dinero?

–La cifra que recibiría el Instituto sería aproximadamente de unos 20 millones de pesos al año. Creo que se puede hacer muchísimo, sobre todo si la acción pública y privada se combina para direccionar esos recursos. Tenemos muchas provincias con pocas o escasas librerías y existen enormes carencias en la promoción y traducción de nuevos autores argentinos. Tenemos que intensificar la presencia argentina en ferias internacionales y recuperar la presencia en América latina y en España también.

–¿Cómo se administrarían esos 20 millones?

–Lo que está establecido en el proyecto es la limitación de los gastos de funcionamiento, que no pueden exceder del 10 por ciento de lo recaudado por el Instituto, es decir 2 millones como máximo anualmente, para que la estructura no devore los fondos. También se ha establecido un tope para lo que cada editorial pueda recibir por todo concepto, subsidios y créditos, un 2 por ciento del total del presupuesto anual de subsidios, créditos y fomento en general, para que no haya un sobredimensionamiento de los beneficios que reciban algunas editoriales. Pero el resto no está definido aún, de eso se encargará la Asamblea Federal o el Consejo Directivo. Pero te puedo decir que mi idea en una primera instancia es atender la demanda. El año pasado se publicaron en el país 22 mil títulos con una producción de unos 90 millones de ejemplares. Producción hay, lo que debemos garantizar es su eficiente distribución.

Hamawi busca en su escritorio una página del Sinca (Sistema de Información Cultural de la Argentina) sobre la concentración geográfica de librerías, editoriales, títulos editados y ejemplares impresos cruzados con la distribución de la población. “Por ejemplo –lee, agitando la hoja–, la ciudad de Buenos Aires, con el 7,7 por ciento de la población, concentra el 31 por ciento de las librerías; la provincia de Buenos Aires, con el 37,9 por ciento de la población, tiene el 16,7 por ciento de librerías. El resto del país, con el 37,9 por ciento de la población, tiene el 40, 7 por ciento de las librerías. En la ciudad de Buenos Aires se produce el 84,2 por ciento de los ejemplares impresos; en el resto del país, el 1,7. Estos números expresan una concentración que hay que revertir. Esta sería para mí la prioridad, pero yo no voy a definir las prioridades del Instituto. Desde ya que tiene que haber una promoción sustancial del libro argentino en el exterior”, subraya.

–¿Cómo se haría esta promoción? ¿Sería similar al programa Sur, de apoyo a las traducciones que está desarrollando la Cancillería con miras a la participación argentina en la Feria del Libro de Frankfurt?

–Exactamente, puede ser como el programa Sur o que a las editoriales que se les otorga un crédito para la edición reciban también un crédito para armar un catálogo de autores que pueda ser presentado en Ferias Internacionales.

Hamawi admite que volvió a creer en la política gracias al kirchnerismo. “Cuando escuché el discurso del 25 de mayo de 2003, se movilizaron muchas cosas dormidas, viejas ilusiones políticas. Me acuerdo de que estaba con mi mujer en el Tigre y nos subimos a una lancha porque quisimos estar acá. Siempre pensé que la política puede mejorar la vida de la gente, pero recién ahora lo veo en acción. Cuando Coscia me convocó, no dudé en aceptar el cargo”, cuenta el funcionario.

–Pero aceptó en un momento muy áspero y lejano de aquella primavera kirchnerista de la clase media, entre el 2004 y el 2007.

–Por deformación profesional, un editor es aquel que está siempre dispuesto a arriesgarse. Pero como apuesta política, justamente en los momentos difíciles es cuando hay que poner el hombro y mostrar todo lo que se puede hacer. La imposición de otras políticas implicaría un profundo retroceso en la vida del país. Además, está por verse si éste es uno de los peores momentos del kirchnerismo.

–¿El primer paso hacia la función pública lo dio cuando se sumó a Carta Abierta?

–Sí, había una necesidad de juntarse con otros que pensábamos que nuevamente la clase media estaba tomando un camino equivocado, que estaban apostando por aquellos que la condenaron a sucesivas crisis. Carta Abierta surgió como una cuestión de autodefensa y de autoafirmación.

–¿La oposición en Diputados va a acompañar el proyecto de creación del Instituto o en este contexto posderrota electoral podría plantear objeciones? ¿Cómo imagina el panorama que se avecina?

–La sensatez no la puedo predecir, pero lo que puedo decir es que el Instituto cumple con esa norma básica de una buena política de Estado que es trascender a una gestión. No creo que esta ley sea patrimonio de ningún gobierno, sería el resultado del enorme esfuerzo del sector editorial, que no tiene ninguna escarapela particular.

–Y no canta la marcha peronista.

–Ey, bueno... algunos editores la cantan, otros no (risas). Los que la saben y les gusta la cantan, y me parece que está muy bien.

–¿Usted la cantó?

–No, no la canté, pero aplaudí la marcha (risas). Vengo de una tradición de izquierda que ha entendido que la demanda de la hora es el cruce de biografías y de historias políticas. No hay posibilidad de reconstruir ningún movimiento progresista si no se deja de lado todo tipo de sectarismos. La indignación que generó en ciertos sectores el hecho de que se haya cantado la marcha peronista permite comprobar que aún hay mucha gente que se quedó anclada en el ’55 (risas).

–Pero en los ’70, si alguien le hubiera anticipado que iba a ser funcionario de un gobierno peronista, ¿le habría parecido absurdo?

–Sí, es cierto. Me acuerdo que en el ’73 yo tenía 18 años y en la secta en la que estaba, en el Frente de Lucha de los Secundarios (FLS), una fuerza guevarista, discutíamos si teníamos que ir o no a la asunción de Cámpora. Al final, fuimos. Así que siempre, tarde o temprano, se termina siendo peronista (risas).

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