CULTURA › EXPOSICIóN FOTOGRáFICA LABERINTO DE MIRADAS 2
La muestra, montada en la Casa de la Cultura, reúne 180 fotos y 36 miradas distintas, con un foco común: la violencia en Iberoamérica. Favelas en Brasil, sicarios colombianos, la caza indiscriminada en España forman parte de un trabajo que cuesta ver, porque duele.
Los laberintos –el del Minotauro y el del fauno, por poner ejemplos bien distantes– comparten dos características: ocultan algo y la salida es difícil de encontrar. En Laberinto de miradas 2, exposición fotográfica sobre la violencia en Iberoamérica, lo mismo ocurre pero en otros términos. La salida –no tangible– no es de ningún modo fácil y, más que esconder algo, lo que se muestra es lo oculto, lo que cuesta ver porque duele. Los desaparecidos latinoamericanos y españoles, mujeres nigerianas que ingresan a la prostitución a cambio de un viaje a España, ropita de niños asesinados por militares en Perú, mexicanas que se arrancan los pelos hasta sangrar para pedir que llueva (y la lista sigue). De martes a domingo de 14 a 20, el primer y segundo subsuelo de la Casa de la Cultura (Av. de Mayo 575) son verdaderos laberintos para la mente.
Lo que diferencia la palabra “mirada” de “imagen” es que la primera comporta el sentido del posicionamiento, de las decisiones del que posa su ojo en algún aspecto de la realidad. Si la muestra es un laberinto es porque conviven 180 fotos y 36 miradas distintas, aunque con un foco común. En la charla con Página/12, el español Claudi Carreras, curador y coordinador de la exposición, sintetiza por dónde pasa la mirada compartida en Laberinto de miradas 2, fricciones y conflictos en Iberoamérica: “La intención de los fotógrafos es poner en evidencia las cosas que los preocupan como individuos de la sociedad. Me interesan los trabajos que generan preguntas en el espectador y que parten de preguntas de los fotógrafos. Nos ha preocupado que los proyectos presentados sean fla-shes de proyectos más sólidos de investigación e implicación personal de los autores”.
Montada por la Agencia Española de Cooperación Internacional y el Centro Cultural de España en Buenos Aires, y compuesta por “trabajos huérfanos que no tienen dónde mostrarse”, la exposición es la segunda de una colección más amplia que viajó por diversos países de Latinoamérica y que abrió sus puertas en veintidós oportunidades (puede verse por la web en www.laberintos.net). “Es uno de los proyectos más grandes en fotografía documental”, se entusiasma Carreras. En mayo del año pasado, el Palais de Glace acogió a Colectivos de fotógrafos. La tercera, que no llegó a la Argentina, es Identidades y fronteras, próxima a arribar a Cartagena. En julio, luego de que Fricciones y conflictos pase por Puerto Rico, las tres series viajarán a México, y posteriormente a Chile y Europa.
Todo comenzó hace cinco años, cuando el periódico español La Vanguardia envió a Carreras a América latina. “Muchos fotógrafos me pasaban material para que mostrara a los editores. Era tanto y tan bueno que con un editor decidimos empezar a plantear una serie. Viajé durante dos años por todos los países de América latina contactando fotógrafos, y de esos años de investigación surgió la idea”, explica Carreras, quien decidió los ejes de cada muestra acompañado por un Consejo de Edición integrado por españoles y latinoamericanos, entre ellos el fotógrafo argentino Eduardo Gil. “Dentro de dos meses sacaremos un libro que aglutinará todo”, anticipa el fotógrafo.
Carreras admite que Fricciones y conflictos es, de las tres series, la más difícil de digerir. “Colectivos de fotógrafos era la mirada de diferentes grupos de fotógrafos sobre sus propias realidades. Identidades y fronteras habla de cómo en un mundo tan globalizado es absurdo levantar vallas cada vez más altas. En este caso, estamos ante un tema duro. Me gustaría que la muestra fuera mucho más amable, pero no se puede frivolizar.” El tema es la violencia, planteado a través de un entramado temporal. “La muestra comienza en tanto memoria histórica con los de-saparecidos de varios países. Después te lleva de un lado para el otro, vinculándote a la violencia contemporánea: el femicidio en Guatemala, las favelas de Brasil, los sicarios colombianos, la caza indiscriminada en España. Y por último, aborda los sistemas de protección frente a esa violencia, como la gente armada en la Argentina, las escuelas de brujos a las que recurren los mexicanos al no creer en los sistemas tradicionales, las cárceles de hombres en Brasil y las de mujeres en México. No hablamos del futuro, pero hay una reflexión”, describe Carreras.
Más que de terror, la atmósfera es de alerta, completada con audiovisuales sobre la violencia en las favelas de San Pablo y los de-saparecidos uruguayos con el Río de la Plata como fondo. “Es una muestra muy sensorial, con sonidos, música, ruido, sirenas. Me ha gustado tomar todo este espacio y generar sensaciones en el espectador. Está todo pensado para que se envuelva en esa realidad”, explica Carreras. Mientras, las miradas quedan absortas ante el sufrimiento ajeno. Al shock le sigue un momento en el que la fotografía mira al que mira, lo obliga a pensar. Y el dolor deja de ser tan ajeno –cómo no sentirlo cuando se ven de cerca los labios cosidos y ensangrentados de un preso paraguayo que reclama que se acelere su causa judicial–, porque es una flecha que atraviesa el cuerpo. De este vivir en carne propia se desprende otro de los propósitos de la exposición. “Buscamos la reivindicación del papel de la fotografía, de cómo puede llegar a conmover sin entrar en un espiral de venta, de manipulación, de morbo. Reivindicación en tanto herramienta para poner en contacto distintas realidades. Estamos en una sociedad en la que el morbo vende, y cuando el espectador no quiere más, mira para otro lado”, reflexiona Carreras.
Si cualquier cibernauta inicia una búsqueda de imágenes en Google con la palabra “inseguridad”, las primeras que aparecen son armas que apuntan a la lente y rostros sádicos que amenazan con apretar el gatillo. Aunque modesta, es una prueba del poder que comportan las imágenes, de cómo sostienen cierto tipo de discursos. “Estamos en la era de la imagen, pero no tenemos formación para entender sus resortes. Eso es fundamental para defenderse de la manipulación. Se genera una sensación de inmunización del espectador ante lo que ve. Es lo que queremos romper acá: no puede ser que ante determinadas realidades gires la cara. El espíritu de la muestra es poner en relación muchas cosas para que se entiendan como conjunto, y no como hechos aislados”, redondea el curador. Sobre el morbo –“convertir el sufrimiento en un espectáculo visual”, da a entender el texto introductorio de la muestra– también versa la exposición. “Hay imágenes que rozan el límite. Supongo que es particular, cada uno tiene el límite de aquello que le resulta desagradable o no. La muestra busca generar preguntas, y comprobar si lo atraviesa o no.”
Ajeno a cualquier discusión sobre la imbricación o separación de fotografía y arte, Carreras manifiesta su preocupación esencial: “Es un medio que se ha utilizado para explorar antropológicamente, la medicina y el fotoperiodismo, pero también para retratar nuestras vidas y las de nuestra familia. Está tan cercano a nosotros, pero hay que hacerlo más cercano aún, buscar que el espectador sepa leer esas imágenes. Con Internet tenemos más posibilidades que antes. A mí me interesa que las cosas las vea el máximo de gente posible. Yo creo que la fotografía tiene que tomar la calle. Debe salir de los museos, es un elemento muy útil para el pueblo.” Que alguien piense en imágenes y que otro piense gracias a ellas. Lo fatal de cualquier laberinto sería la incapacidad de pensar. A Icaro le pasó, y le fue mal”.
Informe: María Daniela Yaccar.
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