CULTURA › ANTONIO PRECIADO, POETA E INTELECTUAL ECUATORIANO
“Soldado de la Revolución Ciudadana que lidera el presidente Correa”, como él mismo se define, Preciado vino al país a presentar una antología de su obra, estuvo en el Encuentro de Poetas del Festival de Cosquín y participó del estreno de un film sobre su vida.
› Por Karina Micheletto
“La poesía no tiene color”, alza el dedo Antonio Preciado, poeta negro, poeta de la negritud, según lo anuncian en la presentación de su última antología en Buenos Aires; poeta testimonial, poeta de lo humano, según prefiere presentarse él mismo. Reconocido intelectual del Ecuador, Preciado no sólo está abocado a la poesía. Es el actual embajador de su país en Nicaragua. Fue también el primer ministro negro del Ecuador, cuando Rafael Correa lo convocó para asumir la flamante cartera de Cultura, que el nuevo presidente desdobló de la de Educación. Un cargo que enorgullece al poeta, pero que también marca a su juicio un claro parámetro de discriminación en un país que tiene el 10 por ciento de la población negra. “Fíjese si ha habido o no desigualdad en mi país que en casi doscientos años de vida republicana no hubo antes un ministro negro”, señala en diálogo con Página/12, después de definirse como “un soldado de la Revolución Ciudadana que lidera el presidente Correa”.
Antonio Preciado estuvo recientemente en la Argentina por cuestiones que tienen que ver con la literatura (la presentación de su Antología esencial, en el Centro Cultural de la Cooperación, por ejemplo). Pero también con la música, como cuando estuvo invitado al último Festival de Cosquín para asistir al Encuentro de Poetas, en el marco de las actividades culturales que promueve el encuentro. De allí, dice, se lleva a su país una cantidad importante de discos. “Soy un melómano y así como conozco bastante bien la literatura argentina, de Hernández en adelante, conozco y aprecio el folklore de este país”, se enorgullece. “Yupanqui, Cafrune, Los Fronterizos, Los Cantores de Quilla Huasi, todos suenan en mi casa. La música del sur ha permeado mucho la sensibilidad de los de mi generación. Y muchos cantores han estado en mi casa, los chilenos Parra, Alfredo Zitarrosa, Armando Tejada Gómez, que fue mi amigo...”
La otra punta que lo trajo a Preciado al país tiene que ver con el cine. El director Modesto López, radicado en México, creador del sello Pentagrama, vino a exhibir su documental Antonio Preciado, poeta entre cantos y marimbas, un homenaje que parte de la vida del escritor para abrevar en otras historias y para pintar su provincia natal de Esmeraldas, esa región exuberante que se alza en el norte de la geografía ecuatoriana y que Preciado pinta ahora con palabras. Selvas intrincadas, una vegetación poderosa, lujuriosa en un punto, que llega a la orilla del mar, con la dulzura de la marimba, una cultura marcada por el estruendo de los tambores, la comida a base de mariscos y leche de coco... La postal tropical se va haciendo cada vez más nítida en la descripción de Preciado. La provincia verde se la llama. “Una provincia verde, habitada en su mayoría por gente negra”, completa la pintura el poeta.
Una geografía que dejó su marca en la obra poética de Antonio Preciado, en la que late un ritmo musical cargado de estos colores. Tal como somos (1969), De sol a sol (1979), Poema húmedo (1981), Espantapájaros (1982), De ahora en adelante (1993), De boca en boca (2005), son sólo algunos de los títulos destacados de su vasta obra, que se extiende también en numerosas antologías como De sol a sol, de 1992, y la que ahora se presenta en la Argentina. “Una poética enraizada en lo negro –de donde le vienen antiguas sabidurías y resonancias mágicas–, pero generosamente abierta a lo contemporáneo”, la definió con precisión el crítico Hernán Rodríguez Castelo.
Conocido como un país andino, poco se sabe de la población negra que habita el Ecuador: un 10 por ciento de los 14 millones de personas que lo habitan. “El mundo imagina que en el Ecuador hay negros cuando juega la selección de fútbol, porque los jugadores son en su mayoría negros”, sonríe Preciado, que se declara “un empedernido interesado en la condición humana”. Esta curiosidad primaria, dice, es la que lo llevó tanto a la poesía como a estudiar Política y Economía en la Universidad de Esmeraldas, de la cual fue rector posteriormente. “Me interesa como ser humano, y con mayor razón como poeta, el escudriñamiento de la circunstancia en que vivo, el fundamento histórico. Y nunca me he considerado un circunstante de ese fundamento sino un protagonista.”
–Pero, ¿cómo surgió un poeta de esta formación en política y Economía?
–El poeta surgió antes: sentí necesidad de expresar mediante la palabra algo que bullía en mi interior, que pugnaba por salir. No quise que se quedara adentro, y así empecé de niño a escribir poemitas de carácter onomatopéyico, influenciado por mis primeras lecturas, los poetas negros que estaban en boga en esa época en la poesía llamada negra, de Nicolás Guillén en adelante. Influido poderosamente por estos poetas, empecé a escribir poesía con sus mismos entonamientos, con la misma sonoridad. De hecho, mi primer librito, publicado a los 17 años, Jolgorio, está marcado por la fórmulas expresivas de estos poetas del negrismo: hay sonoridad, descripción, no aparece todavía el concepto. Porque no es lo mismo el negrismo que la negritud en la poética.
–¿Cuál es exactamente la diferencia?
–El movimiento de la negritud aparece posteriormente, es una toma de posición y de conciencia que se advierte en poetas como el senegalense Leopold Sedar Senghor, el franco-caribeño Aime Cesaire y otros poetas negros residentes en París. Es un movimiento estrictamente literario, que luego se convierte por extensión en un movimiento político, una respuesta racional, del pensamiento, frente a la situación histórica de los negros. Pensemos en las teorías sobre la inferioridad del hombre negro que aparecieron para justificar la mano de obra esclava: Simón de Sepúlveda, católico, y el obispo anglicano Thompson afirmaban en coincidencia que la trata de esclavos no contrariaba las leyes del derecho natural de la religión relevada, porque el negro era un ser rayano en la inferioridad. No se siguió repitiendo semejante balonía, pero esa consideración de inferioridad continuó de diferentes modos. En respuesta a esa historia de aplastamiento, postergación y discriminación, surge el movimiento de la negritud.
–¿Se reconoce heredero de ese movimiento?
–Sí, en cuanto al arranque intencional, a la posición de la que parto. Pero soy un poeta cuyo horizonte no se agota en el universo de la negritud: soy un poeta negro que escribo sobre mi raza por razones históricas, socioeconómicas, políticas, son cosas que no puedo eludir, que estoy obligado a decir humanamente. Pero desde allí, desde la negritud, soy un poeta de todo lo humano.
–¿Prefiere que su obra no sea presentada como “poesía negra”?
–Yo la entiendo más como poesía testimonial. Digo que la poesía en su mismidad no tiene color. No hay poesía blanca, poesía negra, mestiza. Es poesía. Si se la tipifica o carateriza de una determinada manera, es precisamente porque está hecha por negros, y por los filones temáticos que necesaria, obligadamente tenemos que tocar.
–Usted fue el primer ministro negro de su país. ¿Eso significó una responsabilidad extra?
–Seguramente. Fíjese si ha habido o no desigualdad en mi país que en casi doscientos años de vida republicana no hubo antes un ministro negro. Asumí ese cargo convencido de que la visión de país que proponía el presidente Correa era absolutamente bienhechora, porque el proceso de la Revolución Ciudadana apunta precisamente a solucionar las injusticias acumuladas a lo largo de estos casi doscientos años.
–¿Cuál es la idea de cultura que planteó en sus años su gestión?
–Un concepto de carácter transversal y totalitario, de modo que todo aquello que se hiciera en el país tenía de alguna manera relación con el Ministerio de Cultura. Porque si cultura es la forma de ser de un pueblo y el Ecuador es un país multiétnico y pluricultural, no hay una sola cultura. A lo largo de toda la historia republicana se había dicho que en Ecuador había unidad en la diversidad. Se reconocía la diversidad, pero se aseguraba que había unidad, lo cual era un eufemismo: lo que había era abismo entre las otredades que convivíamos en el Ecuador. La supuesta unidad era, en realidad, la afirmación de una sola identidad, dominante. Y la afirmación de cada identidad suponía que cada uno supiera lo que realmente era y que no se avergonzara de eso que era, que asumiera hasta con ufanía lo que era. Trabajamos por una nueva conciencia de pertenencia nacional, a partir del reconocimiento de lo propio. El presidente Correa se dio cuenta de que la potencialidad de ese pequeño país estaba precisamente en la conjunción de todos los segmentos poblacionales que habían sido mantenidos dispersos ex profeso en esa supuesta unidad en la diversidad, que no era tal.
–Esa idea parece más fácil de esgrimir que de llevar a la acción.
–Es una acción conjunta, desde luego que no puede ser sólo obra de un ministerio. Tiene que ver con una concepción global integradora de país. Acuñamos una frase como enseña del Ministerio de Educación: “Diversos, pero no desiguales”. Y ya con esta frase estamos hablando de etnias y de clases. Piense en un país como el mío, con una enorme mayoría del pueblo postergada y con una pequeña minoría que históricamente se ha apropiado de la riqueza socialmente creada. Una minoría postergando a la gran mayoría: no suena como algo novedoso, ¿verdad? Piense en cualquier acción de gobierno que apunte a revertir esta situación. No puede si no ser revolucionaria, y eso es lo que está ocurriendo en mi país: una revolución ciudadana. Esa es nuestra enorme alegría.
–Y en el ámbito de la cultura, ¿cómo se materializa?
–Trabajamos con las etnias en programas de reafirmación de su identidad, en programas de interculturalidad, de interacción entre las diferentes etnias. Partimos de lo que somos: multiétnicos y multiculturales. Diversos, pero no desiguales. Esa es la marca cultural que queremos orgullosamente asumir. La más importante de nuestra América y también, creo yo, nuestra mayor riqueza.
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