CULTURA › MARC ANGENOT Y SU LIBRO EL DISCURSO SOCIAL
El semiólogo de origen belga sostiene, respecto del pensamiento en Occidente, que “la hegemonía no sólo provee de formas canónicas de expresión y de temas comunes; también confina determinadas ‘cosas’ al territorio de lo impensable, lo absurdo, lo quimérico”.
› Por Facundo García
Hay una fábula budista que compara la dificultad de los humanos para entender el presente con los inconvenientes que podría tener un pez si quisiera evaluar su situación desde afuera del agua. Escapar de ese cerco intelectual requiere un gran esfuerzo y Marc Angenot viene haciéndolo desde hace décadas. El semiólogo acaba de publicar en castellano El discurso social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible (Siglo XXI), una obra que sintetiza varios años de investigaciones y que, en sus mejores tramos, permite remontarse por encima del estanque de lo “real” y avizorar otros paisajes.
“Cuando me largué a estudiar exhaustivamente los textos impresos que se habían producido en Francia en 1889, tenía la ventaja de poder considerarlos desde la distancia que me daba un siglo. Y encontré que el sentido literal de aquellos textos todavía era inteligible, pero su contenido emocional la mayoría de las veces se había perdido”, abre el juego el entrevistado. ¿A qué se debía el efecto demoledor del tiempo? Mientras reunía periódicos, novelas, folletos y memorias decimonónicas, el investigador comprobó lo que sospecha quien ha estado enamorado y se desencantó: desde la actualidad, “los tramos más patéticos de los antiguos dramas provocaban risa” y “las declamaciones de pensadores prestigiosos” ya no persuadían.
Los párrafos se podían leer, desde luego. El problema es que había una especie de encanto que se había esfumado. Algo fallaba al momento de dejarse convencer por esas argumentaciones y relatos. “Pasajes de novelas creados para dar una impresión de fuerte realismo me revelaban su textura ideológica, sus trucos. Estaba comprobando que dos o tres generaciones más tarde el discurso social ya no funcionaba igual”, revela Angenot.
–Me refiero a todo lo dicho y escrito en una sociedad determinada. Por supuesto, no se puede estudiar eso pretendiendo acceder a “todo” en un sentido literal. Lo que hay que hacer es desentrañar las reglas, los esquemas cognitivos, las normas que no son explícitamente reconocidas.
Observar así el pasado es como convertirse en el pez que salta y ve el agua desde afuera. “Abordé el fin del siglo XIX europeo para ver si podía conectar los campos literario, científico, filosófico y político, con la meta de establecer una ‘topología’ de lo que se decía en ese entonces”, confirma Angenot. Su intención era detectar el conjunto de reglas que subyacen “bajo el interminable rumor de una sociedad”. Describir lo que ya fue, con la esperanza de que aparecieran pistas sobre lo que está ocurriendo hoy: las claves que rigen en la Matrix contemporánea.
“¿Qué píldora, la azul o la roja?”, pregunta Morpheus a Neo, en una escena cinematográfica que se ha convertido en icono del milenio recién estrenado. La pastilla azul conduce a seguir guiándose por “lo que nos han puesto ante los ojos”. La roja, en cambio, contiene la Verdad. Neo agarra la roja. Pero también podría haber optado por no tomar ninguna (y por ende no habría película), o por tomar las dos pepas y bajarlas con medio litro de vino. Sin embargo el personaje se decide por una. Está preso –al igual que los espectadores– de un esquema mental que lo aprisiona. Angenot sabe que en esas estructuras inconscientes pueden rastrearse las huellas del Poder.
–Intentaré resumir la respuesta mediante una caricatura de lo que son las “falsas rupturas”. Si uno se interesa por la última parte del siglo XIX, parece una buena idea recopilar los cortes radicales que proponía la prensa clandestina frente a los valores burgueses. Esa búsqueda –le confieso– puede resultar frustrante. Con frecuencia se sentirá decepcionado al comprobar que los anarquistas se esforzaban por demostrar que la homosexualidad –“pederastia”, le llamaban– era un vicio típicamente decadente y burgués, una “enfermedad” que de- saparecería cuando se concretara la revolución. Obviamente, tales nociones supuestamente audaces no rompían con los lugares comunes del discurso dominante...
–Es más, la cultura discursiva de una sociedad democrática y pluralista no es una imposición “totalitaria”. No es sistemática ni homogénea. Se compone de antagonismos que están más o menos estabilizados, sin alcanzar nunca un estado de equilibrio. Un recurso para develar ese funcionamiento es ver a los colectivos humanos y lo que dicen de sí mismos como algo bizarro.
Angenot dice que el plano simbólico está plagado de tensiones. Hay zonas donde los antagonismos son tan fuertes, que se anula la posibilidad de discutir un tema, y cada una de las partes se convence de que la postura del otro “no tiene lógica” o “es absurda”. Sobreviene, en consecuencia, lo que el especialista denomina “diálogo de sordos”. Ese es precisamente el título de uno de sus últimos libros, Dialogues de sourds (Mille et une nuits, París, 2008).
–Es que la retórica, esta vieja ciencia que se remonta a Aristóteles, se ha definido tradicionalmente como el “arte de persuadir”. Ahora bien, basta con revisar la esfera pública y la privada –desde los feudos maritales hasta las controversias filosóficas y las polémicas políticas– para comprobar que la gente discute permanentemente, pero la mayoría de las veces no se persuade de nada. Los adversarios políticos, por poner un caso, insisten en definir la postura del otro como una falacia, y muchas veces hacen esa acusación de buena fe. El misterio es por qué se dan estos malentendidos, por qué parecen insuperables y por qué se nos hace tan complicado entender los razonamientos de gente que está lejos social o políticamente.
–Por supuesto. Me acuerdo de que a fines de los cincuenta –cuando yo tenía dieciocho y entré a la universidad– los “diálogos” entre estalinistas y liberales merecían entrar en una antología de los diálogos entre sordos. No hay más ciego que el que no quiere ver.
“Mamihlapinatapai” es una palabra que usaban los yaganes, la etnia que habitó en el sur y el oeste de Tierra del Fuego. Se trata de uno de los vocablos más difíciles de traducir a otras lenguas. ¿El significado? Es “una mirada compartida por dos personas que desean que el otro inicie algo que ambos quieren, pero que ninguno pretende comenzar”. Lo sutil de la definición transmite la sospecha de que Occidente se maneja dentro de un círculo restringido de pensamientos. Angenot ofrece su propia interpretación de esos límites. “Hay tabúes y censuras que marcan los límites de lo ‘decible’y lo ‘pensable’ en un contexto determinado –subraya el belga–. La hegemonía no sólo provee de formas canónicas de expresión y de temas comunes; también confina determinadas ‘cosas’ al territorio de lo impensable, lo absurdo, lo quimérico.” La capacidad de detectar estas prohibiciones tiene mucho que ver con el asombro. “Todos los grandes pensadores arrancaron con algo que parecía familiar a los demás y contemplaron ese fenómeno que a ellos les resultaba sorprendente hasta tal punto que estuvieron dispuestos a dedicar treinta años de sus vidas para interpretarlo mejor. Yo hago ese intento. Sigo creyendo que la cultura y sus lugares comunes, las narrativas y los valores culturales son fenómenos extraños y fascinantes.
¿Qué píldora, la azul o la roja?
“Los discursos legítimos sirven menos para someter a los dominados (que se dejan dominar, nos recuerda Pierre Bourdieu, por la fides implicita de su habitus servil) que para reunir, motivar y ocupar los espíritus de los dominadores, que necesitan ser convencidos para creer.
Sin embargo, se puede comprender también que la vulgata marxista sobre la ideología dominante concluya en la tesis ‘de última instancia’ según la cual, a través de todos los debates, de todos los géneros discursivos, a fin de cuentas, la clase dominante (a pesar de los antagonismos de sus fracciones) siempre termina por promover una visión de las cosas e ideologías conformes a sus intereses históricos. Esta proposición me parece indemostrable y metafísica; sólo puede pasar por tautología y razonamiento circular. La hegemonía es ‘social’ porque produce discursivamente a la sociedad como totalidad. No es propiedad de una clase. Pero como instituye preeminencias, legitimidades, intereses y valores, naturalmente favorece a quienes están mejor situados para reconocerse en ellas y sacar provecho.”
Marc Angenot es un referente de la Teoría de los Discursos Sociales, uno de los paradigmas más activos en el campo de los estudios de la cultura. Nació en Bélgica y allí se diplomó como doctor en Filosofía y Letras, aunque actualmente tiene una cátedra en la Universidad McGill de Montreal (Canadá). Según su perspectiva, las manifestaciones discursivas no deben ser evaluadas aisladamente. Cada símbolo existe en función de otros, y la realidad social lo afecta y lo sobredetermina. Por eso los analistas deben ser “un poco historiadores y un poco sociólogos”. “No podemos basarnos sólo en ‘textos’ –repite–. Debemos comprender la ‘aceptabilidad’, la ‘eficiencia’ y el ‘encanto’ que tienen o tuvieron”. Ha publicado, entre otros, Mil novecientos ochenta y nueve: un estado del discurso social; El marxismo en los grandes relatos; Retórica del antisocialismo y Diálogos de sordos.
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