CULTURA › PRESENTACION DE LA ANTOLOGIA 200 AÑOS DE HUMOR ESCRITO ARGENTINO
El primer tomo incluye nombres consagrados, desde Fray Mocho hasta Leopoldo Marechal, pero no esquiva las rarezas. “Para ser sincero, elegí a aquellos autores que me habían formado y gustado a mí”, confesó Santiago Varela, que estuvo a cargo de la selección.
› Por Facundo García
Jaimito, los borrachos y los gallegos siempre andan por ahí, pero ahora también está en las calles el primer tomo de 200 años de humor escrito argentino. Santiago Varela, el compilador, presentó la antología el martes en el Centro Cultural de la Cooperación; y si lo que comentó ante el auditorio no era broma, el libro debe contener textos donde se demuestra que hace un siglo o dos las carcajadas ya eran parte del paisaje cotidiano en estas tierras.
Para romper el hielo, el psicólogo Jorge Litvin desenrolló papeles y leyó. “En El chiste y su relación con lo inconsciente, Freud sostenía que el humor no es resignado sino rebelde, porque en él triunfa el principio del placer por sobre las contingencias de lo real”, precisó. Luego invocó al fantasma de Nietzsche. “Otro grande –dijo Litvin, refiriéndose al filósofo alemán– declaró que ‘el hombre sufre tan profundamente que ha debido inventar la risa’”. Entre la terapia y el diagnóstico, Litvin afiló todavía más: “El humorista, por lo tanto, tiene la capacidad de tomar una porción de la realidad y mostrarnos eso que se nos está escapando a pesar de tenerlo delante de los ojos. Aquí podemos hacer una diferenciación entre lo que hacen los artistas y lo que hacen los medios, que utilizan ese recorte con el propósito de hacernos creer que ése es el cuadro completo de lo que pasa. Volviendo al libro: miren que me contaron chistes viejos: ¡pero de doscientos años...!”.
La antología 200 años... contiene nombres consagrados, pero no esquiva las rarezas. “Para ser sincero, elegí a aquellos autores que me habían formado y gustado a mí”, confesó Santiago Varela, que estuvo a cargo de la selección y es conocido, entre otras cosas, por haber redactado algunos de los monólogos más chispeantes del gran Tato Bores. “Varios son escritores que mi padre leía. De chico encontré esos libros en la biblioteca familiar y así fui aprendiendo. A esta altura de mi vida, me hizo bien volver al principio y a mi viejo”, admitió Varela. En su lista, Fray Mocho, Leopoldo Marechal y Marco Denevi se codean con creadores menos difundidos, como Last Reason –pseudónimo del uruguayo Máximo Sáenz–, el cordobés Enrique Anderson Imbert o el entrerriano Carlos Echazarreta, del que ni siquiera se sabe si está vivo.
El recorte de esta primera entrega es amplio. Va desde la Décima de Juan Cruz Varela (1784-1848) hasta los vanguardismos de Oliverio Girondo, pasando por las excelentes parodias con las que Conrado Nalé Roxlo le sacaba el cuero al panteón literario. Entretanto, hubo espacio para recuperar a Juan Bautista Alberdi desde sus escritos más irreverentes, como las Reglas para la visita: “En la segunda parte del minué se pierde la niña que toca el piano y en medio de la confusión, en vez de pisar el pedal, pisa la cola del perro que dormía a sus pies y que da un grito. ‘Esta no es conmigo’, dice para sí el gato que dormitaba sobre una mesa, y pegando un brinco de susto, derriba un florero que se hace mil astillas. A este ruido sale Don Benito, el dueño de la casa, que estaba cerrando una cueva de ratones, en mangas de camisa, sin corbata, colorado y furioso como un león...”.
Varela amalgama el localismo con el cocoliche inmigrante, los cuentos camperos con la crónica urbana y el vuelo intelectual con la chanza picaresca. Y no siempre hay “chistes”: en ocasiones, lo que se genera es un clima que simplemente da pie a la sonrisa o la complicidad. “Por otro lado, hay diferencias fuertes entre un escritor y otro. Seguramente los que vinieron después habían leído a los anteriores. Lo seguro es que acá hay pruebas de que hace mucho se gestó una tradición: de hecho, hoy tenemos en el país a gran cantidad de reconocidos autores del género”, señaló Varela.
Y más allá de la distancia cronológica, una de las tentaciones para meterse en la lectura surge al comprobar que en épocas que rendían culto al “autor”, “la gran obra” o “el lenguaje correcto”, lo de aquellos irreverentes nacía con tan pocas pretensiones que salpicaba frescura. De ahí que la presentación haya estado repleta de anécdotas en las que literatura y vida se fundían en una única risotada. Varela recordó, por ejemplo, la actitud que asumía Girondo cuando lo invitaban a una fiesta en París. “Para no decepcionar el deseo de ver a un ‘exótico’ que tenían los franceses, ¡él se ponía traje de etiqueta y en la cabeza una vincha con una pluma!”, relató.
La salida de 200 años... coincide con las dos décadas de Ediciones Desde la Gente, que coordinó la publicación junto al Centro Cultural de la Cooperación. Jorge Testero, nuevo director de la entidad, adelantó que el próximo tomo estará dedicado a los representantes recientes del humor nacional, y consideró que tantos lanzamientos demuestran la vitalidad de “una de las experiencias editoriales más importantes de nuestro panorama cultural”. Por lo pronto –y ya que el Bicentenario ha vuelto a abrir la incógnita sobre lo que es “ser argentino”–, preguntarse qué le causa gracia a los que habitan estas latitudes es una forma de indagar en la cuestión de la identidad. Porque si algo está fuera de discusión es que dos sociedades pueden tener humores tan distintos como una hormiga y un elefante. Distinguir esos matices ayuda a comprender a cada nación con respeto e inteligencia. A propósito: ¿en qué se parecen una hormiga y un elefante? En que los dos empiezan con hache (el elefante se llama Hugo).
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