Mié 24.03.2010
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CULTURA › LUCIANO SARACINO Y LA VIGENCIA DE LOS ZOMBIES

“El mayor peligro siempre está en casa”

Lo que parece mero entretenimiento puede producir infinidad de lecturas. De eso trata la enciclopedia de Saracino, que analiza cómo los zombies atravesaron setenta años encarnando diferentes horrores.

› Por Facundo García

Después de la gripe del año pasado, no sería una sorpresa que este invierno se hablara de otra epidemia. Podría estallar en un colectivo o en el subte, con un pasajero que –afectado por vaya a saber qué peste– la emprendiera a tarascones contra el cráneo de los demás. Al rato habría tres, cuatro o cien contagiados que buscarían su propio almuerzo encefálico, y así seguiría la cadena. ¿Cómo reaccionar a semejante escenario? Tal vez una parte de la respuesta esté en el libro de Luciano Saracino Zombies! Una enciclopedia del cine de muertos vivos (Ed. Fan), que recorre las diferentes situaciones que ha planteado una de las zonas más fascinantes del universo en celuloide. El autor vio más de cuatrocientos films, los ordenó por épocas y agregó su propio análisis, armando una fuente de consulta que invita a los lectores a usar la cabeza (mientras aún la tengan sobre los hombros, claro).

“Al principio uno se mete en esto por la adrenalina, los nervios en carne viva y las tetas. Pero la lectura puede ir más allá, porque estos cadáveres ambulantes han encarnado distintos terrores, dependiendo de la época”, arriesga el cinéfilo. Si en un momento fueron los fantasmas, los extraterrestres o los asesinos seriales, hoy son los fiambres insomnes quienes comparten, junto con los vampiros, el proscenio en el reino del horror. El porqué de esta vigencia es un misterio que Saracino irá develando poco a poco.

A diestra y siniestra

En Caminé con un zombie (Jacques Tourneur, 1943) se suscita el siguiente diálogo:

–¿Quién anda ahí?

–Un zombie.

–¡Qué susto! Por un instante pensé que era un sucio esclavo de nuestra plantación familiar.

Cuatro o cinco segundos, y toda una perspectiva de la sociedad. Para eso las narraciones de miedo son mandadas a hacer. “Siempre están ante la necesidad de construir un ‘malo’. Y cuando la estrategia se plantea desde el establishment, el mensaje es obvio”, afirma Saracino. “De ahí que, hasta la década del cuarenta inclusive, el zombie fuera lisa y llanamente el pobre. Se hacían películas ambientadas en Jamaica, Cuba o Haití, que es donde estaba el origen folklórico del mito. Entonces ‘el bueno’ solía ser un millonario que iba a ponerse una azucarera en el Caribe, y los lugareños le hacían –literalmente– la vida imposible.”

Recorrer los hitos no sólo permite sacar a la luz verdaderas joyas, sino que despierta la sospecha de un auge cíclico: cuando todo indica que el subgénero está enterrado, saca las manos del cajón y resurge de las cenizas. Porque los zombies son la forma más simple de construir un “nosotros contra ellos”, y esa figura se adapta perfectamente a la crítica social y la propaganda política. Saracino: “En los cincuenta resultó que la gran amenaza eran los soviéticos. Había marcianos que venían ‘del planeta rojo’ o muertos vivos medio leninistas, absolutamente funcionales al macartismo”. La prueba más contundente de esa utilización es La invasión de los usurpadores de cuerpos (Don Siegel, 1956), donde las víctimas del mal despertaban sin personalidad y masificados. Es decir, “comunistas”.

La siguiente parada son los sesenta. Ahí se cuela el nombre que dejará su sello para siempre, George Romero. “Había aparecido la minifalda, se estabilizó la Revolución Cubana y las luchas sociales estaban en auge. En eso, se estrena La noche de los muertos vivos, que es del ’68. Si Hobbes planteaba que ‘el hombre es lobo del hombre’, este genio va a decirnos que ‘el hombre es zombie del hombre’. Ahora el tipo que viene por vos es cualquier vecino, y hasta puede ser tu hermano. Romero acusa al capitalismo de convertir al hombre en una máquina de consumir, y se posiciona claramente como un cineasta de izquierda”, aporta Saracino. Los zombies romerianos no caben en el molde de los villanos tradicionales, que se refugiaban en un castillo o una cueva. No: éstos merodean las calles, ocupan espacios, salen a cazar. Por algo la frase que se repite como un mantra en La noche... es “they are coming to get you” (“Ellos vienen a buscarte”). Si los engendros deambulan libremente, es porque la ley y el orden ya no ofrecen ninguna garantía.

“Ahora sí, una voz joven había marcado el camino. Solamente había que esperar”, retoma el enciclopedista. Quienes se subieron a la carroza de los no-muertos fueron legión y llegaron desde diversos países, al punto de que Saracino se animó a dedicar un capítulo a los que generaron gritos de espanto desde España e Italia, como Jesús Franco o Lucio Fulci. Por su parte, el maestro Romero se tomaba su tiempo pero seguía produciendo. En su segunda gema, El amanecer de los muertos (The Dawn of The Dead), los humanos se refugiaban en un shopping y se preguntaban por qué la masa comedora de cerebros insistía en meterse a toda costa en ese centro comercial. “No saben por qué lo hacen –explicaba Peter, uno de los sobrevivientes–. Simplemente recuerdan que cuando estaban vivos querían venir acá.” Entre difuntos trasladando carritos de supermercado e hipnóticas musiquitas de ascensor, El amanecer... proponía que la brecha entre “los vivos” y los “no tan vivos” se estaba achicando. Corría el año 1978.

Glifosato y zombies

Saracino asegura que en los ochenta la derecha pegó fuerte por el lado de las tumbas. “En esta etapa, los que mueren inmediatamente son los punks, los heavy metal, las prostitutas, etc. Los negros también: los hacen mierda a los quince segundos. En todo el género tiende a sobrevivir sólo el que sirve al sistema”, observa.

–Era el boom de Reagan y Thatcher. La política se había quedado sin ideas, ¿pasaba lo mismo en el ambiente Z?

–Algo así. Quizá por eso los noventa fueron de los vampiros. Hasta que llega el atentado a las Torres Gemelas y los zombies vuelven a la carga. Ahora son más avanzados. Se organizan, son inteligentes. O ni siquiera están muertos y lo que les pasa es que han contraído una especie de rabia asesina, como ocurre en 28 días después (28 Days Later, Danny Boyle, 2002). Este retorno dice muchas cosas. Los zombies son, en un noventa y nueve por ciento de los casos, seres con los que no se puede conversar ni negociar, y sin embargo los directores más inteligentes siguen poniendo el eje fundamental en los quilombos que se dan entre los vivos que pretenden salvarse. El mayor peligro sigue estando dentro de casa.

La década que se va dejó material para todos los gustos. Romero apaleó a la administración Bush con La Tierra de los muertos (Land of The Dead, 2005) y El diario de los muertos (Diary of The Dead, 2008). Hubo, además, zombies que se activaban por el virus de la vaca loca –en Tierra de zombies (Zombieland, Ruben Fleisher, 2009)– y hasta ovejas que se volvieron demoníacas a causa de los experimentos genéticos, como se muestra en Ovejas asesinas (Black Sheep, Jonathan King, 2007). “No me extrañaría que apareciera una peli basada en muertos por el glifosato”, pronostica el especialista. “Imaginate, sojeros resucitados, ¡peor enemigo que ése no puede haber! ¡Vienen a comerte el bocho en sus 4x4!”

Lo cierto es que los límites de lo canónico se están borrando. Y si bien es innegable que los vampiros todavía cotizan –ahí están las series True Blood, en HBO, y Vampire Diaries, por Warner–, la chusma zombificada conserva su protagonismo. “El otro día –acota Saracino– escuchaba a un carabinero de Chile recomendando a la gente que no saliera de sus casas y que si ‘sufrían un ataque’ debían tirar a matar. ¿Si sufrían un ataque de quiénes? ¿De los que perdieron su casa por el terremoto? ¿De individuos tambaleantes, medio muertos de hambre? Parecían órdenes salidas de una de zombies.”

–Bueno, se ha dicho que los muertos vivos son los monstruos “más democráticos”.

–En un punto son el pueblo. Visten ropa de trabajo o prendas rotosas, y no tienen las sutilezas aristocráticas de un Drácula. En su avance, los zombies son un solo puño, y de vez en cuando logran conquistar centros de poder. Su ataque, en definitiva, es prueba de que todos esos cuerpos, si atacaran juntos, podrían lograr lo que se proponen.

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