CULTURA › DESDE HOY, UNA SEMANA PARA MEMORAR LA MONUMENTAL OBRA Y EL LEGADO EN EL PRESENTE DE LEóN TOLSTOI
A cien años de la muerte del autor, la Biblioteca Nacional será escenario de un intercambio de análisis, debates, conferencias, seminarios, la revalorización de una obra bella y contundente.
› Por Silvina Friera
La angustia traspasa el umbral de la mirada, concentrada en un punto indefinido que flota en el horizonte. Se transforma en una ofuscación lúgubre y maciza. Ya no queda siquiera el consuelo de una sonrisa para la foto de la posteridad. El hombre de gesto contrariado, como si intuyera la inminencia de una catástrofe espiritual de la que no podrá librarse y cuyo misterio permanecerá inexpugnable, está demasiado vivo. Aunque algunos se jacten de certificar su defunción y quieran despacharlo al panteón del olvido. A cien años de su muerte, León Tolstoi sacude espíritus inquietos. Con sus mejores páginas y la daga de su pensamiento, derrumba las vacas sagradas de las certezas. El creador de dos monumentos literarios de belleza apabullante, Guerra y Paz y Anna Karenina, arroja a sus lectores al campo de batalla de un mundo que –excepto para optimistas incorregibles– multiplica un ejército de insatisfechos. Puede dar fe de esta potencia vital la escritora Sofía González Bonorino, organizadora de la Semana de Tolstoi en Buenos Aires, que comienza hoy en la Biblioteca Nacional y terminará el viernes. Una batería de conferencias, mesas de debates, seminarios de cine y de música permitirá revisitar, desde diversos enfoques, la vida y obra del escritor ruso y su influencia en el ámbito de la literatura, la cultura y la sociedad. A las intervenciones de escritores y académicos como Luis Gusmán, Sylvia Iparraguirre, Laura Estrin, Jorge Panesi, Martín Albornoz, Gustavo Perednik y el profesor chileno Jaime Galgani, se sumarán Vladimir Tolstoi, tataranieto del escritor; y la mexicana Selma Ancira, traductora de sus libros al español.
“El centenario de la muerte de Tolstoi es un pretexto no para recordar, porque uno recuerda siempre a sus escritores, sino para cruzarnos y, lo mejor, encontrarnos en un nombre propio”, dice González Bonorino. “Su obra escapa a las limitaciones del momento, sea su tiempo o el nuestro. Como cualquier verdadera literatura, los libros de Tolstoi pueden ser leídos y reinventados en cualquier época. El problema es que existan los lectores”, señala. “Los matices de su escritura, los personajes que, de un modo único, están vivos, hacen de Tolstoi una experiencia que acontece”, plantea. “A Tolstoi se lo ha leído y se lo sigue leyendo en todo el mundo. Una vez que conocemos a Natasha, la vamos a adorar siempre, y vamos a querer y respetar al príncipe Andrés Bolkonski por su desconfianza hacia las ilusiones, por su sumisión a la razón, por ese apego a las formas, por su elegancia del alma; personaje que encarna, como Tolstoi, la aspiración hacia algo que no es de este mundo. Al príncipe Andrés lo quema un fuego seco, una nostalgia de infinito que sólo la muerte va a calmar.”
González Bonorino leyó a Tolstoi en su provincia natal, Santa Cruz, en el campo paterno, donde pasaba el verano con sus hermanos. La escritora evoca el viento contra los techos, el aislamiento, las distancias. La soledad y el silencio. “Los peones se fusionaban a los mujiks, la geografía patagónica a la estepa rusa –compara–. El descubrimiento de los escritores rusos marcó la diferencia entre infancia y adultez. Significó un gran dolor y una terrible sensación de pérdida. Mi mundo de certezas, del que siempre había sospechado y evitado cuestionar con angustia, de repente se quebró mediante la escritura; esa verdad que era mía pero que otro, el escritor, había tenido la valentía de disecar y exhibir como un cuerpo devastado. Leer a Tolstoi fue una conmoción que también tenía que ver con una intuición de la libertad. Desde el primer momento reconocí en su literatura valores que también eran los míos. El mundo tolstoiano me resulta cercano. Lo primero que leí fue Resurrección, novela que, como todas las suyas, se leen siempre diferentes, siempre otras. Lo que me fascina es el modo en que se transforma en escritura. El representa lo que para mí es un escritor. Alguien para quien la escritura es la vida.”
El historiador Martín Albornoz cuenta que la caracterización del autor de Guerra y Paz como “anarquista absoluto” emana de la reflexión del escritor y periodista libertario Rafael Barret. “La muerte de Tolstoi, sólo comparable a la de Jesús en el sentido que Barret le da, ilustra una serie de renunciamientos, sobre todo en la última etapa de su vida, que son entendidos como emancipadores, modos de alcanzar el ideal, ya no por la vía de la revolución o la acción colectiva, sino por la propia acción y autoeducación individual, la cual requiere de un compromiso muchísimo mayor. Su carácter absoluto, su divinidad, residiría en su humanidad, en la capacidad de mostrar la sacralidad de las personas. A su vez esta idea se sostiene en la singular mirada de Barret sobre el anarquismo, que es pensado como una ‘atmósfera moral’, como sentido vital, mucho más que como doctrina”, explica Albornoz, quien repasará, en una de las charlas del encuentro, la presencia del escritor ruso en el anarquismo argentino de fines del siglo XIX y principios del XX.
En el marco de esta interpretación, los militantes anarquistas –incluso aquellos que adhirieron a la propaganda violenta– son vistos por Barret “como santos y como profetas”, dentro de los cuales Tolstoi sería “la expresión más acabada”. Albornoz advierte que en esta lectura “el irrefrenable principio amoroso que Tolstoi toma del nuevo testamento del ‘amor a los enemigos’, y que es trabajado entre otros libros en El reino de dios está en vosotros, aparece como una visión sublimada y exasperada del instinto de ayuda mutua, tan caro al ideario ácrata”. Las concepciones libertarias del escritor fueron digeridas en el país tempranamente. “Tolstoi es leído dentro de un conjunto más amplio de escritores ‘burgueses’ que fueron siempre considerados como uno de los ‘suyos’ por los anarquistas –comenta–. En este sentido, el lugar de Tolstoi no es distinto del que ocuparon Ibsen, France, Zola o Victor Hugo, entre muchos otros. Sin embargo, por cierta afinidad temática y vital, Tolstoi ocupa una suerte de posición intermedia entre el universo de la alta cultura, a la cual gran parte de los anarquistas adhirieron sin mayores contradicciones, y el universo de los teóricos del anarquismo como Bakunin, Kropotkin o Proudhon. Tolstoi comparte con los dos primeros no sólo la nacionalidad, sino el hecho de provenir del universo aristocrático ruso del siglo XIX, y de haber renegado de él.”
La irrupción tolstoiana en el anarquismo argentino se puede rastrear, principalmente, a través de la prensa doctrinaria y las revistas culturales del movimiento. El historiador enumera, a modo de listado inicial, La protesta humana –luego La protesta a secas– y las revistas El Sol, Martín Fierro e Ideas y figuras, emprendimientos del publicista y literato Alberto Ghiraldo. También la revista socialista revolucionaria La Montaña, dirigida por José Ingenieros y Leopoldo Lugones publicó, en 1897, un cuento breve de Tolstoi llamado “La lavandera”. “Estamos hablando de la última década del siglo XIX –precisa el historiador–. Tampoco hay que desestimar, y en esto los emprendimientos de los socialistas también fueron importantes, la edición de folletos de Tolstoi contra el alcoholismo, contra la Iglesia, contra el Estado, contra la noción de patria y contra la idea del ‘arte por el arte’. El anarquismo fue clave, vehículo central de la recepción de la obra no tanto literaria –si bien el primer fragmento de la novela Resurrección aparece traducido en La protesta humana, por el médico anarquista Juan Creaghe–, sino de su obra ensayística y crítica de sus últimos años.”
Laura Estrin podría afirmar que, así como llegó a Turgueniev por Marina Tsvietáieva, lee a Tolstoi por Shkloski. “Digamos que me vienen del futuro, por otros autores rusos –subraya la escritora y profesora de Literaturas Eslavas de la UBA–. También leo a Tolstoi por Rilke, cuando viaja a Rusia por primera vez con Lou Andreas Salomé a visitarlo. Y por la rara cercanía que le tenía Chéjov, quien llegó a considerarlo insoportable en su enloquecida moral, de la que dijo: ‘Así pues, ¡al diablo con la filosofía de los grandes de este mundo!’, porque es sabido que la existencia y la prédica de Tolstoi llegaron a contradecirse. Tolstoi viene del futuro porque camina como un hombre que busca un objeto perdido en el futuro: la vida, su fuente de eterno arrepentimiento.” Los argumentos de Estrin se despliegan con la convicción de que una respuesta impertinente es la mejor estrategia para un homenaje. “Tolstoi viene del futuro porque su obra vive con una tenacidad que él preveía cuando en su diario registra haber leído a Turgueniev y anota: ‘Difícil escribir después de él’. Pero inmediatamente agrega: ‘Escribir todo el día’. Su obra vive y viene del futuro porque se desafió a sí mismo y fue un tipo indefenso, vulnerable por ‘la costumbre de tratar a mucha gente como a los personajes secundarios de la novela’. El arte es siempre futuro porque es un registro perfecto; llega del futuro, del pasado del futuro, de la espera inaudita que tenemos los que leemos.”
“Nada es insignificante ni nada es importante. Todo sirve siempre que nos ayude a escapar lo mejor posible de la angustia de vivir”, dijo Tolstoi. Estrin repite la frase porque en ella anida la preocupación por la sinceridad y la justeza del pensamiento y de la expresión del autor de La muerte de Ivan Ilich. “Pensaba que sin metáforas el camino era más corto. Tolstoi tenía la insoportable mirada de un hombre que no quiere dejarse engañar –dice Troyat–. Me gusta porque alguna vez anotó que ‘la escuela no está en la escuela, sino en los diarios y los cafés’ y porque su religión más extensa fue escribir su diario y es significativo que del tiempo de la escritura de las novelas no se conservaron sus registros.” Directora de una colección de literatura argentina en la editorial Letra Nómada, autora de numerosos ensayos sobre César Aira, Ricardo Rojas y Héctor A. Murena, entre otros; y de los poemarios Album y Alles Ding, habla de los escritores como si estuviera desglosando cuestiones domésticas de viejos vecinos del barrio. “La propia epopeya es un diario”, anota Shklovski en su monumental biografía sobre Tolstoi.
Estrin se inclina por las citas para enhebrar con paciencia de artesana sus reflexiones. “Tolstoi llevó un diario toda su vida, llegó a esconderlo en las botas en sus últimos años... ésa fue su religión más literaria. Su complejo realismo fue tentar esto y lo otro unidos, y estuvo siempre ‘lleno de tranquilas y tristes constataciones, no quejas’; creía en la emoción y sabía de la mentira. Pero una vez le dijo a su mujer: ‘¡Escribir es fácil, lo difícil es no escribir!’. Esa fue su venganza de realismo, también su retribución. Además, fue un alma fuerte; supo que ‘frecuentar profesores conduce al detallismo, al empleo de palabras difíciles y a la confusión y el frecuentar a los mujiks a la concisión, a la belleza del idioma y a la claridad’.” La escritora recuerda que Isaiah Berlin entendió que Tolstoi encarna lo que 50 años después Virginia Woolf reclamaría de su entorno: “Aquello que es lo único genuino, la experiencia individual, la relación específica de los hombres entre sí, los colores, aromas, sabores, sonidos y movimientos, los celos, amores, odios, pasiones, los raros chispazos de auténtica visión, los momentos de cambio, la ordinaria sucesión cotidiana de datos privados que constituyen todo lo que existe, que es la realidad”.
Las novelas de Tolstoi –admite– son mundos completos donde uno puede vivir unos días mientras lee. “Autor que supo ver y escuchar, a eso a veces le llamo realismo; autores sin miedo, ¡ni Napoleón los amedrentaba para incluirlo como personaje! Ya presintiendo su futura fama anota, con su eterno afán de crear reglas: ‘1) Ser como uno es: a) ser literato, según las habilidades; b) ser aristócrata según el nacimiento’ –repasa Estrin–. Tolstoi muestra que para vivir y escribir honestamente se debe rabiar, desvivirse, echar chispas, confundirse, equivocarse, comenzar y abandonar, y otra vez comenzar y abandonar, y luchar eternamente y privarse de las cosas.” La escritora y docente continúa con su disección. “Tolstoi luchaba contra el sentido común de su tiempo; Shklovski en su Tolstoi dice que hay que volverse ágil y no pedirle blandura a la vida. Pero es difícil: el propio Tolstoi no pudo y tuvo que terminar yéndose a morir a una estación de tren. Ahora mismo, esto me lo acerca a Néstor Sánchez, corriéndose todo el tiempo, yéndose de un mapa a otro. Así terminó Tolstoi, viendo su mundo, como una tenaza, desde una ventana inhóspita de una derruida estación... casi como Sánchez –compara–. Hay búsquedas extremas que no hacen concesiones, aunque el dolor sea grande.” Estrin revela que cuando Irina Bogdaschevski terminó de traducir la frondosa y genial biografía que le dedica Shklovski a Tolstoi, le escribió: “No sé cómo sobreviví a Lev Tolstoi, no sé cómo viviré sin él”. Por esa esquina de la evocación de un estado de ánimo se filtra una idea. “Si el arte es un problema de medida –como dice Tsvietáieva–, Tolstoi en su exceso infatigable será un autor del futuro siempre.”
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