CULTURA › LA EXPERIENCIA DE CLASE TURISTA, LA MáS “INDIE” DE LAS EDITORIALES
A través de enfoques narrativos originales y artes de tapa shockeantes, Lorena Iglesias, Iván Moiseeff y Esteban Castromán le dan vida a un sello que utiliza mínimos recursos para ofrecer una síntesis conceptual de máximo impacto.
› Por Silvina Friera
La editorial Clase Turista mezcla la filosofía del “do it yourself” punk con el planeamiento de guerrilla latinoamericana: síntesis conceptual, mínimos recursos, máximo impacto. Cuando los medios de producción de los libros están en manos de Lorena Iglesias, Iván Moiseeff y Esteban Castromán, el trío de editores-agitadores hace lo que quiere. Aman demasiado la libertad, por eso no se arrodillan ante consignas promedio de esta época. ¿A quién se le ocurriría publicar poesía iraquí contemporánea en un sobre-bomba? Más allá del coro de detractores que tacharía automáticamente la idea por disparatada e inviable, a ellos se les ocurrió. Y lo hicieron. Todo vuela por los aires de los ojos del lector –-los prejuicios incluidos– cuando se lee “La calesita de la libertad”, de Nedhal Abbas, el primer poema de la pequeña antología Yaaa Aliiiiii, que es el grito de lamento de las mujeres en los funerales. Lamento y feroz ironía jalonados en los intersticios de esa voz nueva para los oídos. “Tarde o temprano/ Vas a ser libre/ La democracia es algo nuevo para vos/ Pero no te preocupes/ Te vamos a enseñar/. Marines;/ Avancen/ Vamos/ Para esto se entrenaron/ Sos el cazador/ Sos el predador/ La libertad es bella/ ¿Escuchás?/ Soldados marchan/ Sobre los cuerpos de los pobladores/ Luchando contra el hedor/ Cantan/ La libertad es bella/.”
Mediodía en el barrio de Palermo post festejos del Bicentenario. Una escena extravagante calza como guante a la propuesta de Clase Turista, editorial que busca estimular el placer y la propiedad de la teletransportación de la lectura a través de enfoques narrativos originales y artes de tapa shockeantes. Ni el trío ni Página/12 han tomado ningún tipo de drogas. De repente, Moiseeff mira algo allá arriba como un gato que no quiere perder a su presa. Castromán e Iglesias siguen la dirección de los ojos asombrados de su colega. Sobre el techo de policarbonato transparente del bar una especie de “hombre araña” arroja el trapo y el secador para comenzar a limpiar. “Sufro por él”, dice Castromán. El momento es un “flash” para una editorial que produce libros a partir de la creencia en un nuevo lector, cuya cosmovisión está regida por la manera contemporánea de relacionarse con el mundo, impregnada de los discursos hollywoodenses, la cultura pop, la literatura, los estupefacientes, los mensajes de texto y la amenaza de lo real a través del noticiero o la calle. Con el fondo de ese peligro latente –que el “hombre araña” se estrelle cerca del trío más punk del mundo de la edición argentina–, los editores cuentan cómo empezó todo, hace casi cinco años, a fines de diciembre de 2005, cuando lanzaron, además de Yaaa Aliiiiii, Salvad a Copito, pequeña antología de poesía africana contemporánea, forrada con un material que simula la piel de un gorila albino; y Horny housewife kidnapped (Ama de casa calentona secuestrada), una antología con poemas del trío, envuelta en un repasador.
“Había cosas que nos interesaban decir y hacer circular –subraya Moiseeff–. Empezamos con un espíritu bastante casero, una mezcla de la consigna punk ‘do it yourself’ y lo casero.” Clase Turista es, como afirma Iglesias, la editorial más indie del país. Ellos discuten los conceptos del libro, lo editan y lo conciben estéticamente. “Juega a favor nuestro la diferencia de la novedad. Quizá otra antología de poesía iraquí en una edición más convencional no tiene la misma suerte.” Moiseeff recuerda que la sucesión de imágenes sobre Irak –invasiones, sobres-bomba, estadísticas de muertes, análisis de consultores internacionales–, no alcanzaba a transmitir la intensidad de las primeras personas. De las vidas. A través de Internet y con la ayuda de varios suplementos literarios fueron contactando a los poetas Sinan Antoon, Abeed Kamal Ad–Deen, Adnan Al-Sayegh y Anwar Al-Ghassani. La escritora iraquí Haifa Zanga les recomendó los poemas de Abbas, que abren la antología. “Les dijimos la verdad: somos de Argentina, no tenemos idea de qué está pasando allá”, comenta Moiseff.
En “Tres fragmentos de consternación”, de Al Sayegh, se lee: “Mi padre decía:/ No le cuentes a nadie/ Tus opiniones/Ya que la calle está minada de orejas/ Cada oreja está atada a otra/ Con un cable oculto/ Que llega/ Hasta el Sultán”. En el poema “Teniente Salahjamil”, Al Ghassani escribió: “Y ahora, explorando en mi memoria, encuentro un sitio quemado./ Parece que el día que te vi en aquella foto,/ un estallido devastador ocurrió./ Aquí están los escombros/ Aquí están la cicatriz”. En “A un niño iraquí”, Antoon interpela con una desgarradora seguidilla de preguntas: “¿Sabés/ que los pezones de tu madre/ son huesos secos?/ ¿que sus pechos/ arden/ con uranio enriquecido?/”. Las voces de estos poetas perturban; silabean las experiencias de un mundo en ruinas.
“La apuesta del sobre-bomba es que haya un sentido, más allá de lo estéticamente interesante –opina Iglesias–. Así como en los reportajes de la CNN hay un discurso estandarizado sobre lo que es un árabe, jugamos con eso en la tapa desde un doble sentido: con el estereotipo y con el poder que tiene la poesía. Al principio lo ves y decís ¡qué cosa rara!, pero tiene una vueltita, una justificación de por qué es un sobre-bomba.”
Castromán plantea que el relato del libro comienza en la tapa. “La ficción, la historia, el concepto está en la tapa; es una entrada distinta para construir sentidos.” Moiseeff confiesa que les gusta que haya cierta arquitectura de “trampa boba” en la portada, “que sea algo engañoso con un contenido que maneje cierta densidad”. Los poetas iraquíes se quedaron azorados con la propuesta de publicarlos. “Si en Buenos Aires nos publican, estamos muy mal”, respondieron, amablemente, los iraquíes. “Tienen un orgullo muy milenario que se notaba en los mails”, revela Moiseeff. “Ellos dicen, con razón, que eran París antes de que Occidente existiera”, aporta Iglesias.
Sólo un puñado de Insolentes –sí, con mayúscula– se pudo atrever a publicar Manual de supervivencia para los días del gran desastre con un césped sintético en la tapa. Es un libro de autoayuda para los sobrevivientes de la especie humana en tiempos en que cunde el Apocalypse now. Mediante consejos e ilustraciones, el texto presenta técnicas para preservar la vida en distintos escenarios de aniquilación. Hay instrucciones para fabricar una bomba molotov: “una bomba es una intervención en el curso de los hechos”; recomendaciones sobre cómo orientarse con las estrellas: “la orientación en el espacio sólo tiene sentido cuando existe un lugar hacia dónde ir”; y cómo pelear cuerpo a cuerpo con un zombie, entre otras yerbas. El trío decidió licuar la autoría personal en el manual. “Buscamos todo discurso que hablara sobre la supervivencia para darle una vuelta literaria y reescribir”, repasa Moiseeff.
“Fue un trabajo de composición común porque fuimos elaborando el concepto del libro y encontramos nuevas capas”, advierte Iglesias. “Investigamos de dónde viene el discurso apocalíptico y por qué lo impregna todo. Me llama la atención que esta idea de que el mundo se acaba en cualquier momento no se traduce nunca en una propuesta. Solamente está todo mal y te vas a morir mañana, que es lo máximo de enunciación que se puede hacer, y que es la máxima destrucción que se puede decir. Esta posición lleva a la construcción de un discurso muy psicótico. Los textos de los manuales son siniestros porque plantean: ‘no piense, haga esto’”, agrega la editora, poeta y psicoanalista. “El discurso de la autoayuda nos pareció que era el mejor formato para hacer una novela de terror hoy”, precisa Castromán. “La idea no era venderlo como una novela de terror, sino como un manual adorable, entretenido, pero debajo está Séneca, al que tomamos para reflexionar qué hacer ante la muerte; Marco Aurelio y Montaigne. Nos interesaba que fluyeran muchos discursos en el libro”, añade Moiseeff. Entre esos discursos hay un cuadernillo titulado Protection in The Nuclear Age, elaborado por una agencia del gobierno norteamericano en 1984 en plena fobia de la Guerra Fría; los trabajos de la Federal Vampire and Zombie Agency, una sociedad secreta que asegura haber sido creada en 1868 por el presidente Ulysses S. Grant; los testimonios de Primo Levi, los escritos de Konstantinos Kavafis y el cine catástrofe, entre otros.
El trío admite que se toma mucho tiempo para editar los libros. A contramano de la digitalización de la lectura y el vértigo que imprime el mundo editorial convencional, la muchachada se detiene en cada ejemplar único, realizado a mano, reivindicando el trabajo artesanal, el valor del libro-objeto y el placer del fetichista. “Es muy placentero tener una editorial porque te permite hablar con un iraquí o un africano sobre experiencias en otras partes del mundo. El viaje empezó por la idea de hacer libros; por eso Clase Turista, porque la literatura es un viaje”, resume Moiseeff. Hay un proyecto que todavía no logró cuajar. “Hablamos con actores pornos de California porque queríamos ver qué había detrás del discurso porno. Todas las publicidades refieren al sexo; uno ve mujeres con cara de depravadas al lado de una licuadora. Nos interesaba cómo lo vivía la gente que tiene el cuerpo en ese lugar de ideal. Pero el libro no está cerrado porque quedó muy desparejo –analiza Moiseeff–. Algunos se salen del discurso porno y te hablan de ‘tú a tú’ y es muy interesante. Pero otros no pueden escapar del ‘me gusta follar’.”
Eloísa Cartonera y las ediciones de Belleza y Felicidad están emparentadas con Clase Turista. “Después de 2001 participamos de ese clima del ‘do it yourself’ que hubo en el mundo editorial. No importa el formato, importa el texto. Mi idea es sacarlo a como dé lugar –explica Moiseeff–. Para nosotros era imposible pasar por una imprenta para hacer estos libros. Este espíritu indie lo tiene la música independiente; es la política de la autogestión como valor.” Iglesias considera que fue “un clima de época” que quizá continúa. “En ese momento era muy claro que había que tomar una posición y asumirla, más allá de que los medios de comunicación indicaban que no se podía hacer nada y que lo que había hacer era subirse a un avión para irse a vivir en otro planeta donde todo fuera fantástico. ¿Qué podemos hacer? ¿Una tirada de 200 ejemplares? ¿Cómo hacemos la tapa? Ante la imposibilidad material de hacer un gran proyecto era fácil plantear ‘yo tengo esto para decir’ y ponerlo sobre la mesa.” Castromán apunta: “Era sumarse a la acción, hacer cosas. Podemos sacar un libro o 400, pero lo sacamos”.
Una nota al pie se impone. Cuando se dice libro-objeto, se presume un costo sideral para el lector, algo que se torna inaccesible, más allá de la belleza estética y las buenas intenciones. Los libros de Clase Turista oscilan entre los 25 y 45 pesos, menos del promedio de lo que cuesta un libro editado por los monstruos editoriales, en más de un sentido. “El fetichismo viene más por la parte literaria que por el objeto en sí. Nos interesa que el libro circule, que esté en las librerías. La trampa es que es bonito. Pero la idea es que sea siempre lo más barato posible para que pueda llegar a más gente”, aclara Iglesias. “A la hora de ponerle el precio, el cálculo que hacemos es que recupere el costo y produzca otro libro –ejemplifica Moiseeff–. Nuestros libros no son de primera clase; lo nuestro es clase turista. Pero está a la vez el encanto que tiene para la clase turista viajar en avión: la alegría de estar volando con los otros.”
Castromán sintetiza las etapas del proceso de gestación de los libros. “Partimos de una idea, le damos forma, intercambiamos perspectivas, pesamos en el paratexto, que es la tapa; y vamos al Once a comprar pasto sintético o el repasador. Nos metemos en otros mundos como la industria textil o plástica, un híbrido de diferentes mundos que deviene en un libro.” Ahora se viene Mirad al cielo: ¡los renos caen ardiendo!, el lado B de la Navidad, con la tapa que simula una cajita con ositos vestidos como Papá Noel, una antología con textos de Juan Terranova, Maximiliano Matayoshi, Matías Moscardi y Sol Echevarría, entre otros. Y próximamente en las librerías del país desembarcará El management envilece al mundo, con un trajecito de gerente, con poemas de Leonor Silvestri, Laura Lobov e Irina Garbatzky. Como si esto fuera poco, el jueves lanzan una nueva colección “Mental movies” (ver aparte). “Clase Turista es una manera de hacer de la literatura algo lúdico; que la literatura no sea un lugar solemne para la elite –sugiere Castromán–. La literatura es un viaje, una experiencia que tiene oscilaciones, como el estar vivo. Y eso es lo que nos apasiona.”
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