CULTURA › CRISTINA FERNáNDEZ INAUGURó LA FERIA DEL LIBRO DE FRANKFURT, CON LA ARGENTINA COMO INVITADA DE HONOR
“Estamos en un momento que podríamos definir en la frontera de cómo se adquiere el conocimiento”, dijo la Presidenta, que se refirió también al cambio de paradigma que significó Malvinas, cuando la Argentina comprendió “que su lugar es América latina”.
› Por Silvina Friera
Desde Frankfurt
La página inédita de esta Buchmesse se escribió con un acontecimiento único por donde se lo mire. Más de 1500 editores, escritores, agentes y libreros del mundo fueron testigos de una escena memorable, fuera de protocolo. “Aquí hay un martillo blanco. ¿Se supone que tengo que pegarle a alguien o que alguien va a dejar inaugurada la feria?”, preguntó Cristina Fernández con un humor que ablandó hasta al más parco de los alemanes. La Presidenta invitó a un sorprendido Gottfried Honnefelder, presidente de la Asociación Alemana de Editores y Libreros, a inaugurar juntos la 62ª edición de la Feria del Libro de Frankfurt, con la Argentina como invitada de honor. Pero antes de golpear el martillo blanco, Fernández eligió homenajear a los más de 70 escritores argentinos de la delegación a través de Elsa Oesterheld, la viuda del autor de El Eternauta, que desapareció durante la última dictadura militar. “Elsa representa a todos los argentinos que sufrieron durante uno de los momentos más trágicos que nos han tocado vivir”, dijo. Elsa se acercó despacio, temblequeando de la emoción, hasta el escenario y se fundió en un intenso abrazo con la Presidenta. “Esto es el renacer de una vida que resignifica muchísimas vidas que hemos perdido. Yo que creí que estaba muerta, también vuelvo a tener esperanza”, admitió Elsa. Nada más, nada menos. Cientos de terminales sensibles recibieron el cimbronazo que generó la voz de esa pequeña mujer resistente.
La cintura oratoria de la Presidenta dejó boquiabierto al auditorio, acostumbrado a la lectura de discursos pesados como la tarde frankfurtiana, con su humedad que apretaba y servía bostezos en bandeja, antes de que las empanadas y el vino devolvieran el alma al cuerpo de más de uno. Siempre atenta a las palabras de quienes la antecedieron –además de Honnefelder, hubo discursos más o menos atinados del director de la Feria, el lungo Juergen Boos; la alcaldesa de Frankfurt, Petra Roth; y Griselda Gambaro, entre otros–, Fernández interpeló dilemas bosquejados por otros. Cantó truco y retruco, en algunos casos, con respeto. “Me pareció muy inteligente la intervención del titular de la Unión de libreros alemanes (por Honnefelder), en cuanto a descreer de profecías apocalípticas en torno del futuro del libro –coincidió la Presidenta–. Creo que mientras exista la palabra como instrumento más valioso para poder comunicar nuestras ideas, nuestros sentimientos, nuestras percepciones, el libro, la literatura, los autores, no van a terminar.”
El dilema –para Fernández– significa aceptar “que estamos en un momento que podríamos definir en la frontera de cómo se adquiere el conocimiento”. “En esta etapa la red, la Internet, opera algo parecido a la democratización del conocimiento y de la información”, subrayó y disparó un interrogante: cómo conciliar el libro con las nuevas tecnologías. La Presidenta se mostró partidaria de “una adecuada legislación” que proteja los derechos de propiedad intelectual que cada autor, que cada editor, tiene sobre su obra, sobre su impresión. “Necesitamos desde la educación y desde la industria de la impresión esa amalgama entre los nuevos métodos, los nuevos instrumentos, y los derechos que les asisten a escritores, a impresores, y la responsabilidad de los políticos a través de sus poderes legislativos, el Judicial, y por supuesto de quienes tenemos responsabilidad desde los ejecutivos –asumió Fernández–. Por eso creo que plantearse el apocalipsis es absurdo. Estamos simplemente ante una nueva era. Las cosas han cambiado. Y cuando uno no es tan importante para cambiar la época, tiene que ser lo suficientemente inteligente para interpretar el cambio y poder utilizarlo en beneficio de la sociedad.”
De las palabras del titular de la Feria, Juergen Boos, Fernández reconoció que le gustó mucho que dijera que la Argentina ha presentado sus 200 años de historia sin maquillaje. “Acá la única que ha venido maquillada es la Presidenta –bromeó–. Argentina no se maquilla ni se maquillará.” Fue el ministro de Relaciones Asuntos Exteriores de Alemania, Guido Westerwelle, quien se refirió al cliché de una Argentina europea. “Durante la guerra de Malvinas los argentinos encontramos nuestro verdadero lugar en el mundo: América del Sur, América latina. Esa es nuestra casa y eso somos los argentinos: mestizaje puro, como toda América latina. Si uno mira las culturas en el mundo, lo más nuevo y original es América latina”, precisó Fernández. En consonancia con lo postulado por Griselda Gambaro, la Presidenta agregó: “La literatura argentina nunca fue neutral. Yo tampoco fui neutral ni lo pienso ser –aclaró–; para neutrales están los suizos. Como decía mi abuelo, los argentinos tomamos siempre posición. Es una broma, ¡por favor!, con el mayor de los respetos. La abuela del ex presidente Kirchner es suiza; que no se entienda como una ofensa”.
Sin pan y sin trabajo, 1894. Ese es el título de una pintura “fantástica” de Ernesto de la Cárcova que rememoró la Presidenta en sintonía con la desmitificación del relato del Centenario. “En esa magnífica pintura hay un obrero con el puño cerrado y que con mucha desesperación mira hacia afuera, como esperando que haya el pan –describió el cuadro–. La Argentina era muy rica, pero había muchos argentinos que vivían en la más extrema miseria.” Al auditorio le anticipó que se verá en el pabellón “una Argentina vibrante, en movimiento, que nunca se resignó ni aun en los peores momentos”. Fernández adoptó un matiz respecto de la postura de Gambaro. “Yo me resisto a la idea de la derrota permanente; por eso ella es escritora y yo soy militante política –comparó–. Tal vez por eso nunca me resigné a que no sea posible cambiar la condición humana, terminar con guerras y conflictos étnicos y religiosos. El mundo siempre se mira desde algún lado, aun cuando se crea que no se mira desde ningún lugar.”
La escritora y dramaturga se refirió a la relación literatura y poder, “más estrecha de lo que se cree, con vínculos que, aun en democracia, muchas veces han sido conflictivos”. La autora de Ganarse la muerte recordó una frase de Graham Greene: “El escritor estará siempre, en un momento u otro, en conflicto con la autoridad, más o menos como el santo está generalmente en conflicto con la jerarquía de su iglesia”. La cita fue intervenida por la cosecha de Gambaro. “Así debe ser –afirmó– por razones de sano distanciamiento en la preservación del espíritu crítico, de la disidencia como estado de alerta”, aunque también advirtió que no hay que confundir “la disidencia –trabajo del pensamiento– con la estéril rutina del antagonismo sistemático.” Si la literatura imagina, la narradora y dramaturga subrayó que “también los políticos podrían imaginar audazmente”. Gambaro les exigió “atreverse como aquellos grandes escritores que inventaron la realidad del poema o la novela, a imaginar otra realidad posible que no sea ésta, la de los incesantes conflictos”. “Si bien algunos gobernantes, sobre todo en América latina, trabajan con propuestas más equitativas –ponderó–, no basta imaginar con límites sin forzar las circunstancias. Los cambios son siempre lentos mientras los sufrimientos son inmediatos.”
La Feria tiene su propio metabolismo de consumo; se mantiene por la fuerza invisible de la inercia. Por sus venas circulan los negocios. Pero ese sistema de mantenimiento muta de país a país. La Buchmesse se pintó con la bandera china, la edición pasada; ahora cambia de piel por medio de gestos naturalizados del cuerpo y adopta la celeste y blanca. Y mañana –en ese mañana del próximo año– será islandesa, con su crisis económica símil 2001 argentino y su encargado de “hadas y duendes”, para certificar el ritual de su bienvenida elasticidad. Aunque este espacio de dimensiones imposibles de abarcar aceite una imagen todopoderosa –como si fuera el magnate con mayúsculas, el Bill Gates de la industria editorial–, no descuida los aspectos sensibles de la vida cultural y política en los que desemboca la condición de “invitado de honor”, como si se deslizara por la misma cinta del mercado de la oportunidad –de vender y cazar derechos– a la pasión por la literatura. Y en esta zona desplazada de la pasión no se puede prescindir del escritor. A pesar de que se repita que su posición es y será secundaria. Juergen Boos y su gente saben cómo articular el funcionamiento completo de la escena, más allá de un choque –más o menos perceptible– de tempos con los agasajados en esta ocasión y su “cultura en movimiento”.
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