CULTURA › EL PASO DEL GRUPO PALATTI POR BUENOS AIRES
Integrado por diez artistas, ya realizó instalaciones y obras plásticas en China, España, Kosovo y Alemania. Habituado a elegir lugares alejados de los centros de las ciudades, presentó su exposición en el Salón Fabril de Parque de los Patricios.
› Por Oscar Ranzani
El grupo Palatti nació en 2005 en España, donde se reunieron distintos estudiantes de arte de países europeos con la idea de generar un proyecto autogestivo en el exterior. El objetivo era realizar los procesos creativos de sus obras en cada lugar que decidieran visitar. Luego se sumó la argentina Julia Mensch. Se definen como artistas “nómades” porque viven en diferentes países y lo que los une en las diversas regiones que recorren creando es la pasión por el arte. El grupo Palatti, integrado por diez artistas, ya realizó instalaciones y obras plásticas en China, España, Kosovo (de allí proviene el nombre “Palatti” que significa “Palacio”) y Alemania. Tienen como norma elegir lugares que estén alejados de los centros de las ciudades. Es por eso que en la visita a la Argentina que finalizó ayer presentaron una muestra en Salón Fabril, en colaboración con la residencia de artistas El Basilisco y el Centro Hipermediático Experimental Latinoamericano cheLA, que funciona en la ex fábrica de amianto, en pleno corazón de Parque de los Patricios.
En este caso, los artistas de Palatti estuvieron durante los meses de marzo y abril conociendo lugares de Buenos Aires para usarlos como disparadores de las obras que crearon en la sede de cheLA. “No estamos trabajando en Recoleta sino en un barrio de otra zona de Buenos Aires. Lo mismo hacemos en todos los países. Queremos lugares que tengan que ver más con la vida cotidiana de la gente y no con los centros culturales y de arte más importantes de las ciudades”, explica Mensch, quien agrega que, al tratarse de un proyecto autogestivo, el modo de trabajar les da “una libertad diferente. No tenemos un curador de por medio sino que nosotros, los artistas, podemos funcionar como curadores y como gestores de nuestras propias ideas”.
El Silencio es una isla del Delta del Tigre que tiene un pasado horroroso: en 1979, los prisioneros de la ESMA fueron trasladados por los represores a casas de esta isla para que no pudieran ser vistos por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que había llegado al país. Este tema fue abordado por el periodista Horacio Verbitsky en el libro El Silencio, donde sacó a la luz la complicidad que se estableció entre la Iglesia y la dictadura. La artista alemana Mirya Gerardu leyó un artículo en un diario de su país que relataba el caso del ex detenido-desaparecido Víctor Basterra, obligado a falsificar pasaportes de los represores en la ESMA y que también mencionaba a “la isla del Silencio”. Ahí comenzó su curiosidad. “Pensé que tal vez era un lugar muy conocido para los argentinos, pero me encontré con que la mayoría de la gente no sabía absolutamente nada acerca de la isla”, comenta Gerardu, consultada por Página/12. Cuando arribó a la Argentina, preguntó en la Oficina de Turismo del Tigre. Allí tampoco la conocían; indagó entonces en el Archivo Nacional de la Memoria, y también se contactó con Verbitsky, quien le brindó información muy valiosa y la orientó en su búsqueda. “Para mí era importante que se supiera que ese lugar fue usado para algo tan terrible. Quería saber qué cosas podía hacer visibles a partir de la fotografía, y qué cosas no podía hacer visibles de la historia del lugar”, comenta la artista alemana.
La obra de Gerardu consiste en dos fotos de las casas y una del camino que conduce a esos recintos ominosos del Tigre, y una vitrina con papeles de la investigación. “Las dos casas fueron usadas de distinta forma. En una había prisioneros que tenían los ojos cubiertos y que no podían salir, ya que los habían escondido en la parte de abajo. Y en la otra había detenidos que no tenían los ojos cubiertos. Ellos podían caminar por fuera de la casa. Para mí es importante también la tercera foto, porque muestra el camino para acceder a las dos casas. Es interesante porque, en primera instancia, se ve como un lugar verde, de recreo, que contrasta con su historia”, relata Gerardu.
Egresada de la Escuela de Bellas Artes Belgrano, y luego del IUNA con orientación en Artes visuales, Mensch decidió realizar en Buenos Aires un video para la muestra que tiene una historia particular: en 1973, su abuelo Rafael viajó a la Unión Soviética y a la República Democrática Alemana (RDA), como enviado del Partido Comunista Argentino, para realizar estudios. Muchos años después, Mensch viajó hasta Alemania, buscó los lugares que su abuelo fotografió y tomó nuevas fotografías, utilizando la misma cámara y teniendo el mismo punto de vista que había tenido Rafael. Esa es la génesis de República de Orwochrom. Para construir su video con fotografías, Mensch tomó parte del archivo de esos viajes “para hablar de una república socialista utópica, con determinadas características que, hoy en día, son sueños vigentes para un montón de gente. Las fotos están algo descontextualizadas de la historia específica de un país, porque es una república inexistente”, explica la artista argentina.
“Este un proyecto largo que tiene nueve años y es sobre casas y árboles”, dice el suizo Aurelio Kopainig, quien elaboró un trabajo con ochenta diapositivas: son imágenes que muestran la unión o el cruce entre la naturaleza y la arquitectura en barrios de Buenos Aires, poniendo en evidencia el uso que el hombre hace de la naturaleza y de esos espacios arquitectónicos. En muchas de ellas aparecen las imágenes que le dan título a las obra: la “convivencia” en un mismo lugar de árboles y casas. El alemán Holger Kruse, en tanto, realizó una serie de seis fotografías en la zona de Barracas, por donde pasa la autopista, específicamente sobre el cruce de las calles Hornos y Herrera. Kruse se interesó en observar cómo debajo de la autopista se crearon espacios que la gente utiliza como, por ejemplo, canchas de fútbol-cinco y bancos para sentarse.
Desde Holanda llegó Anna Bas Backer, quien hizo interactuar al público. En primer lugar invitó a un grupo de nueve artistas a realizar un maratón de dibujos durante veinticuatro horas, entre el 17 y el 18 de abril pasados. La propuesta consistía en que dibujaran historias que estuvieran vinculadas con Buenos Aires en particular y con la Argentina en general. Después, Backer seleccionó algunas imágenes de los dibujos de los artistas, los copió y el día de la inauguración realizó una performance con el público: los asistentes podían elegir una de las imágenes y Backer los tatuaba efímeramente con el papel que usan los tatuadores antes de realizar el trabajo definitivo. Otro holandés, Paul Steenberghe, realizó la obra El día 9 de abril. Ese día, este artista realizó un prolongado recorrido en bicicleta por Buenos Aires y registró todas las calles que tienen nombre de militares. Y se encontró con unas cuantas. Con ese registro armó un listado enorme en papel y lo ordenó de acuerdo con el orden de aparición de cada calle en su recorrido. Allí figuran desde el Almirante Guillermo Brown al Tte. General Juan Domingo Perón, y del Capitán Juan de Garay al General Julio Argentino Roca. Evidentemente, se trata de un listado que no abre juicios de valor.
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