CULTURA › INTENSA ACTIVIDAD EN EL PABELLóN ARGENTINO DE LA FERIA DE FRANKFURT
Las mesas redondas y las disertaciones se suceden sin pausa. Ayer se destacaron dos encuentros: “Julio Cortázar, la rebeldía impenitente” y “De Cervantes a Borges: el idioma de los argentinos”. En los debates se desmontaron varios lugares comunes de la cultura.
› Por Cristián Elena
Desde Frankfurt
Invocar la trillada figura del “ritmo febril” para describir el trajín que ya se vive en la Feria del Libro de Frankfurt resulta casi un preciosimo que no le hace justicia al maratón de meetings y eventos que al cabo de unos días habrá hecho mella en el humor y las articulaciones de editores, autores (y periodistas), quienes por momentos deben recorrer distancias considerables para llegar de A hasta B. En el pabellón argentino las mesas redondas y las disertaciones se suceden sin pausa, e incluso en simultáneo con otras que tienen lugar en el stand de las editoriales argentinas. Más que “invitada de honor”, la Argentina se presenta entonces como una anfitriona que ha preparado un bufé enorme, como para que ninguno de los visitantes se vaya a quedar con hambre. Y son éstos quienes ahora tienen –como dicen los alemanes– “la tortura de poder elegir”.
Sobre Cortázar se ha discutido y escrito tanto... que todavía parece no ser suficiente y la sentencia de Guillermo Martínez en cuanto a que “discutir a Cortázar es como discutir el lugar en que nacimos” no deja dudas sobre el carácter laudatorio de “Julio Cortázar, la rebeldía impenitente”. Bajo ese título fueron convocados Martínez, Luisa Valenzuela, Pedro Mairal y el crítico literario Martín Prieto en el mediodía de ayer a entablar un diálogo en el cual cada uno de los panelistas describiría un aspecto de ese todo que conforman Cortázar y su obra, deconstruyéndolo para volver a ensamblarlo e intentar una nueva aproximación que tampoco será definitiva.
En su acotada intervención, Martínez hizo hincapié en marcar las contradicciones de la crítica habitual hacia las cualidades de Cortázar como cuentista, una parte de la cual –según Martínez– suele desmerecer sus relatos, tachándolos de anticuados, mientras aquella otra parte que lo critica por sus innovaciones se encuentra con que precisamente él también fue el autor de esas innovaciones. “Se desea que Cortázar no hubiera existido, porque de las dos maneras les resulta indeseable.” El autor de Infierno grande resumió también lo que considera el modelo subyacente a las ficciones de Cortázar: “Una concepción de la vida donde aquello que es interesante contar no necesariamente tiene que estar ligado con lo que uno ve en el día a día, el trabajo, las coordenadas políticas, sino que puede tocar las zonas de la imaginación, de lo fantástico y lo sobrenatural”.
A su turno, Prieto ubicó al homenajeado como corolario de una experiencia de vanguardia en la literatura argentina, “iniciada por Macedonio Fernández, que continuaron Roberto Arlt y Leopoldo Marechal y a la que Cortázar le ofreció un magnífico cierre”. Con la convicción de quien ha asimilado el universo cortazariano desde el final de su infancia y la experiencia de las relecturas posteriores, Prieto destacó también el hecho de que “Cortázar tiene el enorme valor de ser un autor de iniciación al que los jóvenes adhieren de manera inmediata”.
Tras el texto de autoría propia leído por Pedro Mairal (una especie de manifiesto de admiración devota) llegó el momento de aproximarse a la persona de Cortázar a través del afectuoso relato de Luisa Valenzuela, quien había conocido en una de las primeras ediciones de la Feria de Frankfurt a quien luego se convertiría en un amigo entrañable.
Cualquier sospecha de homenaje acrítico fue echada por tierra por el panel en pleno, que sobre el final coincidió –si bien con matices– en que el Cortázar-poeta no había llegado a finalizar su desarrollo.
Cualquier argentino que lleve un tiempo vivido aquí, en la tierra de Goethe, habrá sido confrontado alguna vez con la pregunta “en la Argentina hablan... ¿portugués o español?”. Y aquel que piense que la posibilidad de responder “ni una cosa ni la otra” no es tan descabellada después de todo, recibió en la disertación “De Cervantes a Borges: el idioma de los argentinos” argumentos sólidos para ello, aportados desde la literatura, la historia y la lingüística. En una de las mesas más didácticas y entretenidas que tuvieron lugar en la primera jornada regular de la Feria, Federico Jeanmaire llevó a un auditorio atento al terreno del cual es especialista, el Siglo de Oro, dando cuenta de los usos idiomáticos de la época para desandar un camino salpicado con dosis de sarcasmo filoso, que atravesó el humor andaluz y la controvertida figura de Sarmiento, para llegar al momento en que el propio Borges tradujo con un estentóreo “¡pero cheeee!” aquel “Bruto, ¿tú también” con que Julio César recriminara a su asesino.
Tanto en la exposición de Jeanmarie como en la de Martin Kohan y la de la poeta y lingüista Ivonne Bordelois, los otros panelistas encontraron consenso en un punto polémico: el acto de apropiación hegemónica, según el cual espacios lingüísticos (y culturales en general) que son propios del porteño se aplican con un criterio de universalidad para toda la Argentina. “Si yo tuviese que definir mi relación con el idioma de los argentinos, esa relación estaría definida con el habla de los porteños”, se sinceró Kohan, para completar “lo que quiero decir es que el idioma de los argentinos es tan abstracto y mítico como la propia argentinidad”. Kohan se refirió luego sin eufemismos a “la prepotencia porteña y la soltura con la que damos por descontado que el tango es la música de todos los argentinos, una afirmación que tal vez no genere ningún conflicto para un extranjero o para un porteño, pero sí para la gente que reside en las provincias argentinas”.
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