CULTURA › GRAN CATALOGO-LIBRO DE LA BIBLIOTECA NACIONAL PARA FESTEJAR SU BICENTENARIO
Dos empleados de la Biblioteca, Laura Rosato y Germán Alvarez, compilaron Borges, libros y lecturas, un tesoro que permite conocer el conjunto de libros donados y anotados por el autor de El aleph. Los entregó en 1973, antes de abandonar su cargo.
› Por Silvina Friera
El museo confidencial de la vida de un lector –el que más lejos ha llegado en la expansión de una red de sentidos– se hace público. El secreto de la arquitectura de los textos borgeanos ha dejado de ser un tesoro oculto. Ahora es un tesoro abierto gracias a una dupla de hormiguitas laboriosas y una pesquisa épica –o policial, según cómo se la mire– de resonancias imponderables para futuras investigaciones y lecturas. “Los libros congregados e interrogados por un hombre constituyen también un aspecto de su obra y el mapa y espejo de su personalidad.” El copyright le pertenece a Borges. La frase –dicha en 1956– forma parte de uno de sus discursos como director de la Biblioteca Nacional (BN), institución que dirigió durante 18 años. La recuerdan Laura Rosato y Germán Alvarez –dos empleados de la BN– en Borges, libros y lecturas, flamante gran catálogo-libro en el año en que la BN festeja su Bicentenario. Este tesoro permite conocer el conjunto de libros donados y anotados por el autor de El aleph. Los entregó en 1973, antes de abandonar su cargo. Los ejemplares –que formaban parte de su biblioteca personal, con marcas, anotaciones y manuscritos originales con su “letra de insecto”– permanecieron ocultos durante 30 años en los fondos generales de la BN.
Como señala Horacio González, director de la BN, en el prólogo, este catálogo surge del amor de dos trabajadores de la institución por su historia y su patrimonio. Sobre los hallazgos, subraya que en su mayoría eran libros de la propia biblioteca de Borges, que eran abandonados al catalogador “luego de que admitieran innumerables anotaciones, en general destinadas a marcar párrafos, singularidades o naderías –la palabra es suya–, que luego reaparecían en el cuerpo de su obra, como si fueran pequeños cargamentos de minucias asombrosas que viajaban mucho tiempo antes de alojarse en los trabajos que ahora leemos de Borges”. La biblioteca de Borges es la biblioteca de un políglota. Hay ejemplares identificados de los que se denomina el “período europeo” del escritor –por ejemplo, The Possesed de Fiodor Dostoievski, fechado en Valldemosa, en 1920; y las Sàtires de Décimo Junio Juvenal–, buena parte de los volúmenes sobre budismo que adquirió a lo largo de su vida, La Divina Comedia de Dante; libros de Schopenhauer, T. S. Eliot, Whitman, Wilde, Twain, Virgilio, Stevenson, Reyes, Poe, Plutarco, Paracelso, Nietzsche, Ovidio, Lao Tsé y Kafka para mencionar apenas una pequeña muestra de la mitad de los libros anotados recuperados –casi mil– publicados en este primer volumen. Para el próximo tomo-catálogo se darán a conocer aquellos libros que fueron obsequio de escritores y amigos y otros que requerían trabajos de restauración.
“Cada libro hallado exhibía marcas y señales que nos conducían a otros –cuentan Rosato y Alvarez–. El número de ejemplares recuperados ya había superado los 700 cuando se inició la catalogación, pero el análisis de las notas arrojó nuevos títulos y autores. Finalmente, y para abarcar todas las posibilidades, se acometió la revisión a pie de estante, guiada por la intuición y el conocimiento adquirido en el trato previo con los ejemplares que ya integraban la colección.” Del conjunto de libros reunidos, Rosato y Alvarez sintetizan los rasgos bibliófilos en la biblioteca de Borges. Hay ediciones antiguas, primeras ediciones en idioma original; la tipografía gótica, los comentarios, estudios y traducciones o introducciones realizadas por intelectuales de renombre, entre otras. La calidad tipográfica y de encuadernación que exhiben los sellos editoriales clásicos como Oxford University Press, J. M. Dent & Sons, Victor Gollancz, E. P. Dutton, Macmillan & Co, Claredon Press, Heinemann, Jonathan Cape, Faber and Faber, sólo en los casos de habla inglesa, constituyen el modelo de libro predilecto del gusto borgeano. Los ejemplares que le pertenecieron conservan las etiquetas de las librerías donde fueron adquiridos, lo que permite a Rosato y Alvarez reconstruir el circuito de librerías especializadas –Mackern’s, Mitchell’s y Pigmalión, entre otras– del que Borges y su círculo de amigos eran habituales visitantes.
Parte del enigma se despeja: ¿cómo leía Borges? La dupla de hormiguitas se sumerge en el laberinto de anotaciones con un rigor asombroso que invita a viajar por ese magma de sentidos. Se recomienda transitarlo acompañado, para mayor deleite, de las Obras completas del escritor. El modo de leer –afirman en el estudio preliminar– no respondía al orden lógico que propone el libro, sino a su curiosidad personal. “El acto de lectura comienza con el registro en cada ejemplar de su rúbrica, seguida del lugar y fecha; esta acción se repetirá cada vez que tenga lugar una relectura”. Las notas están escritas en el idioma original del texto, aunque hay algunas excepciones, y se presentan en la guarda anterior o en la posterior, nunca se encuentra en los márgenes o intercaladas en el texto, no lo invaden. Las notas establecen “un diálogo indirecto con el autor sin elaborar juicio alguno sobre sus ideas”. “Rara vez se trasladan a las contratapas del libro –aclaran Alvarez y Rosato–; cuando esto sucede expone, por un lado, la urgencia de registrar una idea, por el otro, el concepto de que todo el libro es un espacio válido para contener anotaciones. Así, el objeto se redefine en el uso, convirtiéndose en cuaderno de apuntes donde elaborará proyectos de índices, ensayará primeras versiones de sus textos y poesías y ejercitará traducciones, transformando estos ejemplares en verdaderos manuscritos originales. Además dan cuenta de su vida de una manera íntima y personal. Los volúmenes contienen huellas de sus amistades, sus amores, sus triunfos y sus actividades como conferencista.”
El proceso de lectura borgeano es definido por los investigadores “como una combinación de adquisición de información e indagación de la memoria”. Entre las numerosas anotaciones a La Divina Comedia apuntó con su “letra de insecto”: “Senza alcun Sospetto: senza alcun Timore”. La nota –explican Alvarez y Rosato– reproduce el sentido atribuido por los comentaristas a la palabra “Sospetto”. El verso ha sido mencionado por Borges en la introducción del estudio preliminar de La Divina Comedia en la colección Clásicos Jackson. “En el negro huracán del segundo círculo, Dante quiere conocer la raíz del amor de Paolo y Francesca; ésta refiere que los dos se querían y lo ignoraban ‘soli eravamo e senza alcun sospetto’, y que su amor les fue revelado por una lectura casual”. El escritor dedicó al episodio de Paolo y Francesca el ensayo “El verdugo piadoso”, publicado en Sur, que luego aparecía en Nueve ensayos dantescos (1982).
En la anotación-título “contra Spinoza” –en El mundo como voluntad de Schopenhauer–, Borges resume los alegatos del filósofo alemán contra el método de demostración, por medio de nociones abstractas, donde utiliza como ejemplo a Spinoza. En “identitas indescernibilium” –otra de las numerosas notas que le suscitaba la lectura de la obra maestra del filósofo alemán– alude al concepto introducido por Leibniz (los objetos que no pueden ser distinguidos unos de otros son idénticos) aplicado por Schopenhauer al conocimiento abstracto intuito. Alvarez y Rosato conectan esta nota con “Nueva refutación del tiempo” en Otras inquisiciones (1952): “Dos argumentos me abocaron a esa refutación: el idealismo de Berkeley, el principio de los indiscernibles de Leibniz”, escribió Borges. En el ejemplar de Moby Dick hay un puñado de anotaciones. En la portadilla consignó: “Agitaban sus melenas de hierro y sacudían” y “your linked analogies...”; en el retiro de la contratapa –manuscrita por su madre, Leonor Acevedo–, “la imagen del inasible fantasma de la vida”. Rosato y Alvarez advierten que las notas manuscritas del escritor “cesan abruptamente” en 1954. De allí en más será su madre la encargada de plasmar los apuntes de lectura de su hijo.
Estas múltiples notas en cientos de libros que tejen la red del pensamiento borgeano –una literatura que va de los libros a los libros– son una cantera inagotable para seguir interrogando sobre el proceso de lectura y creación de Borges.
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